sábado, agosto 11, 2007

Ferrand, "El solitario" y su compinche

sabado 11 de agosto de 2007
«El Solitario» y su compinche

POR M. MARTÍN FERRAND
TAL cual predicaba mi paisana Concepción Arenal, debemos odiar el delito y compadecernos con el delincuente; pero, añado por mi cuenta, sin llegar al escarnio con las víctimas ni al menosprecio de la sociedad. Jaime Giménez Arbe, conocido por «El Solitario» y bautizado por sus pacientes perseguidores como «enemigo público número uno», reposa ya sus culpas, las que fueren, en una prisión portuguesa. En su día nos dirán los jueces, los de Portugal y España que jurisdiccionalmente le correspondan, hasta dónde llegó su saña, cuáles fueron sus atracos y el alcance de su presunta responsabilidad asesina. Todo criminal, incluso el más abyecto, tiene derecho a un juicio justo y a una defensa adecuada en el marco de las más estrictas garantías. En ello se cimentan nuestra civilización y la esencia del Estado de Derecho.
Otra cosa es convertir el delito en espectáculo y presentar ante la opinión pública -tan moldeable, tan vulnerable- a los delincuentes como si se tratara de héroes incomprendidos con mérito para el estrellato. El abogado José Mariano Trillo-Figueroa, en compadrazgo con «El Solitario», ha organizado en Madrid una conferencia de prensa, se supone que en beneficio de su defendido y cliente, que de no haber resultado chusca invitaría al sonrojo colectivo y a la reflexión sobre los límites que, en una sociedad mediática, tienen los usos instrumentales de la libertad de expresión.
«Jaime trabajaba por la liberación del pueblo español», se ha atrevido a decir su letrado sin que le tiemblen las carnes ni se le desaten las carcajadas. Supongo que el muy respetable Colegio de Abogados obrará en consecuencia y, en lo que permita su reglamento, llamará al orden a tan poco riguroso y lenguaraz colegiado. El ejercicio de la defensa jurídica se circunscribe, o debe hacerlo, al ámbito de los tribunales. La creciente costumbre de ampliar ese territorio a los medios informativos, conferencias de prensa incluidas, no es más que una burda triquiñuela -como se evidencia en este lamentable caso- para confundir a la mayoría y dejar latente una sospecha de inocencia ante quienes ni somos jueces ni tenemos que juzgar.
José Mariano Trillo-Figueroa no actuó en su espectáculo del Hotel Velázquez de Madrid como un letrado en ejercicio; sino como el jefe de pista de un circo imaginario en el que, utilizando los códigos como grada para el respetable, nos presentó, ya que no a la mujer barbuda, a una «víctima» que cuando ha hecho uso de las armas «lo ha hecho siempre en legítima defensa». Incluso al disparar contra la Guardia Civil. Tras la agresión -cierta, no presunta- de «El Solitario», mantenida durante años, nos encontramos ahora con un letrado que nos lo quiere vender como bandido generoso. La resurrección de los bandoleros románticos del XIX. Sólo queda pedir para «El Solitario» la acción de la Justicia y, al tiempo, dedicarle una sonora pedorreta a su cómico y desahogado defensor. Ya le conocíamos.

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