jueves, agosto 23, 2007

Garcia Brera, De la igualdad y el cine

jueves 23 de agosto de 2007
De la igualdad y el cine
Miguel Ángel García Brera
D ECÍA Santo Tomás, y no era precisamente tonto, que la justicia consiste en dar igual a los iguales y desigualmente a los desiguales. No es que inventara la pólvora con esa definición, porque el sentido común nos dice que, por ejemplo, darle una cerveza a un adulto sediento es muy justo y saludable, en tanto que podrías matar al bebé al que quisieras dar por igual, endilgándole un vaso del apreciado líquido ambarino. Pero, de Santo Tomás acá ha llovido mucho y, en determinados ámbitos ideológicos, – por llamarlos de algún modo, aunque más que ideológicos resultan estúpidos – parece que se busca la justicia aplicando un rasero universal a todo bicho viviente; no ya solo al ser humano, sino incluso a los chimpancés. Acabo de leer que “más de la mitad de las directoras españolas sólo han dirigido una película en los últimos veinte años”, lo que, a primera vista podría ser un síntoma de vagancia, pero la Asociación de Mujeres Cineastas lo lleva por los caminos de la discriminación, y considera que la Ley de Igualdad tiene que ser ejecutada en el mundo del cine y del audiovisual. “En España, la creación está en manos masculinas y es injusto” ha dicho una señora llamada Inés París, que es presidenta de esa Asociación. Semejantes afirmaciones me dejan atónito, ya que no veo injusticia alguna porque, en el ámbito de la creación, que es un espacio requerido al máximo de libertad, predomine un sexo u otro, como seguramente predominará un tramo de edades sobre otro y hasta una orientación sexual sobre otra. Establecer por ley que, anualmente, deben estrenarse las mismas obras de cine dirigidas por hombres que por mujeres, me parece una soberana idiotez, como ocurriría si obligamos a las editoriales a que publiquen igual número de obras de ficción, o de otra clase, escritas por varones y por hembras, o no admitimos que una Sala de exposiciones ofrezca una muestra de pintor, si no le precede, o sucede, otra de pintora. Precisamente el martes pasado veía y escuchaba una de esas magníficas y muy televisivas entrevistas que está llevando a cabo Sáenz de Buruaga, en Telemadrid, y me entusiasmaba comprobar la personalísima dirección musical de una mujer, Inma Shara, que, como es lógico, no ha accedido a la batuta por ser mujer, ni por ser bella –que lo es-, sino por haber tenido el coraje y la tenacidad suficiente para estudiar tan difícil carrera y ejercitarse en ella diariamente. De acuerdo con lo que pretende la Asociación a la que me he referido, habría que improvisar decenas de directoras de orquesta para poner en igualdad el número de varones que han elegido esa disciplina, lo que puede ser imposible si no hay tantas mujeres entusiasmadas por la dirección musical o no están dispuestas a trabajar en ese campo, teniendo, por ejemplo, vocación para escribir novelas o para triunfar en el kárate o para diseñar moda. El Estado, igual que obliga a aprender educación para la ciudadanía socialista, podría obligar, visto el número de directores de cine ejercientes, a que un número igual de mujeres se incorporara a esa tarea, pero me temo que los bodrios resultantes terminarían definitivamente por apartar el espectador de las salas de exhibición, y no porque piense que una mujer dirige peor que un hombre, pues en la capacidad inicial para hacerlo acepto plenamente la igualdad de los sexos, sino porque la creación sólo florece en libertad. Además, ¿quién garantiza que haber dirigido sólo una obra, no responde, en algunos casos, al desánimo, a la vagancia, a la desilusión o al cambio de intereses? La fascinación por la igualdad de los sexos es absurda. Ya de por si son diferentes, gracias a Dios, sin que ello signifique predominio intelectual de uno sobre otro, aunque personalmente, mi experiencia me dice que la mujer es más inteligente. Eso no obsta a que, de seguir los postulados de los igualitaristas, tendríamos que modificar los museos para que no se mostraran mas obras de autor que de autora, a inspeccionar las librerías para que no predominaran los escritores masculinos sobre los femeninos, y revisar los censos de maestros, profesores y funcionarios para que se implantara y mantuviera la igualdad. El asunto llegaría a ser tan absurdo que, en las convocatorias de oposiciones o anuncios de empresas, habría que distinguir entre plazas para varón y para mujer, según faltaran de uno u otro sexo para completar los escalafones al cincuenta por ciento. En las Universidades, para el ingreso en cada carrera, no sólo habría que exigir, como ahora, un mínimo en las calificaciones previas, sino ajustar el número de ingresados para que sólo la mitad fuera de un mismo sexo y, en cuanto al profesorado, habría que huir del mérito como elemento selectivo, y acompasarlo a que no se rebasara el número de plazas asignado por igual a hombres y mujeres. Si fuera el caso de que no hubiera, por ejemplo, el mismo número de catedráticas de Derecho Romano, habría que buscar soluciones de emergencia, como contratar a una abogada italiana, que por razón de origen, tendría algunas nociones. Claro que, si la italiana era de las que el cine nos ha puesto delante, iba a ser un problema añadido evitar que los alumnos rebasaran en clase el porcentaje igualitario. Bastantes recortes a la libertad tenemos como consecuencia del totalitarismo económico y la escasa sensibilidad de la sociedad para oponerse al sistema imperante, como para exigir que haya igual número de hombres que de mujeres ejerciendo cada oficio o actividad. Precisamente, el director Bajo Ulloa acaba de dar en la diana, aunque tirando la toalla, al afirmar, aburrido de la lucha, que se pasa al cine comercial, él que se ha distinguido por hacer filmes independientes. Dice el director que “el cine independiente es inviable en la dictadura de los grupos mediáticos que hay ahora” y afirma que, a su parecer, y digo yo que según es evidente, “manejan toda la información, producen las películas y las aplauden” Eso sí, la ley podía obligar a que quienes aplauden fueran grupos integrados, al cincuenta por ciento, por hombres y por mujeres. Tal cosa es factible; lo demás son ganas de hacer reír en este verano tan dramático. Y, por lo que hace a Inés Paris, por aquello de la paridad –aunque para mi que se trata de paridas, más que de otra cosa- debería dar ejemplo compartiendo su presidencia con algún Ineso Londres.

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