martes, agosto 28, 2007

Enrique Badia, El cuento de las antenas del miedo

martes 28 de agosto de 2007
El cuento de las antenas del miedo Enrique Badía

Caben pocas dudas, prácticamente ninguna, de que la de la telefonía móvil es una historia de éxito, particularmente en el mercado español: en poco más de una década ha pasado de unos cientos de miles a 48 millones de clientes, lo que supone estar en el grupo europeo de cabeza en tasa de penetración. En general presta buen servicio, lleva a cabo activas promociones comerciales y, en lo que importa a los consumidores, los precios no han dejado de bajar desde que se introdujo la tecnología GSM, mediada la década de los 90’s del pasado siglo. Pero como nada es perfecto, también acumula fallos. Uno, quedó evidenciado el pasado 23 de agosto, en el referéndum organizado en la pedanía Los Villares (Granada) para decidir si se instalaba una antena (BTS) en la localidad falta de cobertura celular. Votaron 75 de los poco más de cien habitantes censados y el no ganó por un solo voto: 38 frente a 37 partidarios del sí.
Decía Pascal que tras toda gran fortuna se esconde un gran delito y, sin necesidad de que la mayoría haya leído al pensador francés del siglo XVII, su aserto parece a menudo compartido en esa tendencia tan extendida por la que el éxito siempre induce a sospechar. Acaso por ello, ha prendido en buena parte de la sociedad la idea de que la telefonía móvil encierra el terrible secreto de que sus antenas son perjudiciales para la salud. Se ha dicho y escrito que provocan cáncer, ceguera, jaquecas e incluso impotencia sexual o esterilidad masculina (la femenina parece a salvo) a quienes viven o deambulan en las proximidades del consiguiente repetidor.
En realidad, ningún estudio científico ni estadística solvente avalan una sola de semejantes afirmaciones, pero lo cierto es que circulan profusamente y, de una u otra forma, han acabado generando cuando menos inquietando en una parte de la población. Del dicen que se ha pasado al consabido por si acaso, en muchos casos con la complicidad activa de responsables políticos municipales que han optado por sumergir las peticiones de las operadoras para instalar antenas en las profundidades del cajón. Lo que, como es lógico, se ha traducido en problemas de cobertura y calidad de la señal en esos lugares, incluidas algunas de las grandes capitales del país. Situación ante la que, por cierto, esos mismos ediles no se han cortado, reclamando a las compañías porque el servicio era malo, al tiempo que no permitían ningún despliegue de red.
Tan cierto como que los opositores a la instalación de antenas no han explicado como demonios se puede prestar servicio de telefonía móvil sin ellas, es que las operadoras han sido incapaces de articular, juntas o por separado, una labor de información y divulgación de la realidad que —ésta sí— avalan los técnicos: las radiaciones emitidas son inocuas, inferiores a las de muchos aparatos de uso común en cualquier casa y ajustadas a la normativa internacional. Con el relevante añadido de que los niveles de emisión son inversamente proporcionales al número de estaciones base (BTS) desplegadas. Es decir, a más antenas, menores niveles de radiación.
Huelga decir que, a falta de explicación, se ha producido lo típico: el tema ha sido y sigue siendo terreno abonado para la demagogia, el oportunismo y la rumorología tremendista.
Así pues, las redes de telefonía celular han pasado a integrar ese cúmulo de cosas que todo el mundo considera necesarias, incluso convenientes, pero que no desea tener en el perímetro de su hábitat: desde los vertederos de basura a las centrales eléctricas, pasando por una cárcel o un centro de rehabilitación de drogodependientes. Es a todas luces un fracaso colectivo de unas empresas que, en términos generales, han contribuido a mejorar muchos aspectos de la vida cotidiana, pero que en esto han gestionado sus intereses rematadamente mal. Eso teniendo toda la razón, que si no…
ebadia@hotmail.com

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