miércoles, agosto 22, 2007

George Will, Los disparates y la Reserva Federal

jueves 23 de agosto de 2007
Crisis financiera
Los disparates y la Reserva Federal
El riesgo moral existe cuando una política incentiva comportarse mal. Una medida de este tipo son las subvenciones a los precios agrícolas, que reducen el coste de la sobreproducción para los granjeros y hasta lo estimulan.
George Will

Hace exactamente un siglo el pánico se adueñó de los mercados financieros. La garantía de quizá la mitad de los préstamos bancarios en Nueva York eran títulos cuyo valor había sido elevado por la especulación. La noche del sábado 2 de noviembre de 1907, un hombre de 70 años reunió a algunos colegas financieros en su casa de la 36 con Madison en Manhattan. A la mañana siguiente, el titular del New York Times proclamó:
Los banqueros deliberan con Morgan. Largo debate en su biblioteca que no finalizó hasta las cuatro de la mañana
Tanto el Times como el Washington Post ("Banqueros en conferencia: escasez monetaria y medidas paliativas discutidas en la biblioteca de Morgan") observaron que los banqueros iban y venían entre las reuniones de la mansión de Morgan y el Waldorf-Astoria (entonces en la Quinta con la 33) en un transporte moderno: un automóvil. Trabajando 19 horas al día y restringiéndose bajo prescripción del médico a 20 cigarrillos al día, J. P. Morgan parecía tan heroico que el rector de la Universidad de Princeton, Woodrow Wilson, afirmó que el financiero debía presidir un panel de intelectuales que asesoraran a la nación sobre su futuro.
Seis años más tarde, sin embargo, con Wilson como presidente de la nación, fue creado el sistema de la Reserva Federal, que puso fin a la era en la que unos cuantos titanes de las finanzas podían convertirse en lo que hoy son los bancos centrales: los "prestamistas de última instancia" de la economía. Los bancos centrales han estado desempeñando ese papel durante la agitación actual en el mercado de las hipotecas de riesgo, aquellas que se conceden a los prestatarios menos solventes.
La marejada que sopla en ese mercado ha servido para recordar dos cosas. Primero, la opinión pública ha vuelto a contemplar el concepto de riesgo moral como algo de actualidad. Y, segundo, al electorado se le ha recordado lo fiablemente progresista que es Hillary Clinton.
El riesgo moral existe cuando una política incentiva comportarse mal. Una medida de este tipo son las subvenciones a los precios agrícolas, que reducen el coste de la sobreproducción para los granjeros y hasta lo estimulan. Otra es la de sacar a decenas de millones de electores de los registros fiscales, convirtiendo así la generosidad del Gobierno en un bien gratuito para ellos.
Y éste sería otro ejemplo de este tipo de políticas: que la Reserva Federal rebaje el precio del dinero en el momento en que los préstamos arriesgados a un sector de la economía (léase la vivienda) hacen a ese sector ávido de tipos de interés más bajos. Muchos bancos, hedge funds y otras instituciones se han embolsado beneficios de sus negocios en el mercado de las hipotecas de riesgo. Las pérdidas también son suyas.
La Clinton salió a la palestra para explicar el problema de las hipotecas de riesgo según la línea ideológica fundamental del progresismo: la explotación de muchos por unos pocos. En un discurso en el que se prefería una sociedad de "responsabilidad compartida" a una sociedad de responsabilidad individual, aseguró de hecho que los prestatarios perjudicados de hipotecas de riesgo no eran responsables de su comportamiento. Prestamistas "indeseables", dijo, habían empleado "prácticas de préstamo injustas". Pero sin duda hay tantos prestamistas indeseables como políticos. Así que votantes y prestatarios: caveat emptor (prudencia y constante vigilancia por parte del comprador).
Pero también es cierto esto: cada préstamo imprudente exige que un prestatario imprudente lo solicite y acepte sus términos. Además, cuando no existe penalización por cometer un disparate –como suscribir una hipoteca variable que provocará la ruina si los tipos suben–, las locuras abundan. Suscribir una hipoteca normalmente es comprometerse con el capitalismo; es hacer una inversión con la esperanza de un beneficio. Y si el prestamista sabe que cuando vaya demasiado lejos y necesite dinero barato la Reserva Federal bajará los tipos de interés, entonces ir demasiado lejos dejará de ser ir demasiado lejos en realidad.
En el 2008, mientras los electores sopesen su bienestar, varios millones de propiedades con hipotecas de tipo variable verán incrementados los costes de su vivienda. Los impagos también aumentarán. Ese sería un incentivo perverso para que la clase política fuera compasiva consigo misma en nombre de la compasión hacia los prestatarios, con dinero para echar un cable a los prestatarios. Si los políticos electos controlasen la Reserva Federal, rebajarían los tipos de interés. Afortunadamente hemos aislado la Reserva Federal de la democracia.
La misión propia de la Reserva Federal no es dar lugar a un ritmo particular de crecimiento económico, o desempleo, o curar lesiones –y menos aún las autoinfligidas– de sectores concretos de la economía. Es preservar la divisa como receptáculo del valor, es decir, contener la inflación. El hecho de que la inflación siga siendo motivo de preocupación testimonia la firmeza fundamental de la economía, a pesar de la turbulencia en una franja reducida de un sector.
Ron Chernow, en su libro The House of Morgan: An American Banking Dynasty and the Rise of Modern Finance (La cámara de Morgan: una dinastía bancaria norteamericana y el nacimiento de las finanzas modernas), dice que el rescate de Morgan en 1907 fue la última vez en que los banqueros privados "estuvieron más presentes que los reguladores en una crisis. Después, el péndulo osciló decididamente hacia la gestión financiera gubernamental". Por suerte, la Reserva Federal del presidente Ben Bernanke sigue estando comprometida con la gestión mínima, que es lo que el Gobierno hace mejor.
© Washington Post Writers Group

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