jueves, agosto 30, 2007

Felix Arbolí, El encuentro del águila y el cóndor

jueves 30 de agosto de 2007
El encuentro del águila y el cóndor
Félix Arbolí
S IEMPRE he sentido especial interés sobre el mestizaje en nuestras antiguas Colonias, tras el inevitable proceso de su conquista y colonización. Es un asunto realmente interesante que suscita variadas y controvertidas opiniones. Lo que nadie puede poner en duda, a pesar de los “chavistas” y demás compañeros mártires, precursores de esa República Bolivariana que jamás pasará del intento, es que esa insólita y gloriosa etapa de nuestra Historia, es un ejemplo no superado por país alguno y a la que ellos deben su nueva cultura. Algo que intentan vilipendiar sin darse cuenta que si pueden alardear aún de sus raíces indias, es gracias a nuestro mestizaje que les permitió no ser exterminados o recluidos en reservas como ocurrió con sus hermanos en el norte de tan vasto Continente. Debo aclarar que aunque es tema que me ha apasionado a lo largo de mi vida, no es posible desarrollarlo en la brevedad de unos folios. Para tratar en profundidad la increíble y gloriosa gesta protagonizada por España en todos los confines del mundo entonces desconocidos, haría falta dedicarse en exclusiva a la lectura de tratados, crónicas y ensayos, que me atosigarían antes de poder terminar el proyecto. Según un recuento que hice a vuela pluma, omitiendo con toda seguridad una cantidad bastante considerable, superaban con creces el centenar los descubrimientos geográficos, islas y territorios en todos los mares y continentes hechos por españoles. Algo que ninguna otra nación ha sido capaz de superar, le pese a quien le pese. Están en la Historia. En estos tiempos tan convulsos y disparatados que estamos viviendo, parece que el descubrimiento de ese Nuevo Mundo, situado más allá de los confines aconsejables de ese mar tenebroso y desconocido, es un hecho por el que España, nuestra siempre vapuleada e incomprendida España, debería sentirse culpable ante el mundo y ante Dios. Lo quieren convertir en una hazaña vergonzosa, como si se tratara de una historia indigna y salvaje que deberíamos olvidar y hasta avergonzarnos. ¡Cuanta envidia y vileza ocultan esas consideraciones!. Ni siquiera el hecho de llevar nuestra sangre y nuestra cultura, les hacen sentirse encariñados con la Madre Patria, aunque no quieran utilizar tan bonita y entrañable expresión, salvo que ocurra un cataclismo o desgracia de enormes consecuencias. Entonces, como ha ocurrido desgraciadamente en ese entrañable Perú, su Presidente apelará a la “Madre Patria España”, para que acuda a paliar sus necesidades y tragedias. Hubo un tiempo, en el que la palabra “madre “, quedó suplantada por la de “hermana” y así nos consideraban “oficialmente” esos países de sangre, lengua y cultura españolas, y recalco lo de española, ya que se empeñan en considerarlos latinos, como si hubieran sido Julio César y sus legiones los que los descubrieron y colonizaron. A veces, aun cuando nos utilizan como alivio de sus necesidades y carencias, nos citan despectivamente como potencia colonialista y explotadora. Pero lo más curioso del caso es que los que más atacan a España, son los descendientes de los antiguos españoles que llegaron a esas tierras y se convirtieron en la raza dominante y el germen de su posterior independencia, cambiando sus sentimientos hacia la patria de sus mayores por el afán mercantilista y el uso y disfrute de los magníficos latifundios que se habían reservado. Sus próceres más destacados y ensalzados, los héroes de su “gloriosa revolución”, estudiaron y se educaron en España y tenían en ésta vieja y lejana patria a sus ancestros. Si no somos ni “madre”, ni “hermana”, sino los malvados que nos llevamos sus riquezas y los exterminamos sin piedad. ¿Quiénes son los que llenan sus calles y plazas y ahora las nuestras, “muertos vivientes”?. Me enervan los que ven la obra de España como expolio y exterminación del indígena, ya sea maya, inca, chachapoyas (que eran blancos y rubios, posiblemente de procedencia europea precolombina y habitantes de la parte norte del Perú, hoy llamados “gringoitos), mapuches chilenos, aymarás argentinos, charuas del Uruguay, que constituyen el diez por ciento de la población, chinchas de Colombia, “quechuas”, etc etc. De cada dos peruanos, según las estadísticas, uno es indio y el “quechua” se habla tanto como el español. ¿Dónde está ese exterminio racial?. ¿Cuántos quedan en América del Norte, tras su conquista y colonización por parte de los ingleses, que tienen a los escasos supervivientes en reservas como si fueran búfalos, esperando su total extinción?. Entre España, esta vilipendiada “madre de naciones” e Inglaterra “madrastra” de colonias, hay una diferencia abismal, ya que ellos jamás han consentido oficialmente el mestizaje, ni aún siquiera entre los hijos de la “perla” de su Imperio, la inmensa y fascinante India, a los que prohibían usar sus mismos transportes públicos, acceder a sus restaurantes y clubes sociales y que se originara el menor intento amoroso entre los puritanos británicos, señores del Universo, y los infravalorados habitantes del país donde todos su habitantes, a excepción de los rajás, cuya mesa y riqueza compartían, eran considerados casi como apestadas e innobles criaturas. Pero esas diferencias y vetos llegaron hasta la fecha de su misma independencia, en pleno siglo XX. Según datos obtenidos en la prensa actual, no me remonto a los tiempos de “Maricastañas”, 38 millones de animales son sacados ilegalmente cada año, por la frontera de Brasil y solo uno de cada diez, llega vivo a su destino. 350.000 indios sobreviven en las 215 comunidades que hay en el mismo país. En tiempos de Orellana, sobrepasaban los siete millones. El 30 por ciento de la selva ecuatoriana está contaminada por los 300 pozos petrolíferos, que los españoles dejaron intactos, pues no había surgido aún la fiebre del oro negro. ¿Qué pasa con el beneficio de esos pozos?. ¿Por qué tienen que emigrar masivamente sus legítimos propietarios?. El desastre amazónico alcanza proporciones descomunales, pues en los últimos 40 años se han desvastado 700.000 kilómetros cuadrados. Solo el 10 por ciento de las plantas existentes en esa caja de sorpresas llamada América, sin abrir aún totalmente, es conocida y está catalogada y la gran mayoría tiene enormes propiedades medicinales. ¿A qué esperan los dueños de tan vasto dominio y riqueza?. Existen 2.500 especies de peces, 125.000 plantas y la mitad de los insectos conocidos en todo el mundo. Contiene esta selva que están destrozando impunemente el 40 por ciento de la biodiversidad del planeta y el 20 por ciento del agua potable del mundo en sus ríos. ¿Quiénes están esquilmando y explotando tanta riqueza acumulada y no saqueada durante la colonización y dominio español?. ¿Por qué no se beneficia el pueblo indígena de ello?. Son preguntas a las que España no puede responder, ni los españoles sentirnos responsables. Para enjuiciar la labor de España en esas tierras desconocidas hay que tener en cuenta, en primer lugar, la época en la que se llevó a cabo. Eran tiempos donde la espada se usaba con excesiva facilidad para dirimir toda clase de controversias no siempre justificadas, camufladas bajo la apariencia de un honor que no siempre estaba presente en las personas que lo invocaban. Pero no tan solo allá, sino en nuestras mismas fronteras internas. Todo se hacía a través de las armas y la violencia. Hasta la Iglesia, desgraciadamente, olvidó su carecer abnegado, caritativo y misericordioso, que debía haber heredado de su Sagrado Fundador, para lanzarse a la conquista de almas a base de amenazas, violencias físicas, torturas y hasta muertes en las más horribles y degradantes circunstancias. Pero sus excesos no fueron solo contra los indios americanos, que tuvieron buenos valedores, en el Padre Bartolomé de Las Casas, llamado el defensor del indio, Fray Bernardino de Sahagún, prestigioso y documentadísimo historiador sobre el México precolombino y precursor de la etnología, el infatigable y santo misionero mallorquín Fray Junípero Serra y tantos otros que se enfrentaron a compañeros y autoridades, con el objetivo de defender a los indígenas, sino que también fueron objeto de persecución y exterminio, moriscos, judíos, sospechosos de herejías, luteranos y hasta los que sufrían un simple ataque epiléptico, a los que los “santos doctores” de la nefasta Inquisición, atribuían influencia demoníaca. Y ello no en tan lejanas tierras, sino en el interior de nuestras ciudades y domicilios españoles. . Atrocidades, barbaries y guerras eran lo normal, lo acostumbrado, tanto para extender los dominios, como para defenderlos de foráneos conquistadores. Lógico que nuestros navegantes y aventureros al llegar a esas tierras extrañas, después de tan larga, temeraria y penosa travesía, se abrieran paso a base de arcabuces, espadas y todo tipo de armas, cuando los que salían a su encuentro iban cargados de oscuras “razones” y malas intenciones. O su vida o la de ellos. Por el contrario, cuando los recibimientos eran amistosos los obsequiaban y les ofrecían su amistad, sin que les hicieran sentirse en ningún momento vejados o maltratados, salvo algunas y nada honrosas excepciones. No puedo pasar por alto lo descrito en “La Araucana” de Alonso de Ercilla, .sobre el cacique mapuche de Chile Caupolicán y su muerte empalado, sin que sus verdugos advirtieran el menor gesto de dolor. Un héroe indígena que se ha hecho legendario, por la conocida obra poética de un español, admirador del valor y los méritos de su adversario. Hubo muchos ejemplos, más que en ninguna otra colonización, en los que el trato entre indígenas y visitantes, fue ejemplar. Las fusiones de sangre y cultura se llegaron a realizar normalmente con el tiempo. Para ellos era muy importante adquirir nuevos y útiles conocimientos, sembrar nuevos e importantes frutos y alimentos, conocer animales de gran utilidad y provecho como el caballo, y hasta la manera de desarrollar una nueva manera de vivir, desenvolverse, edificar sus viviendas y eliminar sus sangrientas y crueles costumbres religiosas y guerreras. Al español, que se había jugado la vida en el empeño y había abandonado toda esperanza en el futuro, sólo le interesaba poder regresar algún día con riquezas al viejo mundo e iniciar una nueva vida. El oro y la plata eran su mejor tarjeta de presentación y garantía, y allá eran simples abalorios que lucían hombres y mujeres sin darles la menor importancia. Desconocían el valor del dinero y la avaricia del oro. En honor a la verdad, lo mismo hicieron griegos, cartagineses, romanos y árabes con nosotros, esquilmando nuestras minas y riquezas hasta dejarnos en peores condiciones y no se lo hemos reprochado, ya que a cambio nos dejaron una lengua, una escritura y una serie de conocimientos culturales y de toda índole, que aun perduran y forman parte esencial de nuestro mejor patrimonio. En la América española, existen yacimientos de minerales de todo tipo aún sin explotar, abundante petróleo, frondosa floricultura y muy variada fauna, aunque en muchos lugares estén mal administrados y aprovechados por sus propios habitantes o en manos de caciques y déspotas, algunos con ostensibles características de indios, que son los que peor tratan a los que debían ser sus hermanos y preferidos. En la historia americana figura destacado el político mexicano Porfirio Díaz, de origen indio, artífice de la modernización de su país, que prohibía a sus hermanos de raza andar por las calles principales y sentarse en los sitios públicos, si no cambiaban su indumentaria indígena por el vestuario europeo. No hablemos de Guatemala y su afán exterminador de indios. Que se lo pregunten a la Premio Nóbel de la Paz, Rigoberta Menchú, superviviente milagrosa de la masacre familiar llevada a cabo por los militares de su propio país. Pero vemos que es una norma habitual en las conquistas y colonizaciones desarrolladas en todos los países del mundo. El arzobispo anglicano de Africa del Sur, Desmond Tutú, también Premio Nóbel de la Paz, decía sobre la colonización inglesa en su país: “ Ellos tenían la Biblia y nosotros teníamos la tierra y nos dijeron “cierren los ojos y recen”. Cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros teníamos la Biblia”. Creo, sinceramente, que de España no se puede decir tal cosa. Cuesta trabajo leer que un escritor tan conocido y admirado en España como Octavio Paz, declare “ Que todos los mexicanos son hijos de la gran chingada. Una violación no sólo en el sentido histórico., sino en el de la carne para la sumisión de los indios”. No comprendo que un intelectual de prestigio piense así de sus propios orígenes. Es curiosa la noticia del primer mestizaje de toda la historia americana. Su protagonista fue el español, de origen andaluz, Gonzalo Guerrero, perteneciente a la expedición de Pedro de Valdivia, que naufragó en 1513 en las costas de Akumal, junto a 16 personas más. Trece fueron sacrificados por los mayas, dos mujeres mueren de enfermedad y Gonzalo y el fraile Jerónimo de Aguilar, se salvan porque están tatuados y los indios le atribuyen alta alcurnia y origen divino. El andaluz consigue adaptarse a la vida de sus captores y pronto se convierte en uno de ellos, alcanzando un puesto relevante a causa de sus conocimientos de los que hace partícipes a sus nuevos amigos. Hasta tal punto llega su integración que se enamora y es correspondido por la princesa Zazil-ha (agua clara), hija del cacique, con la que tiene tres hijos. Cuando llega Cortés para rescatarlos, el fraile se va gustoso, pero él se niega, ya que está muy enamorado de su mujer y no desea abandonar a sus hijos, de los que dice: “!Son tan boniticos!”. Queda integrado entre los mayas y muere junto a ellos luchando contra los españoles, sus antiguos paisanos. Una historia que las crónicas de la época no fueron partidarias de airear, ni recordar su nombre. El primer caso conocido de mestizaje, que en la parte norte de ese gran continente fue siempre tabú. La edad media de los conquistadores españoles era de veinte años y su carencia de mujeres durante las largas travesías, así como en sus expediciones tierra adentro, les hacían desearlas y buscarlas con empeño. Lo normal era que cuando avistaban a alguna tribu amistosa o la vencían con las armas, los caciques o reyezuelos les obsequiaran no sólo con oro y metales preciosos, sino también con doncellas, a las que se unían rápidos y daban lugar a un fecundo mestizaje. Que hubo atropellos y abusos, no podemos negarlo. Hay tristes evidencias de ello. No obstante, era lógico que pudiera ocurrir en algunas ocasiones, tratándose de años de barbarie y escenarios tan lejanos y abandonados de toda civilización, Fácil de poder justificar. Lo que no hubo es masacre o afán de exterminio masivo, como en la parte norte. La prueba está en la gran cantidad de indios que pueblan el centro y sur de este Continente. Hoy les podemos contemplar en nuestras calles y plazas, donde a algunos no les hace falta nada para acreditar su etnia. Según Vargas Llosa, peruano universal, nacionalizado español, “Hay que modernizar a los indios, aunque haya que sacrificar a su cultura, para salvarlos del hambre y la miseria”. No pienso tan drásticamente Pueden sobrevivir ambas culturas, sin tener que lanzarse forzosamente a nadie a la miseria y el hambre. Con el encuentro de ese nuevo Continente, surgieron los mestizos, descendientes de los primeros colonizadores e indígenas, que llegaron a alcanzar en algunos casos un gran prestigio, como el Inca Garcilaso de la Vega, hijo del conquistador español del mismo nombre y de una princesa peruana que en 1560, residiendo en España, luchó en las Alpujarras a las órdenes de don Juan de Austria y dejó escritas varias obras, entre ellas la Historia General del Perú. Tenemos también el caso de doña Marina o La Malinche, princesa maya que fue amante e interprete de Cortés para entenderse con los diferentes jefes que encontraba en su camino hacia México. Fue madre de don Martín Cortés, hijo reconocido por el conquistador. Una figura interesantísima digna de un detenido estudio, ya que ha sido tratada de muy diversas y contradictorias maneras por los distintos autores. Era norma habitual que el español reconociera y diera su nombre y apellidos al hijo habido con la indígena. Pero no sólo se origina el mestizaje, también aparecen los criollos, que son los nacidos en América aunque de padres españoles. Fueron los que azuzados y ayudados por Inglaterra y Francia, con la vista puesta en la próspera cuestión comercial y la defensa de los magníficos latifundios que se habían reservado, impulsaron las independencias de sus respectivas colonias en alianza con los mestizos, aunque excluyendo de su grupo a los indios. Es decir, que los autores de la emancipación de esos países, los criollos y mestizos, fueron precisamente los que aislaron a los indios de su aventura independista y de su posterior vida social. Un detalle que los actuales indígenas deberían tener en cuenta para saber a quienes han de reclamar por los atropellos e injusticias sufridas. Los tienen al frente de sus gobiernos en muchos casos y formando la alta burguesía social, política y económica de sus países. Sí, ellos fueron los que se alzaron contra la patria de sus mayores y los que tienen al indígena sometido y oprimido en sus latifundios. Y ese abuso de los criollos lo han seguido mestizos y hasta indios que han podido erigirse en salvadores de su pueblo, para medrar a sus anchas y caprichos. Junto a estos grupos aparecen los mulatos, descendientes de españoles y negros y los “zambos” que vienen de la unión entre negro e indio. Un alto ejemplo de la herencia española en estas tierras, lo tenemos en don Gabriel García Moreno, en fase de beatificación. Era hijo de españoles, oriundos de Villaverde del Monte, provincia de Soria, y fue presidente del Ecuador en dos ocasiones, haciendo una ingente labor cultural, social, religiosa y política que lo han convertido en una figura destacada en la historia de ese país. Fue asesinado mientras entraba en el edificio del gobierno o en la catedral, hay dos versiones, en Quito, capital de la república. Por cierto, con ocasión de celebrar los ecuatorianos en Madrid el día de su independencia y fiesta nacional, se alzaron voces ofensivas contra España, a la que incluso llamaron “oprobiosa” colonizadora Nada justificado a mi parecer por parte de los que han venido a que les demos el trabajo y la oportunidad de una vida mejor que, por lo que se ve, no encuentran en su país. “Un pueblo que no hace honor al pasado, carece de futuro”. Son palabras de Licurgo de Esparta.

1 comentario:

Anónimo dijo...

hijueputas malparidos