domingo, agosto 12, 2007

Ferrand, Normalidad a la española

domingo 12 de agosto de 2007
Normalidad a la española

POR M. MARTÍN FERRAND
AQUÍ, en una de esas contradicciones que nos definen, solemos invocar la normalidad para referirnos a todo aquello que no es normal. Cualquier circunstancia, incluso si es indeseable, capaz de mantenerse viva durante un cierto tiempo se integra en el paisaje social y entra en ese saco de la normalidad, en el que lo mismo cabe un Parlamento sin debates sobre asuntos fundamentales que unos trenes de cercanías que tienden a dejarnos lejos de su destino. En el País Vasco el fenómeno cursa con especial virulencia; pero, convertida la costumbre en norma, ya nadie repara ni se inquieta ante la parodia democrática que, sobre cimientos de violencia, se vive en el territorio.
Estoy pensando, por concretar un principio general de preocupante implantación, en el caso de los militantes de ANV, excitados por la ilegal Batasuna, que acaban de asaltar el Ayuntamiento de Ondárroa sin más consecuencia ni secuela que contemplar su «gesta» en los diarios. Cuatro energúmenos de la acreditada colectividad separatista vasca entraron en el salón de plenos, llamaron «ladrones» y «fascistas» a lo integrantes de la gestora municipal allí reunidos, escupieron a uno de ellos y ordenadamente, sin mayores alborotos, los de la gestora se trasladaron a un despacho próximo en el que, tras cerrar la puerta por dentro, continuaron su sesión.
Aquí nunca pasa nada y, lo que es peor, no tiende a generalizarse la idea incontrovertible de que así, con amenazas, violencia y extorsiones, la democracia no es nada. Un deseo en el mejor de los casos. Ondárroa es uno de los muchos ejemplos, nada aislados, que pueden proponerse como ejemplo de nuestra rara y asimétrica convivencia. Como Lizarra o Mendeja. La impunidad arropa a los violentos, a quienes les inspiran y animan, mientras sus víctimas experimentan la amargura del desamparo. Esa es nuestra normalidad... no democrática. A partir de ahí podemos engañarnos los unos a los otros y, con mayor o menor repugnancia, tragarnos el sapo de la mentira parlamentaria y representativa en la que vivimos después de incluir en la norma lo que sólo debiera estar, y convenientemente perseguido, en la ficción más perversa.
Sobre el terreno movedizo y fangoso de los separatismos, incluidas sus expresiones violentas y asesinas, hemos construido un Estado que asume como normalidad lo que no lo sería en ninguno de nuestros países vecinos o equiparables. Así viene siendo y así se ha perfeccionado y agigantado en virtud del «proceso de paz» que José Luis Rodríguez Zapatero utiliza como partitura principal en su desconcierto de Gobierno. Un español, por llevarlo a la caricatura, puede ser multado seriamente si sobrepasa levemente un límite de velocidad o un tiempo de estacionamiento; pero, si además es vasco y nacionalista, puede ir a Ondárroa y ciscarse en la Constitución y en sus leyes sin la más mínima consecuencia. Anormal normalidad la nuestra.

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