martes, agosto 28, 2007

Ferrand, En la cuerda floja

martes 28 de agosto de 2007
En la cuerda floja

POR M. MARTÍN FERRAND
LA gran singularidad de Alberto Ruiz-Gallardón reside en que, tratándose de uno de los grandes santones de la derecha española, disfruta de una notable simpatía de la izquierda menos radical. Él sabrá cómo lo ha conseguido y, si lo hubiere, qué precio ha pagado por ello; pero, por lo que parece, se le acaba el chollo. El País, tradicional machacador de las glorias del PP y, excepcionalmente, amoroso protector del hoy alcalde de Madrid, le ha abandonado a su suerte. Ignoro si se trata de un efecto que toma causa de la proximidad electoral o, quizá, de que el crecimiento de Gallardón, su agigantado liderazgo, le convierte en más peligroso para los intereses que confluyen en el diario. Una de sus plumas más brillantes y aciduladas, la de Juan José Millás, ha roto la costumbre protectora y le ha castigado el lomo al hasta ahora privilegiado notable del PP, y lo ha hecho con una energía y un garbo que recuerda a Luis Bonafoux dándole leña a Leopoldo Alas, «Clarín».
Con la vista puesta en las próximas legislativas, los jugadores de todos los bandos comienzan a revisar sus armas y a repasar la lista de sus posibles aliados. Según cuenta Millás, Gallardón piensa -o, por lo menos, dice- que hay que casarse con el ABC y acostarse con El País. ¿Una declaración adulterina como muestra de respeto a estas páginas, en las que escribió su abuelo?
Hay gentes nacidas para la aventura y la deslealtad; pero debe reconocerse en su favor que lo contrario, el rigor y la fidelidad -tanto a las personas como a las ideas- cotiza poco en este país de saltarines y disfraces, de oportunistas e inventores de lo ya conocido, de líderes sin poder y de poderosos con líderes propios y subordinados.
En ese marco, más calculado que caótico, reaparece Mariano Rajoy y nos anuncia que su programa electoral para el 2008 se centra en la «regeneración democrática» que condujo a La Moncloa a José María Aznar y que éste no pudo llevar a cabo en su primera legislatura y no quiso intentar en la segunda. En principio no está mal, aunque debe considerar el presidente del PP que, pasado el tiempo, son más los asuntos que necesitan regeneración y mayores las fuerzas que tratarán de impedirla. ¿Con qué equipo espera Rajoy, si sale ganador, acometer tan difícil como esperanzadora tarea? Dada la confusión de su entorno debiera decírnoslo como prenda de su voluntad real. No conviene olvidar que él mismo formó parte destacada en los gobiernos aznaritas que dejaron pendiente la «regeneración» que les dio el poder y que ahora vuelve a poner sobre la mesa.
Lo único que está claro es que Rajoy, si no gana las elecciones, no tirará la toalla. Entre la perseverancia, que es una hermosa virtud, y la contumacia, un vicio horrible, no hay muchas diferencias. Ambas coinciden en el afán humano de perpetuarse y, más allá de la propia vida, dejar construida una pirámide. Gallardón ya ha instalado la suya en la mismísima plaza de la diosa Cibeles.

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