miércoles, agosto 22, 2007

Ferrand, La simetria segun Carter

jueves 23 de agosto de 2007
La simetría según Carter

POR M. MARTÍN FERRAND
NADIE ha podido demostrar que Jimmy Carter, el que fue trigesimonoveno presidente de los EE.UU. (1977-81), sea capaz de andar y mascar chicle a un mismo tiempo, carencia que ya le afeaban sus adversarios en sus días de esplendor. Cuando el republicano Ronald Reagan, posiblemente el mejor presidente del siglo XX, le sustituyó en la Casa Blanca quedó demostrado que el hoy octogenario personaje marcó los niveles más bajos de prestigio y talento que han padecido los norteamericanos al frente de la Unión. Sólo George Bush Jr. puede disputarle a Carter esa condición de mínimo. No obstante, en concordancia con otros que lucen el mismo galardón, el ex presidente USA recibió en 2002 el premio Nobel de la Paz.
Carter entretiene sus ocios de jubilado con frecuentes viajes por todo el mundo. Al margen de su condición de gran fabricante de mantequilla de cacahuetes -algo parecido al aceite de engrasar, pero para untar en pan- el viejo líder de occidente vende paz. El problema reside en que su buena intención no va acompañada de la formación y enjundia convenientes y, con frecuencia, consigue efectos contrarios a los que pretende. El personaje acaba de estar en Santander en su calidad de miembro del Club de Madrid y como primer Huésped de Honor de la capital de Cantabria. En referencia al problema que encarna la banda terrorista ETA, ha dicho el gringo que su esperanza y su preferencia se centran en que el conflicto se resuelva «a través de conversaciones directas entre el Gobierno y los responsables del grupo que solicita otro nivel de autonomía».
No es la primera vez que Carter se equivoca en su aproximación al problema terrorista que padecemos en España. El Gobierno de José María Aznar, nada sospechoso de antinorteamericanismo, ya tuvo que pedirle la abstención ante una voluntariosa intentona de diálogo con los asesinos vascos en la República Dominicana. Como otros ilustres personajes nacionales y extranjeros, no todos con su acreditada buena voluntad, tiende a entender como simétricas la posición de un Estado de Derecho, parlamentario y representativo, y la de una banda de pistoleros y chantajistas que campa por sus respetos, fuera de la ley y al amparo de una Constitución que ha dotado al País Vasco de una autonomía superior a la de cualquier de los Estados que integran la Unión que él presidió.
Ignoro si las conversaciones «directas» que desea Carter son fruto de su personal cacumen o vienen inducidas por cualquiera de las inconsistentes fundaciones que se manifiestan de parecido modo o, incluso, por el espíritu que anima la política al respecto de José Luis Rodríguez Zapatero -el «proceso de paz»-; pero conviene entender que un Gobierno, en representación de un Estado, no puede ni debe dialogar de igual a igual con un grupo de delincuentes que, de representar a alguien, se referirá a un grupúsculo minoritario y manchado de sangre del País Vasco.

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