domingo, agosto 12, 2007

German Yanke, El PNV se enfada

domingo 12 de agosto de 2007
El PNV se enfada

POR GERMÁN YANKE
Nadie duda de que en el ánimo del PSOE, al no autorizar una coalición en Navarra con los nacionalistas vascos, ha pesado el efecto que pudiera tener en su electorado. De hecho, en un momento psicológica y políticamente sensible, no se podía entender un acuerdo de Gobierno sin cesiones que, aunque para algunos supusieran la continuación de un proyecto de reforma del Estado, para la mayoría lo excedían. Las razones electorales tienen, curiosamente, mala prensa, aunque se compaginen con continuas referencias a la conexión de los políticos con la ciudadanía y al esfuerzo por escuchar a ésta.
El presidente del PNV (El País, 10 de agosto), escamado con la decisión, se refugia en una frase de Helmut Kohl -curiosamente replicando a «una dirigente del PP», para que no falte de nada en el ejemplo- con el propósito de defender una «política de Estado» contra «las encuestas del desayuno». Le falta, claro, demostrar que un acuerdo entre el PSOE y los nacionalistas en Navarra es tal, una «política de Estado», y no debería olvidar tampoco que la democracia es un sistema de opinión pública. Una cosa es que Kohl ordenara instalar los misiles Cruise y Pershing como respuesta a los S-20 soviéticos en 1982 en contra de las encuestas (que a Imaz le parece muy bien y es interesante saberlo para averiguar cómo entiende que hay que actuar ante las amenazas) y otra que se olvidara de la opinión pública alemana. De hecho, fue reelegido porque, aunque el sondeo pudiera mostrar recelos ante una manifestación de poder militar, no negaba el interés mayor de los alemanes por estar protegidos. El político puede no dejarse dominar por una «encuesta del desayuno», que tiene hasta en la denominación un carácter relativo y provisional, pero no apartarse de la opinión pública.
La «visión de Estado» o la «política de Estado» es, para el nacionalismo vasco, lo que le favorece, lo que se ajusta a sus pretensiones o establece un cauce para que se logren. La hubo, según este punto de vista, no con la Constitución, sino con el Estatuto de Gernika en el que, más allá de que unos y otros se reconocieran, «el nacionalismo democrático implantó su hegemonía en el campo del nacionalismo, minorizando y debilitando el radicalismo». No la hubo en Navarra, según esta misma interpretación, porque la minoría nacionalista no apoyó el Amejoramiento, lo que favorecería al radicalismo. No la ha habido tampoco, sigue nuestro estadista, porque no se ha llegado a un acuerdo entre socialistas y nacionalistas vascos en Navarra con la consecuencia -hasta reproducirlo causa un cierto pasmo- de no acabar «con un foco de inestabilidad permanente e integrar a un 30% de la población que, liderada ahora por fuerzas democráticas, se siente cada vez más empujada fuera del sistema político». Es decir, el nacionalismo, si no está en el poder no está integrado, si no está integrado se siente empujado fuera del sistema. Es esta, desde luego, una curiosa «política de Estado», a la que ha de añadirse, además, que la integración en el sistema de quienes hasta hace poco han apoyado la violencia debe hacerse con premio: «Se ha dado con la puerta en las narices -dice Imaz- a aquellos que, con gran valentía, habían cortado amarras con el mundo radical, lanzando una señal a los que todavía dudan sobre dar ese paso o no».
El PNV, agobiado por la batalla interna, quiere plantear otra fuera (quizá el único modo de unirse), en la que este enfado sobre lo que ha ocurrido en Navarra no es más que un modo de darse aliento. Se trata, como dice Imaz con un lenguaje que es más predemocrático que preconstitucional, de buscar «un acuerdo político para el encaje de la Comunidad Autónoma de Euskadi en el Estado». Y se tratará de conseguir con esa doble estrategia del nacionalismo vasco, tan tramposa pero que, sin embargo, se toma a menudo con una benevolencia propia de indigentes intelectuales. Ceder, dar la razón al nacionalismo, modificar la arquitectura constitucional fruto de la soberanía de los españoles a su favor es, para Imaz, «política de Estado», «altura de miras». Con lenguaje más zafio, para Egibar es el reconocimiento de «derechos naturales del pueblo vasco».
Como el empeño por salirse con la suya suena mal, retóricamente se presenta como el método adecuado de «integración» y buena convivencia. Pero la estrategia no deja de lado la amenaza si no se les hace caso: la inestabilidad, el sentimiento de alejamiento del sistema, la desesperación -y sus consecuencias- de quienes se han alejado o pueden hacerlo del radicalismo violento.
«Es que están enfadados con esto de Navarra». No, es que su único «argumento» es estar enfadados.

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