domingo, agosto 12, 2007

Felix Arbolí, Una historia real poco camuflada

lunes 13 de agosto de 2007
UNA HISTORIA REAL POCO CAMUFLADA
Félix Arbolí

E NRIQUETA y JAIME, llevan cerca de cuarenta años casados y no han tenido mucha suerte en la vida. No tienen hijos y la pensión del marido apenas llega para pagar la casa y los gastos más imprescindibles. Llevan una vida de miseria pero con dignidad. Algo muy difícil en nuestros días, no porque no exista la miseria, sino porque escasea la dignidad. Hay noches que el vaso de leche y el trozo de pan constituyen su cena, merienda y a veces hasta el almuerzo. Donde no hay, no existe oportunidad de encontrar nada. Siempre van juntos y demuestran ser muy limpios, mucho más de lo habitual en su entorno. Son los típicos viejecitos que morirán cansados de sufrir, de engañarse mutuamente en sus decepciones y necesidades para no perturbar a su pareja y que no conocerán la soledad, ya que seguirá el uno a la otra, o viceversa, cuando Dios disponga que ha llegado la hora de su liberación. En cierto aspecto, les envidio y admiro por su fortaleza, su fe en la bondad del prójimo y su optimismo en mantener ilusionados la esperanza de que algún día pueda ocurrir un milagro. Hartos de la hambruna y la incapacidad de atender a sus diarios problemas con una pensión de miseria, decidieron ir buscando en contenedores, rincones y portales lo que otros desechan por inservibles y con su venta en el Rastro los domingos, sacarse unos euros que para ellos supone casi un milagro de Lourdes. ¿Qué pueden sacar dos viejos incapaces para trabajar, de lo que tiramos y desechamos?. A lo mejor, con un golpe de suerte, llegar a los veinte euros, reunidos a base de céntimos. Lo que dejamos en el restaurante de propina, tras una comida familiar. A ellos, por supuesto, les significa poder comer más decentemente algunos días de la semana. Sin extralimitarse. Los conozco desde hace muchos años. Más de los que yo creía iban a poder durar con ese plan de restricciones y fatigas. A veces, avergonzado de verlos en esa situación, les he pagado los veinte euros y les he dejado con su mercancía, que a mi, como es lógico suponer, no me iba a hacer ninguna falta. Ha habido días que han insistido en que cogiera el género tan diverso como innecesario, y para evitarles la vergüenza de la limosna, he tenido que hacerme cargo de ella y dejarla en cualquier otro lugar, si no he podido introducírsela sin que se dieran cuenta en sus mochilas y el carro de la compra que llevan en sus recorridos. Denigrante para un ser humano contemplar este cuadro de hambre y pundonor, sin sentirse asqueado por su abominable indiferencia. Gracias a nuestro encomiable Alcalde Sr. Ruiz Gallardón, que Dios guarde muchos años, aunque mejor si lo mantiene fuera del municipio madrileño, los señores agentes de la Autoridad, vulgarmente conocidos como guardias municipales y en el argot callejero como “guindillas”, tienen la importantísima misión de estar durante toda la mañana en ese popular y tradicional mercadillo, (al que tiene enfilada la proa el aludido Gallardón, ya que a él le traen al pairo las tradiciones, si ellas les impiden las edificaciones de altura y aparcamientos de lujo), para impedir que nadie pueda vender nada, si no lo hace a través de un puesto pagado y medido al milímetro. A más de uno de estos agentes he visto metro en mano midiendo que ningún puesto exceda de los límites marcados y cobrados. ¡Vaya ocupación más útil para la comunidad!. Esta gestión dominguera de excepcional importancia para la buena marcha de la ciudad, les deja un buen sobresueldo. No me extraña el despliegue. Estos señores han dejado a mis amigos los viejecitos sin mercancía y por lo tanto sin dinero para comer algo más de lo que le permite esa ridícula pensión. ¡Claro, como no se tratan de etarras arrepentidos, se pierden el sueldo por no hacer nada!. Porque en esta España de mis amores hay que ser maricón, puta distinguida, terrorista o emigrante sexual y capricho de alguna viaje excéntrica, para que puedas vivir cómodamente sin que nadie te moleste lo más mínimo. Al revés, te lloverán, las pesetas por contar tus amoríos de cama e historias que debieran abochornar a sus protagonistas, a los que les pagan y a esa pléyade de “juzgadores” que los presentan y entrevistan. A mis viejitos le requisan su mercancía, lograda a base de muchas noches perdidas de sueño por esas calles de Madrid, para que los señores agentes de la autoridad, que cumplen con su deber con un celo encomiable, lo tiren en el primer contenedor que encuentren disponible. No creo que se les ocurra lleva esos trapos y extraños objetos al almacén de la Villa. ¿Es tan malo volver la cara a otra parte y dejar que esos pobres seres, que bastante desgracia tienen con su situación, puedan sacarse unas escasa pesetas que a ellos les vendría muy bien?. ¿Que pasa con los gitanos que ocupan las esquinas de la Puerta de Toledo con sus carros y puestos llenos de frutas y flores?. ¡Anda que pasan desapercibidos!. ¿Es que esos no están infringiendo las ordenanzas municipales en mayor cantidad y con mayor alevosía?. Pues no les pasa nada y están toda la mañana exponiendo y pregonando sus mercancías. No es que me molesten, pretendo que todos puedan ganarse la vida honradamente, y no se tengan que dedicar a quehaceres más perjudiciales, pero me gusta que estos agentes, si el Sr. Gallardón es tan intransigente y leonino que les obliga a perseguir y requisar el género a unos pobre viejos, que no hacían daño a nadie, lo hagan con todos los que merecen ese acoso constante y no solo con los más débiles. ¡Con los carteristas, tironeros y demás jauría, nada de nada!. Esos viven y trabajan a su aire, ya que si nos lo cogen en el acto, hay denuncia del perjudicado e identificación del malhechor o son los propios visitantes quienes les advierten “faenando” y les aguantan y llevan hasta los señores agentes, no ocurrirá nada. Pienso que éstos estarían mejor persiguiendo delincuentes, que acosando a viejos que viven en la miseria y de la miseria que desechan los demás. ¡Era desolador el panorama de estos pobres ancianos, al ver como se llevaban sus géneros! Esta semana se quedaban sin oportunidad de saciar su hambre, por obra y desgracia de un municipio que lo que tenía que hacer es dejar de comprar palacios y edificios suntuosos para unas oficinas y despachos, donde no gestionan la que debe ser su misión principal: velar porque nadie en su comunidad pase hambre. ¿No hay forma de que nuestras autoridades tengan más sensibilidad con los ciudadanos más necesitados y les dejen ganarse unas pesetas honradamente?. La historia es real, los personajes existen, el hecho sucedió así, solo he cambiado nombres y algunos detalles para evitar el bochorno a los protagonistas que perdieron su pequeño “negocio”, tan necesario para poder malvivir y con mayor motivo aún a sus abusivos inquisidores que demostraron una carencia absoluta de sensibilidad y solidaridad con la desgracia ajena. Solo le pido a Dios que no se vean ellos o sus familiares en idéntica situación y con tan generosos censores.

No hay comentarios: