jueves, agosto 16, 2007

Felix Maraña, Los paises ibericos

Los países ibéricos
16.08.2007 -
FÉLIX MARAÑA

Las recientes declaraciones del escritor portugués José Saramago sobre el futurible de una unidad ibérica de países han removido a ciertos opinantes dominantes, para decir lo de siempre: que España es una y trina, aunque más lo segundo que lo primero, tras escuchar a los portadores de la esencia. Rápidamente se han puesto de acuerdo en soltar los tópicos más necios sobre lo convenido, alegando que en el país de Iberia tan sólo pueden llevar esta denominación los linces, los jamones y una línea de transporte aéreo, que acaparó en un tiempo el título de línea aérea oficial. Al lanzar esta reflexión, Saramago ha cogido a todos los ibéricos, incluidos los de pata negra, en plena siesta de verano, tiempo de pensamiento lento y forzado. En este país de ibéricos el verano se presenta propicio, más que para hacer reflexiones de orden histórico, para aventar el rock paleto: un rock palurdo, zafio, vulgar, hortera e insoportable, que hace grande incluso a Manolo Escobar, y que, curiosamente, gusta por igual a la izquierda pija que a la nobleza jamona.Sin embargo, Saramago no ha hecho sino decir en alto algo que muchos intelectuales -intelectuales de los de antes, no de estos de ahora, que parecen especies de recrío en botiquín- han venido planteando en la historia contemporánea, singularmente en los tiempos del 98. A nadie se le oculta la filiación portuguesa de Unamuno (1864-1936), que muy posiblemente no llegó a comprender nunca que Iberia estaba compuesta por dos países llamados España y Portugal, sino por una sola entidad que él soñó, como soñaran Castelao o la propia Rosalía de Castro (1837-1885). El autor de 'Por tierras de España y Portugal' fue más allá de las declaraciones retóricas, y tuvo una permanente comunicación con los grandes escritores lusos de su tiempo. Unamuno y Rosalía fueron los primeros poetas modernos que tocaron la tierra. Juan Ramón Jiménez (1881-1959) decía que ambos, junto con Antonio Machado (1875-1939), vivían «con tierra en los zapatos». Solemne declaración de apego a la realidad elemental de su tiempo, pero también a la trascendencia de la cultura litoral, la que venía de las culturas periféricas, porque toda la Generación del 98 fue eso: un renacimiento al margen de la rigidez cultural oficial española dictada desde el centro inmemorial.Unamuno estuvo en efecto muy atento a lo que Juan Ramón Jiménez, premio Nobel de Literatura, como Saramago, entendía como fruto de la cultura litoral. Por eso le gustaban tanto los llamados poetas dialectales, es decir, los catalanes, gallegos y portugueses. El filósofo vasco estuvo muy unido también a toda la literatura de su tiempo en portugués, y escribió cientos de artículos sobre libros, ideas y mensajes directos de grandes escritores del momento, olvidados en esta cultura española de hoy, toda hecha de enciclopedia, fama y especialidad y en donde los intelectuales, tanto los de izquierda como los de derecha, no han pasado de Felipe II. Unamuno fue amigo personal además de los escritores portugueses Teixeira de Pascoaes, de Guerra Junqueiro, de Américo de Castro, a quien nombró doctor por Salamanca. El propio Juan Ramón se reclamó a sí mismo como un poeta portugués, no sólo por su lindero de Moguer, sino por haberse relacionado personalmente a su vez con grandes escritores portugueses, como Trinidade Coelho, Goas de Barros o el citado Teixeira. Juan Ramón iba incluso más allá, al señalar, junto a la de Unamuno, la «filiación portuguesa» de Machado. Y no sólo porque don Antonio fuera nieto de un portugués, sino porque poetas como los referidos Teixeira o Guerra eran considerados «como hermanos suyos». Y todos los citados no son sino hijos de esa cultura que vive con tierra en los zapatos, pues, en el caso de Machado, ya su padre, inventor formal de la demótica, le inspiró ese entendimiento. Recuerdo que en una conversación con el poeta gallego Celso Emilio Ferreiro, que también tenía sucios los zapatos, nos hablaba de en qué modo podría plantearse este asunto de la unidad ibérica, que Unamuno, en su utopía, daba incluso por resuelto. Como Saramago, que se ha hecho más peninsular, curiosamente, viviendo en las Islas Canarias, otro poeta ibérico, el pacense Manuel Pacheco, ya nos habló de estos asuntos de la comunión ibérica, tanto en sus poemas como en sus reflexiones epistolares. Y de estas cosas sabía mucho Pacheco, que vivía en comunicación con todos los poetas de la periferia -tanto la moral como la geográfica- y no sólo por haber nacido en la fronteriza Olivenza, una localidad en la que la reflexión de Saramago puede entenderse mejor que en parte alguna. Desde el tiempo de los tiempos, la comunidad española y la portuguesa de Olivenza -salvo en los periodos en que los que mandaban les azuzaron en grescas inútiles, llamadas comúnmente guerras, y en las que sólo perdían los de abajo- han vivido en una comunidad ibérica, cordial y mixta, con las únicas trabas formales de contar con distinto pasaporte. En Olivenza, incluso, existe una agrupación cultural que viene postulando por considerar como propias, y lo son, costumbres, canciones, leyendas y folklore de la vecina Portugal.Saramago ha lanzado una idea, cuya trascendencia política no se le escapa a nadie y menos a él, que tantas fotos se hizo con Álvaro Cunhal, el líder comunista portugués. He oído en una emisora que Saramago había lanzado esta idea de comunión ibérica -en realidad, el Nobel lo que dijo es que Portugal acabaría por unirse a España, que es algo distinto y más contundente- para distraer al personal, y que no se hablase de este modo en los periódicos de su reciente matrimonio, que quiso hacerlo muy en secreto, pero resulta que siempre llama alguien al fotógrafo. En esto del matrimonio, en Saramago aparece muy bien representado el comunista que matrimonia en una iglesia católica, que eso sí que imprime carácter y que no deja de ser muy específicamente ibérico.Pero podría nuestro bueno de don José cuidarse de emitir tan profundas reflexiones en verano: ni en Portugal ni en España están preparados para sobresaltos históricos. Sus clases dirigentes viven muy cómodas dándose la espalda. Y no convendría recordar ahora la resistencia española a formalizar su entrada en la Comunidad Europea, el mismo día, y en la misma ceremonia que Portugal. La unión, piensan los políticos, es algo para diletantes, mientras la comunidad intelectual lusa aspira a ser británica, con cuyas islas ha tenido más entente que con su vecina. Y Saramago es una suerte de enlace de la memoria y nos recuerda ahora que, en un tiempo, los intelectuales españoles y portugueses se comunicaron, en diálogo formal y natural. Para Saramago, como para Unamuno, Lisboa y Madrid no estaban en un país diferente.Cuando todavía sonaban los acordes de la revolución portuguesa de 1974 -de la que algunos intelectuales españoles, aspirantes a políticos, sintieron ligera envidia, pero poco más y se les pasó pronto-, un escritor portugués, Manuel de Seabra, se atrevió a lanzar una revista de comunión ibérica, 'Pasárgada', cuyo primer número apareció en 1976, y que aspiraba a ser puente de comunicación entre los escritores de las dos comuniones. Este soporte de filiación integradora duró poco tiempo y yo siempre creí que Seabra nos había dicho que el título de la revista provenía de una palabra lusa que significaba unión. El hecho es que la palabra no existe en el diccionario, según nos confirma el escritor vasco-galaico José Luis Padrón. Que una revista de integración ibérica llevara el título de la primera ciudad del imperio persa aqueménida no parece lo más adecuado, y tal vez por eso no tuvo mucho éxito la publicación. Pero la verdadera razón de su fracaso es otra: los intelectuales de izquierda, que dominaban en ese momento el panorama español, no le prestaron mayor crédito a una publicación que venía de un país y una cultura que, aunque esté en el oeste geográfico, ellos situaban en el sur cultural. Lejos queda, por tanto, una federación política ibérica, una península federal y plurilingüe, como la que, sin especificarlo, soñó el poeta vasco, y comunista, Gabriel Aresti. Éste dejó escrito que, para ser español, o ibérico, a la medida universal, debía uno conocer las cuatro lenguas de España. Él sí las sabía. Claro está que si ponemos el listón tan alto, ese examen no lo pasa aquí hoy nadie, salvo Henrike Knörr. Y el problema es quién podría examinarle. Es decir: Saramago ha lanzado una idea y ha invitado a pensar, pero tiene que reconocer que es una tarea a la que ya, desde Séneca, son muy poco dados los ibéricos de lomo y panza. Y menos en verano, claro.

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