jueves, agosto 16, 2007

Felix Arbolí, Mis buenos amigos inmigrantes

jueves 16 de agosto de 2007
MIS BUENOS AMIGOS INMIGRANTES
félix Arbolí

E S raro hallar algún medio de comunicación o tertulia donde no se toque el tema de la inmigración. Si intentáramos olvidarlo, cuestión algo imposible si tenemos que circular por calles y plazas e ir sorteando esas zanjas y advirtiendo las nuevas construcciones o visitar oficinas, talleres, restaurantes, bares y demás, ya se encargarán de recordárnoslo los noticieros televisivos, con su carga dramática y social para hacernos más indigesta la comida y motivarnos la conciencia. Nadie se pone de acuerdo sobre si nos supone ventajas y beneficios o es mejor dar marcha atrás y quedarnos con lo que teníamos. Es normal. Hasta hace pocos años los que entraban en España para trabajar o rehacer su vida eran almas contadas. No sentíamos ni advertíamos su presencia ya que se diluían entre la masa autóctona y no los notábamos en nuestras habituales maneras de vivir. Nadie se consideraba xenófobo. Todo lo contrario, nos caía bien ese chino, moreno, rumano o guineano que alquilaba la vivienda contigua y se cruzaba en las escaleras, donde nuestros respectivos saludos eran corteses y amables. Yo recuerdo con especial cariño a una familia de cubanos exiliados, los Ocaña, con los que nos unió una especial amistad y hasta pasamos alguna fiestas, incluso las de Navidad juntos. Momentos entrañables que nos hicieron participar en muchos eventos cubanos, incluida esa comida homenaje a Rafael Díaz Balart, cuñado de Fidel Castro, en el Casino de Madrid. También tengo excelentes recuerdos para una pareja de idéntica nacionalidad, artistas ellos y afincados en España, Lolita la Tapatía y Miguelito CMQ. Grandes amigos de allende los mares, cuya relación sería tan extensa como innecesaria. Uno de mis grandes amigos en el Ministerio, era un Oficial de Infantería de Marina, originario de Guinea Ecuatorial y nacionalizado español, al que en más de una ocasión me he encontrado por el barrio. Vive y trabaja por este sector tras su pase a la reserva. Hugo Ferrer, es un veterano periodista argentino, al que me he sentido muy conectado en mis tiempos profesionales. Hasta mi propia portera es ecuatoriana y me llevo muy bien con ella y toda su familia, que poco a poco ha ido reuniendo en su entorno. No era racista bajo ningún concepto o motivo, pero tanta abundancia, me temo, que me está haciendo cambiar. Y no experimento este cambio por naturaleza, convicción o sentimientos, sino que es una evaluación a base de sopesar los pro y contra de este fenómeno tan generalizado y hasta el considerar su procedencia. Estos son los elementos de juicio que me motivan a renegar o simpatizar según maneras y formas de comportamientos y actitudes. Normalmente, los que defienden a los inmigrantes a capa y espada, sin pegas de ninguna clase, son los que viven en barrios residenciales, alternan en sitios de lujo o que seleccionan a su personal y los que desarrollan su vida y actividades en zonas, provincias y ciudades en las que la inmigración aún se mira como un fenómeno nuevo y necesario, al que se puede uno adaptar fácilmente. Hay ejemplos como el de nuestra compañera Blanca y otros foristas y amigos que nos cuentan su maravilloso contacto con seres procedentes de más allá de nuestras fronteras. Casos aislados que tienen ciertos aires exóticos y dignos de curiosidad por conocer vicisitudes, ignoradas costumbres y detalles sobre la procedencia de ese ser que se ha cruzado en nuestro camino y que no es muy frecuente encontrarnos en nuestra cotidianidad. Son personas que escapan del ambiente al que estamos acostumbrados y los vemos encantadores, porque pueden serlo habitualmente, al relatarnos sus vidas y circunstancias. Los entiendo cuando exponen sus experiencias y alegan sus razones para defender a todos cuantos llegan a nuestras costas y fronteras, pero me temo que lo hacen sin detenerse a examinar las ideas, objetivos y criterios que mueven a muchos para colarse en nuestro país por la puerta falsa y esperar nuestra acostumbrada generosidad y filantropía. Incluso su procedencia y creencias, que han de ser factores muy determinantes para preocuparnos o no de su masiva llegada. Bien es verdad, que no se deben juzgar a todos por igual. Es como si yo considerara a todos mis amigos bajo el mismo prisma. No todos mis contactos con foráneos han sido recuerdos gratos, también hubo algunos adversos, como el de ese periodista colombiano que me dijo que la raza española estaba ya gastada y que ellos traían los nuevos genes que necesitábamos para su mejoramiento. Me sublevó su desconsiderada fanfarronería. Máxime hallándose en un país que le estaba quitando el hambre y ayudándole a recuperar su deteriorada dignidad personal. Blasonaba de sus orígenes y nos trataba como a viles colonialistas, hasta el extremo de que tuve que recordarle que si él podía presumir de raza era gracias a los colonizadores y sus acompañantes que se mezclaron con los indígenas y no se dedicaron a exterminarlos como hicieron los del norte con los pieles rojas. Tengo un buen amigo libanés, antiguo canciller de su embajada en Madrid y escritor enamorado de nuestra historia y nuestra cultura, llamado Simón, que es cristiano maronita, y al que cada vez que nos encontramos, con mutua y gran alegría, me cuenta las enormes barrabasadas que están haciendo con su tierra, la llamada antes ”Suiza de Oriente Medio” por su paz y tranquilidad. El me previene contra unos y otros y me atemoriza ante la llegada masiva de musulmanes a nuestras costas. Conoce el tema por experiencia y sabe las consecuencias que ocasiona la tolerancia ante el fanatismo religioso de los islamistas. A este respecto me acuerdo también, de un periodista egipcio, muy conectado según decía con las altas esferas, al que tuve la oportunidad de entrevistar y con el que llegué a tener una buena amistad, que se empeñaba en que colaborara en algún diario de su país, pues periodísticamente conservaba muy buenas relaciones y conexiones con las embajadas árabes en aquellos tiempos. Por mi, lógicamente, no existía el menor inconveniente, pero si lo hubo cuando me dijo que tenía que firmar un documento en el que hiciera un juramento de mis sentimientos antijudíos. Eran los años sesenta, cuando Franco nos comentaba en sus discursos su famoso contubernio judeo-masónico y en esos días yo había publicado en el diario “Pueblo”, un reportaje sobre la fiesta judía del “Yonkipur”o “día del perdón”, que se había celebrado en los salones del Hotel Plaza de Madrid y en la que hice amistades con bastantes judíos españoles y de más allá de nuestros límites geográficos. Mi negativa a firmar tal documento y la publicación de la fiesta judía, fueron dos banderillas bien colocadas que dejaron al morlaco de mi colaboración fuera del ruedo. Estos detalles, a mi entender, avalan mi postura de que cada tema debe ser tratado según las circunstancias que lo rodean y presentan y han de ser enjuiciados por separado. Sopesando sus ventajas e inconvenientes antes de emitir nuestro veredicto, si queremos ser honestos y veraces. Con la inmigración pasa exactamente lo mismo. Tienen razón los que la defienden y alaban como algo bueno, necesario y eficaz, que me figuro que algo habrá de razón en tales cuestiones. Pero son muchos los que comentan y contemplan la corrida cómodamente instalados en la barrera, sin que el peligro que se desarrolla en el ruedo le signifique una mínima preocupación. Opino que también debe tenerse en cuenta y comprender a los que la ven como una auténtica invasión de gente extraña, más llena de problemas que de soluciones y se ven obligados a tener que convivir pared con pared, con esos pisos pateras, sus continuos gritos, broncas, músicas salseras a todo volumen, broncas, borracheras y todo ese ambiente extravagante e insoportable que en sus países puede ser normal, pero a nosotros nos sienta peor que una patada en los mismos… Una cosa es conocer las devastadoras consecuencias de un terremoto o inundación en Japón, la India, China o cualquier otro lugar alejado de nuestro entorno, cuyas trágicas y dolorosas escenas nos conmueven, pero no nos corta la digestión, desgraciadamente, y otra muy distinta enterarnos y padecerlo en nuestras proximidades y personas afines. Nadie, dice el refranero, escarmienta en cabeza ajena. Y es sencillamente verdad. Hablar sobre la inmigración, es tema tan complicado y difícil, dada la variedad y distinta procedencia del elemento humano que la forma, como intentar generalizar y evaluar a groso modo a los alumnos de un colegio, sin las lógicas excepciones y consideraciones no ya sólo respecto a su conducta, sino en su mayor o menor facilidad para asimilar las enseñanzas del profesor y hasta del diferente ambiente social y familiar que vive cada uno. Nadie en su sano juicio puede decir que todos sus alumnos son excelentes, limpios y con ganas de aprender. Deben existir las normales excepciones. Los habrá mejores, regulares y peores como en todo patio de vecino. Lo que si puedo afirmar es que es un tema problemático que, aunque no lo parezca, no ha empezado todavía a dar pródigamente sus frutos y cizañas y por ello no podemos saber aún en cual de las dos será más generoso. Lo que si temo. Es que se está produciendo una entrada excesivamente masiva e incomprensiblemente incontrolada y nada selectiva, que a la larga nos va a repercutir negativamente. De hecho ya lo está haciendo en múltiples localidades españolas, donde exceden a sus propios naturales, con la cantidad de inconvenientes de todo estilo que ello supone. Los rumanos de Blanca, serían modélicos y encantadores, como a esa otra señora que con una amplia sonrisa le regalaron flores, cuando ambos las adquirían para su visita a un hospital. ¿Por qué no van a ocurrir esos casos y otros muchos si no todos son hijos del mismo padre, aunque pertenezcan al mismo país?. Pero no nos dejemos deslumbrar por los focos de un coche que se nos cruza correctamente, sin que ello sea óbice para reflexionar que en el mismo pueda viajar un asesino a sueldo, etarra no arrepentido y por tanto sin sueldo oficial o ese hijo de mala madre que va tras su pareja para mandarla al otro mundo. No todos los coches, aunque parezcan iguales, lo son; ni sus viajeros tienen idénticas intenciones, aunque vayan mezclados en su interior. Y menos aún si nos lo encontramos en cantidades abusivas, circulando por nuestras carreteras, con distintas cilindradas y hasta diferente intensidad en las luces de sus faros.

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