domingo, agosto 12, 2007

Felix Arbolí, Mucho arroz y muy poco pollo

domingo 12 de agossto de 2007
MUCHO ARROZ Y MUY POCO POLLO
Félis Arbolí

L OS concursos televisivos se han convertido en programas de fecunda actualidad. No hay cadena que no los ofrezcan en su programación, para que el público presente en el plató y el que se encuentra cómodamente en el salón de su casa, pase unos momentos divertidos ante el apuro, ridículo, éxito y fracaso del concursante de turno. Los hay de varios formatos y muy distintos temas: de cultura general, habilidades artísticas, de juegos y divertimentos, de aptitudes para sobrevivir en islas y casas “incomunicadas”, y hasta los que suponen una especie de tira y afloja, en el que se van ofreciendo varias y alternativas opciones a los participantes que, normalmente, ante la habilidad y la labia del presentador, siempre se quedan con “lo puesto” o con la menos interesante, salvo raras excepciones. Es como un “trilero” televisivo en el que a través de habilidosas argucias y juegos de palabras, a base de una aguda agilidad mental y oral por parte del que dirige el juego, se llevan al concursante al sobre, caja o “carta” menos favorecidos. Además, no todo lo que reluce es oro. Se ha comentado que en algunos casos, lo ignoro, cuando se recoge el deseado coche u otros premios importantes, el ilusionado ganador debe pagar Hacienda, seguros, etc. Si ello es cierto, que no me extrañaría, los “desafortunados afortunados”, se darían cuenta tarde que hubiera sido mejor no participar y ganar a que le pongan a uno los dientes largos, para irse peor a cómo se llegó. Lo digo no por propia experiencia, ya que nunca me he creído eso de que te llamen y por unas paparruchadas más o menos ingeniosas y oportunas, te devuelvan a casa con miles de euros en los bolsillos. Lo cual no quiere decir que en toda regla no existan las correspondientes excepciones. Recuerdo que en 1982, cuando España fue la sede del Campeonato Mundial de Fútbol, se organizó un concurso televisivo sobre el tema. Era a base de grupos o equipos de concursantes que se iban eliminando mediante preguntas y respuestas. Unos compañeros del entonces ministerio de Marina, donde yo trabajaba, participaron en el mismo. Yo les ayudé facilitándole libros, documentos y datos sobre los temas, ya que estaba en plena actividad y muy conectado con hemerotecas, bibliotecas y demás. Contra todo pronóstico, fueron eliminando a sus adversarios y ganaron el fabuloso concurso ante toda España. Entre los ganadores se hallaba un sargento amigo, Tomás, destinado en el mismo Juzgado que yo. Era enorme su alegría al verse ganador en esa olimpiada del saber. Lo curioso y desconcertante vino después, cuando les dijeron que ya recibirían el premio del que a pesar de sus continuas peticiones y gestiones, aún continúan esperando. Incluso se atrevieron a acercarse al director del programa, cuando lo encontraron cenando en un restaurante madrileño y le reclamaron su entrega, ya que las llamadas telefónicas resultaban inútiles. Solo obtuvieron como respuesta el que se pusieran en contacto con su secretaria. Pero “rien de rien”. Ignoro el final de tan rocambolesca aventura, pero si hubo arreglo sería después de mucho batallar durante bastantes años. ¿Por qué no entregan los premios sin son en metálico, en billetes de banco y en el acto ante todo el público?. Solo he visto en el titulado “El negociador”, de Javier Capitán, en la primera cadena, entregar el dinero al concursante. También y presentado por este agudo y avispado profesional, el de “Metro a Metro”, en Telemadrid. Este por experiencia familiar, ya que uno de sus programas fue destinado a adultos y niños y participó mi hijo con mi nieta Irene, a la que en su domicilio y a muy escasos días le llegó el cheque canjeable por juguetes en un centro comercial. Tampoco es normal que tengan el detalle de recoger con la cámara y exponer al público el momento en que el notario interviene y da fe de que ese premio obtenido a base de una simple llamada telefónica o mensaje, es real y reúne todas las garantías necesarias. ¿Se han dado cuenta del bombardeo continuo y descarado a que nos someten en los programas, que nada tienen de concurso y por los propios presentadores, solicitando insistentes nuestras llamadas y “sms”, para obtener unos incentivos metálicos muy codiciosos?. Ya hasta en los partidos de fútbol. Tanta machaconería me da la impresión de que debe ser una fuente de ingresos para la cadena muy importante y el detalle de que al final te pongan un nombre y dos apellidos y una localidad donde figura que reside, que a mi me resulta insuficiente. Ni acta notarial, momento del sorteo, entrega de premio ante el público o los vecinos, como sería lo normal para dar verosimilitud al concurso, etc. ¿Y esos sueldos durante un año que se ofrecen por una simple llamada con suerte y por parte de los propios presentadores de un programa?. Si yo fuera dueño de un negocio que sorteara millones entre mis clientes, lo lógico, comercial y eficaz, sería que hiciera la entrega de los premios a bombo y platillos, para que sirviera de garantís y constancia. Noches pasadas, en mis horas de soledad, estuve presenciando en varias cadenas televisivas, demasiadas a mi parecer, a unas chavalas sudamericanas, un tanto llamativas en su forma de vestir y presentarse, que junto a unos chavales que me resultaban desconocidos de los programas habituales, ofrecían un panel donde en forma de “sopa de letras” aparecían una serie de palabras que había que encontrar y mencionar para ganar el premio. Era lo más sencillo del mundo y además la chica, que aturdía por su continua verborrea, se afanaba en dar pistas y más pistas. Vamos que ya solo faltaba que pronunciara la palabra buscada. Me extrañaba que ante tantas facilidades no estuviera sonando el teléfono de continuo y los euros volando de un domicilio a otro. Así que quise probar la realidad del asunto y descubrir donde se hallaba el “quid” de la cuestión. Llamé varias veces, a sabiendas que no iba a conseguir nada y efectivamente en todas me daban carrete, me asignaban un número para intervenir y me largaban con muy buenas promesas. En una de ellas, me dijeron que estaba en el décimo lugar para intervenir y cuando pasado bastante tiempo y viendo que nadie llamaba al programa, volví a insistir, obtuve la misma respuesta. Pero ese décimo lugar no llegó en ningún momento y mientras, la chica insistiendo en recibir las llamadas y ofrecer euros a peseta. No quise escribir sin haber tenido la experiencia. ¿Quiénes son los que alcanzan la dicha de que su voz llegue a las ondas y se oiga en las pantallas?. ¡Ah, eso nadie lo sabe!. Y mientras la cuenta corriente de unos señores o entidad nutriéndose de las pesetas de unos desesperados incautos, que creen hasta en los Reyes Magos. ¿Por qué suelen elegir a sudamericanos para atender a este tipo de negocios, hasta para las llamadas de financieras, insólitas propuestas, promociones telefónicas y otras cuestiones por el estilo?. ¿Es que acaso son más de fiar y mejores en convencer que los propios españoles?. ¿Hay algún experto que me lo pueda aclarar?. La verdad, es que estoy un poco harto de que vengan de fuera a nuestra propia casa para engañarnos, convencernos de lo incierto y ofrecernos paraísos sin ni siquiera tener una triste manzana que echarnos a la boca. No quiero ni pretendo decir que todos los concursos sean una farsa. ¡Dios me libre de tamaña y exagerada afirmación!. Pero si quiero destacar que debería haber un mayor control sobre los mismos, en defensa de los ingenuos ciudadanos que todavía creen en milagros sin necesidad de la intervención divina. ¿No se han dado cuenta que si no fuera una bicoca para ellos no se empeñarían tanto en que participáramos, incluso cortando la retransmisión del partido en el momento en que nuestro equipo está a punto de meter un gol, o cortando por las buenas la marcha de una entrevista, desarrollo de un programa y la aparición del protagonista de la noticia?. ¿Hasta cuando vamos a seguir siendo un país de hambrientos y alelados borregos?. Pero los concursos ofrecen además otra lectura no menos interesante y digna de tenerse en cuenta. Me refiero a los culturales. Hago excepción de “Saber y ganar”, donde Hurtado, Pilar y compañía, demuestran seriedad, limpieza y altura de miras. Sin olvidar al invisible y omnipresente Juanjo, que debe ser una especie de Solón o Sócrates. Aparte del nivel cultural que se advierte entre los participantes, nada frecuente entre el resto de concursos de ese estilo. No me extraña que lleve diez años en antena y le auguro muchos más, pues es un auténtico aliciente presenciarlo. Hubo otro, no se si regresará tras el verano, que me agradaba y me parecía realmente curioso. Me refiero al de ¿Quiere ser millonario?, tan certeramente llevado y amenizado por Carlos Sobera. Buenas preguntas, una forma inmejorable de ampliar nuestros conocimientos en muy distintos temas y ameno en su forma y desarrollo. Tampoco se daba un bajo nivel entre los participantes, aunque hubo algunos que deberían haberse quedado en casa y no hacer el ridículo tan ostentosa y públicamente. Lo que no me agradaba era el detalle de esos cheques, no bancarios, que entregaban al concursante. Una mención especial a “Cifras y letras”, de la sobremesa, aunque más que cultura se precisa agilidad mental y pericia en sumar, restar y multiplicar. Como divertimento, no está mal. Sobre todo la joven profesora de fácil sonrisa y bonito rostro. No todos los culturales dejan tan buen sabor de boca, hay algunos que nos hacen sentir vergüenza ajena ante la ignorancia crasa y supina del caradura de turno que se atreve a hacer pública su carencia absoluta de conocimientos. En palabras del vulgo tienen más cara que un saco de monedas. Van a ver si cuela y se ganan los euros de la prueba. Como hay veces que suena la flauta por casualidad, hay algunos que esperan el milagro de san Agapito o de santa Ramona. Creo que deberían tamizar más a los concursantes antes de seleccionarlos, para evitar no solo su fracaso y ridículo, sino restar seriedad, incentivo e interés al programa y por ende a la cadena televisiva. En este breve repaso a los concursos de la tele, no debo omitir al que presenta Jesús Vázquez, donde ya hasta el título es infamante y vergonzoso “Guapos contra inteligentes”. O algo similar. Lo vi por curiosidad, para conocer el temario y formato y me sentí ofendido y asqueado. Era denigrante ver a una serie de individuos representando a los “guapos” y, la verdad, si esos y esas son guapos y guapas, yo soy el Obispo de Roma, con todos mis respetos para S.S., Unos cuerpos normales, con rostros que no despertaban el mínimo interés, ni admiración y una incultura que rayaba en lo grotesco. No debían ser considerados ni siquiera como pasables. ¿De donde sacaron a esa “guapas”, que no tenían ni el aliciente del relleno de la silicona y que reían y gritaban como histéricas poseídas?. Las preguntas y fotos que les presentaban estaban a la altura de cualquier chaval normal de diez años. Pues ellos ni puñetera idea. Confunden a Teresa Fernández de la Vega, nuestra espigada y sentenciosa vicepresidenta, con Teresa de Calcuta. ¡El colmo de la desfachatez!. Los oponentes, que debían ser los feos, (y parecían elegidos con ese fin), pero inteligentes, tenían que ridicularizarse a base de grotescas pantomimas y ejercicios. En suma, queriéndonos demostrar, esa es al menos la impresión que yo saqué, de que lo bello es memo y lo inteligente, feo. ¿Quién ha realizado la selección de esos individuos?.. ¿Qué pretenden con este concurso que crean que somos un país de individuos analfabetizados?. ¿No existe un control de calidad para programas ? . ¿Y esto lo desarrollan en ese manual de la ciudadanía?. De bochorno y pena. Pues ellos tan felices y contentos, abrazándose y saltando de alegría, cuando sonaba la flauta por casualidad y acertaban. ¿No tienen sentido del ridículo?. El espectador del programa veía más muslos y delanteras que muestras de sabiduría popular. Personalmente, me gustan y distraen los concursos. Resultan curiosos y entretenidos y si el temario es bueno hasta puede servirte para ampliar tus conocimientos o recordar los que se hallaban un tanto olvidados. Los que participan sin una elemental preparación, demuestran tener una cara más dura que el hormigón, o padecer una empanada mental que les impide valorar sus propios conocimientos y tratar de evitar tan tremendo patinazo. Me da la impresión que son personas que van por la vida sin rumbo fijo, ni camino trazado intentando medrar a costa de la casualidad y la suerte. Algunos, hasta tienen su golpe de fortuna y salen airosos aunque ellos mismos, en un rasgo de sinceridad reconozcan que han acertado de manera fortuita, sin tener una mínima idea de cual era la respuesta acertada. Y claro esta brisa de improvisado acierto, anima a intentarlo a otros muchos con idénticas carencias de conocimientos. No quiero pensar mal para opinar que obedece a algo preparado de antemano para atraer las moscas al pastel. Presenciando estos programas me he podido dar cuenta de la escasa calidad de nuestra actual enseñanza, incluso universitaria. Me resulta incomprensible que todo un licenciado, con lo que ello supone de años de estudios, materias tratadas (o que deberían ser tratadas) y experiencias acumuladas ante los libros, sea incapaz de contestar sobre un tema que en mis tiempos dábamos en los primeros años del bachiller y aún mantengo fresco. Unas preguntas que hasta nuestros mayores, que no gozaron de oportunidades, serían capaces de contestar adecuadamente. Y lo que más me subleva es que hagan mención cara al público de su carrera. Se saben antes la alineación de un equipo de fútbol, el autor de una canción o el nombre del conjunto musical que la lanzó, que el nombre del último rey de España, (antes de la República), la capital de Suiza o el monte más alto de Europa, pasando por alto nuestros ríos, montes y regiones. Increíble pero cierto y comprobado para desgracia de todos.

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