martes, agosto 07, 2007

Enrique Badia, El clima que casi nunca es

martes 7 de agosto de 2007
El clima que casi nunca es Enrique Badía

Valdría la pena preguntarse, con relativa frecuencia, para qué sirven ciertos organismos de esas administraciones públicas que a los ciudadanos toca sufragar. Las últimas semanas, por ejemplo, algunos han aportado distintas muestras de dudosa utilidad ante situaciones excepcionales: incendios forestales, problemas e incidencias en medios de transporte (RENFE, varias veces) o el macroapagón sufrido en la ciudad de Barcelona, cuyas secuelas continúan y tardarán en desaparecer.
Sin duda, el percance o la incidencia pueden producirse aunque se pongan los medios adecuados para prevenirlos —por desgracia, no siempre se hace—, pero precisamente para hacerles frente existen y tratan de justificarse algunas dependencias públicas, con sus correspondientes dotaciones presupuestarias y de personal. No parece que sirvan para mucho a la hora de la verdad. En varios de los sucesos más recientes, por no decir todos los citados a título de ejemplo, no sólo es que los afectados no hayan recibido la atención presuntamente encomendada, es que ni siquiera se les ha proporcionado información. Baste señalar que a estas alturas, transcurridas varias semanas, los barceloneses todavía no saben por qué demonios se apagó la luz. ¿Tiene algo que ver que sucediera en puertas del período vacacional?
Viniendo a lo más próximo, los medios de comunicación estuvieron los pasados jueves, viernes e incluso sábado difundiendo la alerta oficial de que el fin de semana iba a ser peligrosamente caluroso, es de suponer que a partir de los datos suministrados por el Instituto Nacional de Meteorología (INM). Pues bien, dejando de lado la poco loable tendencia al alarmismo que tanto parece gustar a algunos responsables públicos, la realidad no ha tenido los tintes dramáticos pintados por las autoridades y reproducidos en los medios, y en cambio se han producido otros fenómenos climáticos que hubiese valido la pena prever.
Prueba añadida de cómo funciona, es que el pasado domingo —16,30 horas—, mientras en Madrid descargaba la primera de las tormentas espectaculares de la jornada, la página web del INM señalaba como predicción para ese momento y el resto del día una situación de sol con algunas nubes, probabilidad de lluvia del 30 por 100, temperatura de 37 grados y ligero viento de apenas 11 km/h. Nada que ver con lo que estaba cayendo sobre la capital que, entre otras cosas, forzó un par de centenares de intervenciones del servicio de bomberos. Lo mismo o parecido podría decirse respecto de otras zonas del país, en algunos casos con situaciones de riesgo por fenómenos opuestos -trombas de agua- a los machacona y alarmantemente anunciados desde el viernes, con la ministra del ramo en el destacado papel que suele recabar. No es pues únicamente que fallen los pronósticos, sino que ni siquiera se produce el esfuerzo de actualizar la información, ajustándola a la realidad.
La sabiduría popular ha aprendido a tomarse poco en serio las predicciones de la meteorología oficial, a pesar de que no hay otra, al punto de buscar el paraguas si anuncia sol. Pero cuando el pronóstico confunde, silencia o ignora el riesgo de percance habría que plantear el asunto en términos de mayor seriedad. Como mínimo evaluando si existe correspondencia entre los recursos presupuestarios dedicados y lo que rinden en beneficio de la sociedad.
Es poco creíble que todos los profesionales carezcan de capacidad para hacer bien su tarea, pero algo tiene que estar provocando el marcado contraste entre la fiabilidad que han alcanzado las previsiones meteorológicas en otros sitios y el persistente descrédito cosechado aquí. Es probable que haya que buscarlo en esas deficiencias de gestión que, abundantes y probadas, en el ámbito público no suelen desembocar en asunción o exigencia de elemental responsabilidad.
ebadia@hotmail.com

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