jueves, agosto 23, 2007

Gallardon ly las listas

viernes 24 de agosto de 2007
Ruiz-Gallardón y las listas
A río revuelto, ganancia de pescadores. Pero esta vez se les ha visto el plumero. Demasiado y a demasiados. A raíz del rifirrafe popular sobre Alberto Ruiz-Gallardón, el secretario de Organización del PSOE, José Blanco, dice que «cada vez menos dirigentes confían en Rajoy» y, a continuación, el ex ministro de Defensa, José Bono, avanza su particular interpretación de lo que ocurre en el PP: hay quienes intentan que Rajoy dimita para poner en su lugar a Rodrigo Rato.
Algo de cierto había, aunque a estas alturas las maniobras socialistas no tienen otro objetivo que debilitar al único dirigente popular que puede encabezar la alternativa a Zapatero. Y no es otro que Mariano Rajoy, con muchas asignaturas pendientes -y cada día menos tiempo-, pero reforzado por el triunfo electoral en las municipales. Algo de cierto había porque, hasta el 27-M, en algunos sectores del PP se especulaba con la posibilidad de que un mal resultado llevara a la sustitución del presidente del partido y a la preparación urgente de un nuevo proyecto en torno a quienes lograsen salvarse de un incendio que, al final, no se produjo.
Así que en el PP, independientemente del resultado de las elecciones de 2008, no hay otra opción. Si Rato decide volver a la política española tendrá que ser junto a Rajoy. Como los demás. Y ahí está la paradoja, porque los que alientan la idea de que el alcalde de Madrid quiere estar en el Congreso como posible recambio de Rajoy no son precisamente los más fieles, sino los que piensan que puede fracasar en 2008 y que el hipotético plan de sustitución tiene visos de ser real.
Doble paradoja, si cabe. En primer lugar, porque muchos de los críticos de Ruiz-Gallardón han terminado siendo reincidentes en la desconfianza en el líder que dicen proteger. Y, en segundo término, porque si el alcalde de Madrid lograse su objetivo de estar «lo más cerca posible» de Rajoy en las generales terminará haciendo depender su futuro inmediato en la política nacional de éste, más que algunos de sus adversarios internos. Es cierto que el alcalde, a pesar de su dilatada biografía política, es lo suficientemente joven como para que sus posibilidades en el futuro -no el inmediato- vayan más allá de los siguientes comicios, pero para ese medio plazo no es necesario estar en la lista de Rajoy.
Ruiz-Gallardón insiste, como se sabe, en su deseo de estar en el Congreso. Es cierto que esta vez, como ha explicado, porque se le preguntó. En esta ocasión añadió un argumento un tanto estrafalario (la conveniencia de que esté presente la «voz» de Madrid en la Cámara), pero lo significativo han sido las maneras agrias y enardecidas de sus críticos que o bien le han regañado en público (que se dedique a lo suyo, etc.) o bien le han presentado como el reventador enemigo de Rajoy. Un espectáculo estrafalario que dice más de las batallas internas en el PP que de la ambición política de Ruiz-Gallardón. Una batalla que tiene, claro, sus componentes personales, pero en la que las personas, si no ideas dispares (que sería mucho pedir a alguno de ellos), sí representan actitudes y estrategias políticas distintas.
Por eso es interesante constatar que a los enfadados con el alcalde les ha molestado tanto su insistencia en estar en las listas como la apelación a una estrategia «moderada». Lo apunto porque, en ese contexto, hay que recordar que el propio Rajoy ha dicho recientemente que, en el devenir inmediato del PP, es importante convencer a unos votantes y «no enfadar a otros» y que, desde ahora y hasta a las elecciones, debe mostrarse el rostro «simpático» del partido y sus candidatos. No veo la discrepancia entre uno y otro porque, además de la construcción de una alternativa verosímil y eficaz, el PP tiene la obligación estratégica, para triunfar, de contrarrestar la campaña socialista, engañosa pero con daño exitoso, que le presenta como el resultado de todos los enfados reaccionarios.
El problema de Rajoy, por todo ello, no es hoy la elaboración de las listas (que hace muy bien en demorar al momento oportuno aunque desde Génova se diga -¿por qué?- que se renovarán ampliamente), pero sí la formación de un equipo que encarne con eficiencia el programa y los modos que él desea. Algunas encuestas y el modo en que lo reclaman muchas agrupaciones regionales apunta a que el alcalde puede jugar ese papel. Se diría que a sus alterados críticos no les preocupan precisamente las listas.

No hay comentarios: