lunes, agosto 13, 2007

Federico Marin, El héroe de madera

lunes 13 de agosto de 2007
El héroe de madera
POR FEDERICO MARÍN BELLÓN
Hitchcock conocía como nadie la necesidad de encontrar un villano poderoso. En «Casablanca», los malos son los nazis, que en ese terreno no conocen rival, y Humphrey el tipo duro capaz de transmitir romanticismo sin babear, que no sólo no alardea sino que incluso disimula sus virtudes. Bogart, que llevaba media filmografía construyendo su personaje, prefiere pasar por egoísta a que los demás descubran sus sentimientos. Quien falla de forma patética es el héroe en la sombra, Victor Laszlo (Paul Henreid), que no da la talla como piedra angular del mundo libre -bien pensado, así le va al mundo libre-, que no justifica el amor que siente Ingrid Bergman por él ni el respeto que le profesa Rick, quien finge consolarse a pie de escalerilla con los souvenirs intangibles de París.
Laszlo, en suma, es un chiquillo idiota y engreído, cuya vanidad lo lleva a poner en peligro a quienes cree representar. El modo en que acalla a los alemanes con la Marsellesa sólo podía traer problemas. En lugar de comerse su orgullo y un par de mocos, de seguir trabajando para la Resistencia desde el anonimato, prefiere la gloria de un gesto vano. (Eso sí, hasta los extras lloraron de verdad). «Me gusta aparecer como un héroe delante de mi mujer», se atreve a decir, aunque ella se derrita por otro. Poco después llega al colmo de la desfachatez: «Es fundamental que yo regrese a América; la vida de millones de personas depende de ello». En fin, que algún lunar debía tener esta obra maestra parida en medio del caos.
En efecto, el guión se reescribía sobre la marcha sin que nadie supiera con cuál de los dos tortolitos se quedaría la chica. El húngaro Michael Curtiz, por su parte, tenía un inglés tan rudimentario que apenas se hacía entender. Ingrid Bergman intentaba mejorar su acento y Bogart debía esconderse de los celos de su mujer, cuyo premio a la insistencia sería Lauren Bacall. Al final, los guionistas tuvieron que sacrificar la verosimilitud en aras de la decencia, dado que la censura no habría admitido un adulterio feliz como colofón.
Carece de relevancia si la ciudad de Casablanca pierde su sitio en el mapa inicial o si un caballo juguetón se esfuma del tablero cuando Humphrey juega al ajedrez. Si hay un culpable, señores, éste es Henreid. Cabe alegar que representaba su papel, pero deben saber que quiso rechazarlo. Le parecía pequeño, capaz de encasillarlo y de arruinar su carrera como galán. Te lo buscaste, gañán.
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