lunes, agosto 13, 2007

Enrique Badia, Ocurrencias simples para problemas complejos

martes 14 de agosto de 2007
Ocurrencias simples para problemas complejos Enrique Badía

Abordar problemas complejos con ocurrencias simples, principalmente en la esfera pública, se está convirtiendo en algo característico de estos tiempos. Tiene que ver con otro fenómeno peligrosamente extendido, tal que la preeminencia de lo que parece sobre lo que en realidad es. De modo y manera que aparentar hacer algo se tiene por más importante que hacerlo en realidad.
Hay ejemplos para elegir. Desde la pretensión de solventar la caída de la natalidad regalando 2.500 euros del erario público por nacimiento, a la subida de la carga fiscal sobre determinados vehículos que circulan o deberían circular preferentemente por el campo para reducir la contaminación… en la ciudad. Pero estos días están proliferando otros, no precisamente por primera vez.
Hace años que en verano siguen pasando cosas. Hay menos noticias, pero las que se producen acaban amplificadas, sea por falta de acompañamiento o fruto del ansia de los medios, deseosos de captar la atención de veraneantes que se intuyen poco o nada propicios a seguir atentos a la actualidad.
Existe además otra novedad. La extensión masiva de la práctica vacacional entre los ciudadanos se suma a la notable afluencia de visitantes foráneos para, entre ambos, poner a prueba, si se prefiere al límite, las capacidades de unas infraestructuras que ni siquiera están debidamente adaptadas al incremento de población: España ha pasado de 40 a casi 45 millones de habitantes en apenas un lustro, sin que esté claro que los equipamientos hayan discurrido en paralelo para evitar su congestión.
Ha faltado una adecuada planificación o, expresado de otro modo, una correcta asignación de prioridades. Las inversiones no han seguido como debieran el criterio de dotarlas allí donde hacían falta o se requería una ampliación de las existentes porque mostraban síntomas de saturación. En lugar de ese criterio, ha seguido prevaleciendo la manía —¿progre?— de forzar reequilibrios territoriales, tarde y mal.
En síntesis, parecería que se pretenda enmendar una realidad histórica: población y actividad llevan tiempo masivamente desplazadas hacia las franjas costeras, especialmente el litoral mediterráneo, y el área metropolitana de Madrid. Ignorando que, más allá de la presumida injusticia histórica que puedan comportar las motivaciones de ese fenómeno, es poco o nada probable que preñar de infraestructuras un territorio despoblado, desatendiendo necesidades ya manifestadas, propicie un desplazamiento inverso u otra suerte de repoblación.
Dicho en pocas palabras: mucho aficionado a la ingeniería sociodemográfica suele olvidar el principio elemental de que la gente vive donde quiere vivir.
Los síntomas de colapso que este verano muestran algunas infraestructuras tienen, pues, motivaciones complejas que, por serlo, resultará difícil, costoso y dilatado solventar. De ahí que sean vergonzantes, por no decir vergonzosos, los intentos de afrontarlos no más allá de la simplificación. Porque es de sentido común apreciar que no se arreglan cambiando la residencia temporal de un puñado de altos cargos ni difundiendo imágenes de políticos descorbatados que se reúnen para poco más que dejar constancia de que han interrumpido por unas horas su vacación.
ebadia@hotmail.com

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