lunes, agosto 20, 2007

Edurne Uriarte, La Dodge sin ley vasca

lunes 20 de agosto de 2007
La Dodge sin ley vasca

EDURNE URIARTE
En la Dodge, ciudad sin ley, versión vasca, ni siquiera los jueces cumplen la ley de las banderas. Y el sheriff, de nombre, Balza, lidera la rebelión contra le ley. Y le recuerda al sector blandengue, llamado PSOE, que muestra ciertas tentaciones de cumplirla, que no es muy coherente venir ahora con estos remilgos legales cuando hace quince días pretendió pactar ilegalidades bastante mayores con los asesinos locales, la autodeterminación, entre ellas.
Hay que reconocer que este peculiar sheriff que vela por la ilegalidad tiene razón. O se está o no se está con la ilegalidad. Señores, un poco de coherencia. Que la ilegalidad es como la verdad; cuando es a medias, se convierte en otra cosa. Sin saberlo aún, no había leído El País de ayer, Balza también contradijo a Arzalluz. A Arzalluz le parece esperpéntico que el PP crea «la versión de ETA» sobre la negociación. Pero el consejero de interior, algo más enterado de todo lo referido a maleantes, confirma «la versión de ETA». Aquello con la banda de criminales fue un cúmulo de ilegalidades, como acostumbramos por estas tierras.
Y no es que a él le parezca mal. Lo que no entiende es la incoherencia. Treinta años incumpliendo tranquilamente la ley, hasta hace quince días, y ahora esto. El sheriff, que de las contradicciones legales de la Dodge vasca sabe mucho, ha hecho un buen resumen de los pilares constitutivos de la ciudad.
La ilegalidad de las banderas, como otras muchas, ha sido posible porque hasta los sectores más críticos con la filosofía del sheriff y los suyos se han ido adaptando a la particular idiosincrasia del lugar. Entre ellos, los socialistas, que siempre se sintieron incómodos con una misión, ondear la bandera nacional, que podía llevarles a ser tomados por unos vulgares patriotas españoles. Las Dodges nacionalistas les deben a ese temor tanto como al boicot nacionalista a lo que llaman la legalidad española.
La estrafalaria y repudiada minoría que aún habla del estado de derecho es mirada incluso con cierta irritación desde los pueblos vecinos por su resistencia a la adaptación. Aquí, los Errol Flynn de turno son los sospechosos.

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