jueves, agosto 23, 2007

Daniel Martin, Groucho

viernes 24 de agosto de 2007
Groucho Daniel Martín

Al ver Sopa de ganso uno no sabe muy bien si la película es una parodia de la realidad o si los Hermanos Marx hicieron un documental visionario sobre lo que iba a acontecer en el futuro. Adaptación de un musical —como ocurrió con sus primeros filmes, sin duda los mejores— protagonizado por ellos mismos en numerosos teatros de Estados Unidos, la película se estrenó en 1933, el año del ascenso al poder de Adolf Hitler. Seis años después, una guerra tan absurda como las payasadas de los Marx asoló medio mundo. Pero en esa película también se critican la corrupción y las intrigas del poder, la podredumbre moral de la Humanidad del siglo XX. Por eso ver Sopa de ganso resulta tan actual. Y los clásicos, como bien se dice, son aquellos que vencen al paso del tiempo.
Una noche en la ópera, de 1935, es la obra cumbre de los Hermanos Marx. El diálogo entre Chico y Groucho sobre un contrato y las partes contratantes resume en unos segundos el galimatías burocrático en el que hemos devenido. Y luego están las famosas escenas del camarote, la habitación del hotel y el final en la ópera. Al tiempo que en España Jardiel revolucionaba el teatro, el absurdo marxiano sacudía la sociedad norteamericana, tan pastosa y mediocre como la europea cuando esta se quedó, entre muertes y exilios, sin lo mejor de su élite cultural e intelectual.
Los Hermanos Marx fueron tres genios, y siempre hay uno que gusta más que los demás. Harpo, el mudo, el humorista más ácrata de la Historia, suele gustar a los niños. Chico, entre el absurdo y la picaresca, suele gustar a los amantes del disparate, de la astracanada. Los dos, en cada peli, tocaban un número de piano y arpa para recordarnos que el humor es cosa muy seria.
Pero el Marx que más ha calado en el mundo actual, Karl al margen, es Groucho, un genio de la frase ingeniosa, del retruécano, del burlarse del mundo con sentencias que a muchos cuestan entender. Sus diálogos cinematográficos con Margaret Dumont son una alegoría de la relación que la mayoría de los humanos mantienen con el humor de Groucho, que tiene muchas lecturas, que siempre se destapa con alguna nueva vuelta de tuerca. Groucho, sin ser nunca el favorito de las masas, es el Hermano Marx que pervive. Hasta tal punto que algunos pensamos que es el más influyente pensador de la actualidad.
Julius Henry Marx, Groucho, nació en una familia de artistas. La madre de los Marx se empeñó en que aprendieran música para estar bien preparados para los escenarios. Y el trío —que fue a veces un quinteto, otras un cuarteto, pero que siempre será un trío— vagó por los escenarios norteamericanos antes de triunfar porque, y a pesar de las numerosas golferías a las que los tres eran aficionados, trabajaron duro hasta dar con la perfección de sus disparatados números.
Mucha gente piensa que Groucho era un hombre de ingenio rápido e improvisación fácil. Pero como él mismo cuenta en Groucho y yo, su autobiografía, sus más famosas frases fueron perfilándose en los teatros según respondía el público con sus risas. Los guiones de las películas marxianas eran obra de varios guionistas que trabajaban ordenando el disparatado mundo de los Marx. Más adelante, cuando Groucho dejó el cine y trabajó, con enorme éxito, en la radio y en la televisión, se rodeó de gente capaz y brillante para tener siempre unos guiones excepcionales. Resulta revelador que un genio al que se le atribuye un humor fácil trabajase tanto para resultar gracioso.
Las películas de los Marx nunca fueron un éxito de crítica. Pero siempre lo fueron, y lo siguen siendo, de público. Ahora algunos lumbreras reivindican el talento que rezuman aquellas películas. A veces lo evidente no resulta nada fácil de ver. Porque pocas veces el caos ha sido tan ordenado, tan divertido y tan crítico a la vez. Cualquiera de sus películas es un golpe en la línea de flotación de la sociedad conformista, arribista y amoral en la que, desde su época, nos hemos ido convirtiendo. Y, no lo olvidemos, todo es fruto de un gran esfuerzo.
Entre las razones que Woody Allen da para vivir en su genial Manhattan, se encuentra Groucho Marx. En Hannah y sus hermanas, un presunto suicida recupera las ganas de vivir tras ver Sopa de ganso. Porque, aparte de toda la doctrina que pueda darse, el gran valor de Groucho es que es capaz de hacernos reír aun en los peores momentos, y además sin que nos demos cuenta, hasta más tarde, de que nos estamos riendo de nosotros mismos.
Groucho, que murió hace treinta años, fue un genio del humor. Además fue un crítico mordaz y salvaje del mundo occidental. Quizás, en estos tiempos tristes que vivimos, este aniversario pueda servirnos para recordar que el humor es siempre necesario y que, lejos de las modas culturales que asolan nuestra cultura, es el más excelso de los géneros creativos. Y el más difícil.
No entiendo por qué la comedia se valora menos que el drama. En Atenas, Aristófanes era mejor considerado que cualquiera de los trágicos. Hoy en día, Groucho es un simple bufón. Y su última gran ironía es haberse convertido en ese pensador influyente capaz de construir una escuela sin querer ni siquiera pertenecer a ella.
dmago2003@yahoo.es

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