jueves, agosto 02, 2007

Daniel Martin, Males sin ideologias

viernes 3 de agosto de 2007
Males sin ideologías Daniel Martín

El accidentado verano que vivimos está poniendo de manifiesto, de nuevo, la fragilidad del Estado español, sin contenido en muchos de sus ministerios, sin capacidad para paliar las enormes carencias del sistema autonómico. En España cualquier mínimo fallo de las infraestructuras se convierte en un enorme socavón que descubre las vergüenzas de un país que se dice moderno pero que tiene más de república bananera que de monarquía constitucional. Somos un país de chiste, comenzando por nuestros cimientos.
Por ejemplo, el apagón de Barcelona vuelve a poner en la palestra las graves carencias de nuestras infraestructuras eléctricas. No sólo somos incapaces de producir la energía que consumimos, sino que nuestros tendidos de alta tensión y subestaciones parecen salidos directamente del decimonónico taller de Edison. Los incendios de Tenerife y Gran Canaria ponen en evidencia el sistema antifuegos ideado por nuestros políticos de salón. Y los viajes veraniegos vuelven a recordarnos que en carreteras y líneas férreas somos un país en vías de desarrollo. Las pocas autovías que tenemos están en mal estado. Los trenes de alta velocidad supongo que algún día darán razón a su nombre.
Sin embargo, no son estos asuntos los prioritarios de los gobiernos españoles, ni del central ni de sus rivales regionales. Aquí, como si fuésemos Alemania o el Reino Unido, estamos ya combatiendo la sociedad del riesgo, término acuñado por el socialdemócrata Ulrich Beck. Es decir, el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero ha ido, sucesivamente, luchando contra los grandes males del siglo XXI: el maltrato a las mujeres, el tabaco, el alcohol al volante, la conducción en general, y ahora comienza a soltar sus primeros rollos sobre la necesidad de proteger el medio ambiente. Es decir, el libro de Beck al dedillo, más adelante parafraseado por Anthony Giddens.
El problema de estos asuntos, aparte de su espíritu claramente liberticida, es que pueden resultar prioritarios para un país que tenga en buen estado los elementos más básicos de su estructura. Pero cuando un país como España hace aguas por cualquiera de sus infraestructuras, uno se pregunta qué narices hacen nuestros políticos jugando a prohibirnos fumar y poner más controles de alcoholemia que controles antiterroristas cuando no tenemos una red eléctrica en condiciones, mucho menos ante el desmedido aumento en el consumo energético de los últimos años, que no se ve acompañado de un sensato programa de producción de energía —¿Para qué tanto campo eólico que no sirve para nada? ¿Para cuándo alguien tendrá narices para construir unas cuantas centrales nucleares, polémico pero único remedio ante el consumo energético indiscriminado?—; cuando nuestras redes de alcantarillado no crecen aunque sí lo hagan las ciudades; cuando nuestro ferrocarril parece un chiste de un francés, un inglés y un español; cuando nuestra red de autovías mantiene aún numerosas capitales de provincia aisladas; cuando las carreteras secundarias se caen a cachos; cuando el edificio español tiene más agujeros que el número 13 de la rúe del Percebe.
El porqué nadie se toma en serio el asunto de las infraestructuras es un misterio. Porque esto no es una cuestión partidista, sino el auténtico bien común, aquello, se supone, para lo que nos constituimos en Estado. Falta talento, sobre todo en los dos grandes partidos nacionales, oligarcas que andan más preocupados en distanciar sus respectivas posturas que en buscar soluciones a los males españoles. Como he escrito en numerosas ocasiones, aquí se gobierna en beneficio del propio partido, no para construir un país mejor.
Y así seguiremos siendo un país de gran potencial con pies de barro. Apagones como el de Barcelona demuestran que nuestras infraestructuras eléctricas no funcionan o están obsoletas. Pero en ninguno de los programas políticos a la vista se ha tomado el tema energético con seriedad. Y es, como digo, tan sólo uno de los múltiples problemas que amenazan nuestro bienestar. Linda ironía en un Estado Social.
Por ello, nuestros grandes partidos, en un siglo donde las ideologías políticas clásicas no tienen cabida, deberían abandonar sus estériles rencillas para comenzar a construir España desde abajo. ¿De qué sirve la ley de violencia sexista si no tenemos una policía en condiciones? Claro que esto, aquí y ahora, es una utopía. No tenemos mentes inteligentes con sentido del Estado, y nuestros mediocres dirigentes prefieren jugar a las derechas, izquierdas y centros como si estuviesen en un campo de fútbol. Ortega, hace 70 años, escribió: “ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas son formas de hemiplejía moral”. Nuestra querida España ha ahondado en el problema, y lo que tenemos son tetrapléjicos amorales. Serán capaces de ganar o perder elecciones, pero no de afrontar con valor e inteligencia las graves carencias de nuestro país. Para eso, además de desear el bien común, hace falta talento. Y aquí, como tendidos eléctricos seguros, de eso no tenemos.
dmago2003@yahoo.es

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