sábado, agosto 11, 2007

Eduardo San Martin, Ni heroes, ni victimas

sabado 11 de agosto de 2007
Ni héroes, ni víctimas

POR EDUARDO SAN MARTÍN
CUANDO los poderes públicos y las instancias de mediación -partidos, sindicatos, asociaciones- son incapaces de atajar la violencia practicada en el escenario público por uno de sus actores, los individuos, desamparados por quienes debían protegerles de tal amenaza, tienden a crear un sistema inmunológico que les ayude a coexistir con el terror para no tener que convertirse ni en héroes ni en víctimas. El resultado es un fracaso moral, que nace y crece en el ámbito personal pero que, compartido con otros miles, o centenares de miles, de catástrofes privadas, termina por crear un síndrome social de inhibición que cierra el círculo del triunfo de la violencia y se convierte en una de sus condiciones necesarias. Como ocurrió en la Alemania nazi. Y como puede estar ocurriendo hoy mismo en lugares más cercanos a nosotros. En una escala menor, desde luego, pero en absoluto inocua.
En este tiempo de lecturas aplazadas, el azar ha hecho coincidir frente a mis ojos dos textos reveladores sobre la capacidad de intimidación de la violencia política organizada como terror, y sobre cómo la falta de idoneidad en la respuesta termina por hacer inevitable la tragedia que se trata de evitar y por convertir en cómplices precisamente a los destinatarios de tal violencia. Ambas tratan del ascenso del nazismo en Alemania. Desde ópticas muy diferentes, aunque complementarias.
El historiador británico Niall Ferguson (La guerra del mundo. Una nueva historia del siglo XX) recuerda el fracaso de las potencias europeas frente al rearme de Hitler y desnuda el falso dilema sobre el que se asentaba la política de apaciguamiento seguida por Francia y el Reino Unido. Porque, frente a la amenaza que representaba la Alemania nazi para la paz en Europa no sólo cabían la aquiescencia (lo que prevaleció hasta finales de 1938) o la disuasión tardía y poco creíble. Tampoco la amenaza de una represalia frente a la agresión una vez consumada ésta. La única respuesta de las posibles que nunca se probó, según Ferguson, fue la prevención: «En otras palabras, un movimiento precoz para cortar de raíz desde sus mismos comienzos la amenaza planteada por la Alemania de Hitler». Es decir, desde octubre de 1934, apenas seis meses después de tomar el poder, cuando el Tercer Reich anunciaba su salida de La Conferencia de Desarme y de la Sociedad de Naciones, dejando claro desde fecha tan temprana cuáles eran sus verdaderas intenciones. «La tragedia de la Segunda Guerra Mundial es que de haberse probado tal cosa (la prevención), es casi seguro que se habría logrado (evitarla)».
Si los países amenazados por Hitler fueron abandonados por las potencias europeas, los ciudadanos alemanes lo fueron por los partidos de la República de Weimar, de todos los colores, que en 1933 entregaron el poder absoluto a un partido que no había conseguido la mayoría de los votos, en la esperanza de que la responsabilidad del Gobierno amansaría a la fiera. Millones de alemanes se quedaron solos frente al terror organizado y el resultado fue una catástrofe nacional de proporciones desconocidas. El escritor y periodista Sebastian Haffner (Historia de un alemán. Memorias 1914-1933), que emigró a Inglaterra en 1938, fue uno de esos tantos alemanes obligados, desde la soledad personal, a confrontar los valores morales heredados con la evidencia de los terribles crímenes que se estaban cometiendo ante los ojos de todos contra semejantes suyos. Los distintos sistemas de autodefensa construidos en el espacio de las conciencias para lograr sobrevivir -distanciamiento diletante de la «chusma» que ocupaba el poder, pesimismo paralizante o una reclusión autista en el propio yo-desembocaban en el mismo pudridero moral: la complicidad objetiva con los asesinos.
Al final, miles de ellos acabaron en el exilio. Pero muchos más, que tuvieron que quedarse, optaron por mirar para otro lado mientras el terror nos les alcanzara. El cuadro resulta familiar, por desgracia, en la España de hoy. ¿Cobardía? Ojalá fuera tan simple. Lo único cierto es que Alemania quemó muchas generaciones en reponerse, si es que lo ha hecho totalmente, de aquella terrible dimisión colectiva.

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