lunes, agosto 20, 2007

Ferrand, La ministra tarambana

lunes 20 de agosto de 2007
La ministra tarambana Manuel Martín Ferrand

Mariano Rajoy, en un descanso de su larga siesta veraniega, ha dicho que la obligación de un gobernante es, entre otras cosas, “hacer que los servicios funcionen”. No se puede ser más cruel en la crítica a José Luis Rodríguez Zapatero. El líder socialista, instalado en la nostalgia de su abuelito y hambriento de quimeras inconsistentes —tal que la “alianza de civilizaciones” o el “proceso de paz”—, no ha dado una en el clavo en el ya largo trienio de su presidencia.
Si fuésemos coherentes y respetuosos con nuestros visitantes —la pieza clave de la economía nacional— pondríamos en las fronteras, como antes se hacía con los ascensores averiados, un cartel anunciador: “No funciona”. Viví muchos años en una pensión instalada en un cuarto piso y, que yo recuerde, tuve que subir por las escaleras el cien por cien de las veces. Uno termina acostumbrándose.
Rajoy tiene razón en su diagnóstico, pero, me temo, se equivoca en su demanda de solución. Quiere el presidente del PP que Zapatero cese a Magdalena Álvarez, la ministra que de tanto ser de izquierdas no da una a derechas. Y, ¿qué? ¿Sería mejor su sustituta/o?
Si se analiza el perfil común a todos los miembros del Gobierno —tan paritario, tan inútil— nos sale una constante de incapacidad. Incluso parece que, a la hora de seleccionar a sus integrantes, se tuvo en cuenta, como punto de partida, esa condición.
Cuando Frederick Austerlitz trataba de introducirse como actor en la industria de Hollywood, uno de los grandes estudios en el que realizó una prueba anotó en su ficha: “No sabe interpretar, no sabe cantar, se está quedando calvo y, en todo caso, podría bailar un poco”. Tan inútil aspirante resultó ser Fred Astaire, pero esas cosas solo ocurrían en el pasado y en el mundo del espectáculo. En el Gobierno de Zapatero el máximo error en la aparente constante de buscar como titulares de los Ministerios a gentes de la máxima incapacidad ejecutiva es Pedro Solbes, de cuya preparación técnica no se puede dudar; pero compensa esa preparación con unas inmensas tragaderas que le conducen a asumir como normal lo que, desde su responsabilidad vicepresidencial y hacendística, debiera impedir con energía y radicalidad.
Aún en el supuesto de que Magdalena Álvarez presentara su dimisión o, alternativamente, fuera cesada — ¿al amanecer?— por Zapatero, Fomento seguiría sin funcionar. A la presente legislatura ya no le queda mucho tiempo para las enmiendas y lo peor de lo sucedido en ese Ministerio, después de haber cercenado y/o paralizado muchos de los planes iniciados por el PP, es no haber sembrado una sola semilla para beneficio del futuro.
Aquí solo hay una razón de estilo para pedir la cabeza —política, naturalmente— de la tal señora Álvarez; pero lo suyo, lo responsable, es solicitar la de su jefe e inspirador, la del, para muchos, ínclito Zapatero. Su diseño político es de avería. La incógnita está en averiguar el plan alternativo del PP. Por el momento, que sepamos, no es una destilación política del partido, entendido como representación social de diez millones de votantes; sino un encargo mercenario a un político arrepentido, Juan Costa, devenido en eventual discontinuo y bien remunerado.
Nuestro problema, desgraciadamente, es mucho más grave que Magdalena Álvarez. El diario ABC acaba de publicar una información según la cual la mayoría de las sedes judiciales del País Vasco —prácticamente todas menos las de las tres capitales provinciales e Irán— no ostentan en su fachada la bandera nacional. Llámesele prudencia operativa, miedo profundo o pactismo voluntarioso —que no sé muy bien como acertaríamos más—, estamos ante un síntoma claro de desintegración nacional. Si los juzgados no cumplen la ley, ¿qué importancia tiene que la ministra de Fomento sea una tarambana?

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