viernes, agosto 31, 2007

Daniel Martin, Tristeza

viernes 31 de agosto de 2007
Tristeza Daniel Martín

Tristeza es uno de los mejores cuentos de Antón Chejov, a mi entender el mejor escritor de relatos cortos de todos los tiempos. En Tristeza nos narra una noche cualquiera en la vida de un cochero de San Petersburgo. Sus clientes le tratan fatal y él siempre responde con sonrisas mientras intenta contarles algo. Nieva, hace un frío insufrible, pero el cochero y su caballo trabajan sin descanso. Al final vuelven a las cocheras. Pero él no consigue dormir. Así que vuelve con su caballo y es a él a quien le termina hablando de su hijo, de su único hijo, que acaba de morir y le ha dejado solo y desvalido.
Tristeza nos cuenta la necesidad que tiene el hombre de compartir el dolor, tanto el de la vida como el de la muerte. Esta semana han muerto tres personas relevantes en la vida española: Paco Umbral, Emma Penella y Antonio Puerta. Los dos primeros, de larga carrera profesional, cumplieron con un ciclo vital prolongado. La muerte del último, no obstante, es de las que destrozan, de las que nos llenan de perplejidad, aflicción y, sobre todo, pánico. Los jóvenes deben sobrevivir a sus mayores. Esa es la ley natural que, sin embargo, a menudo no se cumple.
Francisco Umbral es parte de la historia del siglo XX español. Su pluma era única. Articulista antes que novelista, dominaba el lenguaje como pocos y era capaz de escribir un bellísimo artículo sin una sola idea profunda. Esteta único, dominador sumo de las palabras, Umbral era capaz de sobrecogerte con una simple oración. Aparte, escribió muchas novelas, poco leídas, aunque alguna, como Mortal y rosa, de gran interés. Y, sobre todo, fue un cronista de Madrid, algo así como Mesonero Romanos, pero con esa manera de escribir que recordaba a tiempos mejores, una especie de José Tomás de la pluma, un artista de la palabra y la sintaxis.
Emma Penella para mí siempre será la bella mujer capaz de convertir a un hombre en verdugo. Porque en la película homónima de Luis García Berlanga era su personaje el que motivaba al de Nino Manfredi a suceder al de Pepe Isbert. El filme y la actriz deslumbraron en el Festival de Venecia, y luego ella siguió con una carrera que alcanzó su cenit de popularidad gracias a Aquí no hay quien viva, esa serie en la que José Luis Moreno recuperó el humor típico de revista teatral. Penella, de voz ronca y belleza deslumbrante, trabajó hasta el final de sus días. Lo mismo que Paco Umbral. Soberbio ejemplo el de aquellos que mueren con las botas puestas.
Como Antonio Puerta, el futbolista del Sevilla, cuya muerte, no obstante, llegó demasiado pronto. Uno nunca se acostumbra a la muerte de niños y los jóvenes. Por eso la capital andaluza, ¡España entera!, se ha teñido de luto. Y uno se pregunta, entre la rabia y la incertidumbre, cómo pudo morir un chaval que ya se había desmayado dos veces durante el verano. Algo huele a podrido en cualquier muerte prematura que afecta a algún deportista. Y la muerte evitable provoca más sufrimiento que la inevitable parca que terminará con todos nosotros.
El absurdo de este mundo nunca dejará de asombrarme. Para demostrar lo descomunal de la muerte de Antonio Puerta, los medios de comunicación han insistido en la unión en el luto de las aficiones de Betis y Sevilla. Hemos llegado al punto de que sólo una tragedia consigue acercar dos posturas deportivas. El fútbol mueve tantos fanatismos como la religión. Pero la muerte nos iguala a todos, y de ahí que Sevilla, por una vez, haya sido una sola.
En una sola semana hemos visto morir a dos viejos espadas del coso nacional. Dos profesionales ejemplares que nunca dejaron de trabajar. Y también hemos visto morir a un joven que jugaba al fútbol como los ángeles. Estas muertes, como todas, nos recuerdan que estamos aquí de paso. Las viejas expresiones del valle de lágrimas, que lo único seguro es que todos vamos a palmar... no consuelan nada. Algunas muertes se soportan desde el momento en que son comprensibles. Otras son insoportables porque es imposible entenderlas.
El cochero de Chejov sólo disponía de un interlocutor dispuesto a escucharle: su viejo caballo. España está de luto porque ha perdido a dos viejas joyas pulidas y trabajadas y a un diamante en bruto que tallaron brutalmente. Llorar, contar, recordar... ayudan a aligerar la pena, la tristeza, el dolor... Ahora sólo queda esperar que, si hubo alguna negligencia en el asunto del joven jugador sevillista, se castigue a los responsables. El castigo apenas consuela, pero la culpa debe pagar. Aunque sea sólo como respeto a los dolientes ciudadanos que integramos, mal que bien, el sistema.
dmago2003@yahoo.es

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