jueves, agosto 16, 2007

Dario Valcarcel, Ahoradores e hipotecados

jueves 16 de agosto de 2007
Ahorradores e hipotecados

POR DARÍO VALCÁRCEL
ESCRIBIMOS en defensa de las amas de casa gallegas, catalanas, madrileñas, vascas, menorquinas... También de las pescadoras de Palermo, las telefonistas de Lieja, las porteras de Hamburgo. Rompemos una lanza por las estanqueras de Seúl, las conductoras municipales de Nueva York, las maestras de Kerala... Defendemos a cientos de millones de ahorradores, sobre todo ahorradoras: los que se esfuerzan de año en año por comprar unos gramos de seguridad (cielo santo, seguridad...). Esos pequeños ahorradores europeos, americanos, asiáticos se esfuerzan por mantener, con tenacidad digna de mejor causa, sus cartillas en crecimiento constante y modesto (con aún más modestos intereses). Los intereses retribuyen tan sólo las subidas del índice de precios y a veces ni eso. En el extremo opuesto hay otros elementos. En Estados Unidos muchos clientes han mentido sobre su solvencia, fabulado sobre sus ingresos, incluido datos falsos en sus contratos hipotecarios. Algunos bancos han dado esos contratos por buenos sabiendo que incluían falsedades. Hay que competir, competir por encima de todo, recurriendo incluso a la competencia limpia, honrada.
Probablemente los créditos de baja calidad no rebasen el 8 por ciento de las operaciones de crédito del mercado americano. Pero esa pequeña proporción tiene gran capacidad de contagio. El daño ha saltado a Europa (Paribas es el primer banco francés). La llamada titulización de los préstamos, es decir, la conversión de contratos hipotecarios individuales en grandes paquetes de títulos anónimos (Collateralized Debt Obligations) servía de base de partida a nuevos fondos de inversión. Los especialistas esperaban que el mercado resistiera: las grandes inversiones nuevas podrían tapar los hundimientos aislados que se produjeran. ¿Era algo más que un sueño? Creemos que no: quienes no somos especialistas en política financiera ni seguimos los hedges fund, aportamos a veces experiencia, algún conocimiento del ser humano. Las barreras, las presas, los contrafuertes son necesarios para evitar que ciertos cauces fluviales inunden la llanura en cada crecida. El capitalismo más y más sofisticado, escribíamos hace dos semanas, se destruirá a sí mismo sin controles permanentes de las autoridades monetarias. ¿Y a mí que me importa? -se dirá un duro de Wall Street... Si la SEC norteamericana no multiplica sus mecanismos de alerta con mayor calidad y velocidad, para intervenir de inmediato en caso necesario y castigar a los nuevos impostores, el descontrol crecerá. Los estados tienen el deber de vigilar y disciplinar la avaricia, a veces infinita. Cuando el estado renuncia a contener la lujuria económica, el engaño es interminable. Somos defensores de la concurrencia libre y controlada. La concurrencia descontrolada romperá el capitalismo: lo advirtió hace dos siglos Adam Smith. Técnicas cada vez más sofisticadas de ingeniería financiera han maquillado balances literalmente podridos durante meses o años. Han sacado de la contabilidad oficial grandes paquetes de deuda para trasladarlos, titulizados, a fondos lejanos, domiciliados en Bermuda, Caimán... La devastadora experiencia de Enron no fue, al parecer, suficiente.
Gracias a su libertad para innovar y competir, Estados Unidos se convirtió en 1940-50 en la más avanzada de las sociedades modernas. La gran república puso a prueba su formidable máquina de combustión interna. No fueron ajenos sin embargo algunos hombres vigilantes, Franklin Roosevelt, Dwight Eisenhower, capaces de convencer al americano medio de la necesidad de esforzarse por innovar, avanzar, ahorrar. Karl Rove, posiblemente la figura más influyente de la Casa Blanca, abandona su parcela de poder (otra cabeza entregada al Congreso demócrata). Sólo el vicepresidente Cheney salva la desnudez presidencial. Cheney era un hombre práctico: ¿Por qué temer el endeudamiento? ¿Acaso lo hemos de pagar nosotros? Rove era el creador de esta desinhibida táctica. También, acuñada por Rove, otra gran propuesta. No vale la pena ahorrar, compren, es más patriótico. Pero ahorrar no es sólo un modo de atajar el dispendio, sino que es un principio de moral social. El ciudadano que no ahorra es más dependiente, menos ciudadano. El ahorro, perfeccionado sin cesar desde el siglo XVIII, ha crecido hasta límites insospechados. Canadá, China, Alemania, Italia, son modelos de ahorro. Quizá esos ríos de ahorro, verdaderos Mississippis de dinero limpio, contante y sonante, puedan salvar otras vez, con su tenacidad y sacrificio, la economía internacional.

No hay comentarios: