domingo, agosto 05, 2007

Formula 1, circuito de intereses

lunes 6 de agosto de 2007
Fórmula 1, circuito de intereses
LA Fórmula 1 arrastra pasiones en España, donde se sigue con extraordinaria expectación el desarrollo de un deporte que, de la mano de Fernando Alonso, se ha convertido en apenas unos años en un fenómeno de dimensión social. La concepción que se tenía en nuestro país de esta modalidad automovilística era lejana y distante, en parte porque la falta de medios y de inversión publicitaria impedía que nuestro país contara con deportistas capaces de codearse con los más grandes de una competición altamente exigente y en donde se mueven cantidades enormes de dinero. La Fórmula 1 es deporte, negocio y espectáculo casi a partes iguales, porque su dimensión trasciende al mero enfrentamiento entre pilotos y entran en juego otros factores que la convierten en centro de disputas comerciales, incluso con acusaciones cruzadas de espionaje industrial e hinchadas que sienten como propios los colores y símbolos de una determinada escudería. Es deporte, naturalmente, pero es mucho más que eso, porque la propia naturaleza de la F-1 hace de ella algo único y distinto.
Este fin de semana, millones de españoles han sido testigos directos de cómo los intereses extradeportivos han condicionado el resultado de la competición, sancionando a Fernando Alonso con la pérdida de la «pole», que meritoriamente consiguió en los entrenamientos de Hungría, en beneficio de su compañero de escudería, el británico Hamilton, favorecido por la Federación Internacional de Automovilismo. Lo que Alonso logró en la pista le fue arrebatado en los despachos, en una decisión que ha levantado una polémica mundial. No se trata de salir en defensa de Alonso por su condición de español ni de convertir el duelo con Hamilton en una guerra apasionada y visceral en la que las razones sentimentales se impongan a las normas deportivas sin más. La Fórmula 1 tiene sus propias reglas, en ocasiones complejas y extravagantes, que la FIA maneja a su antojo y conveniencia en función de poderosos intereses que amenazan con desvirtuar la esencia de una competición apasionante. Si Alonso incumplió el reglamento, debió ser sancionado, pero si el reglamento -como ocurre- no contempla ningún tipo de medida en relación con la maniobra sucedida entre los dos McLaren en los boxes, el castigo al campeón del mundo -que se limitó a cumplir las órdenes de su equipo- marca un peligroso precedente y adultera el resultado final de una prueba sometida al criterio discrecional y cambiante de los jueces. Tal vez se pueda argumentar que todo lo que rodea a la Fórmula 1, negocio y espectáculo, forma parte de su propia grandeza, pero ello no puede ir en detrimento de la justicia deportiva, que debe estar siempre por encima.

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