lunes, agosto 20, 2007

Daniel Martin, De librerias

martes 21 de agosto de 2007
De librerías Daniel Martín

Una vez, en la sección de libros de unos grandes almacenes, pregunté a una dependienta por Pedro García, nombre simulado de un amigo mío que trabajaba allí. La señorita, diligentemente, me respondió que aún no había llegado el último libro del señor García. Tal fue mi sorpresa, y mi indignación ante tal retraso en la llegada del producto, que me prometí no volver a comprar libros en una gran superficie. Decisión que ha tornado en compleja porque cada día quedan menos buenas librerías.
En España, como en todo, andamos perdidos en debates sin apenas importancia. Por ejemplo, se habla más sobre la gratuidad de los libros de texto que sobre su contenido. O del IVA que debe cargarse en este bien cultural que algunos ni saben manejar. Después de todo, el mecanismo de un libro puede ser traicionero. El papel, sobre todo el fino, corta. El auténtico problema español respecto al libro es la escasez de buenos lectores, librerías y editores. Cada año se publican decenas de miles de títulos y, no obstante, encontrar buenas ediciones de, por ejemplo, Calderón de la Barca, es prácticamente imposible. Con o sin IVA.
Estos días disfruto de la lectura en inglés de Daniel Deronda, la última novela de la genial George Eliot, escritora grandiosa que, lamentablemente, en España es prácticamente desconocida. El pasado marzo, en Londres, en una librería cualquiera, cuando fui a comprar este libro, me encontré cinco ediciones diferentes, cada una editada y comentada por algún experto diferente. Cuando le pregunté al librero, me comentó los pros y contras de cada una, y al final opté por la de Oxford World´s Classics. Por sólo siete libras. Y es una novela de 700 páginas con un prólogo y unas notas soberbias.
Para comprar alguna novela equivalente en España, nos encontraremos con una o dos ediciones —la de Cátedra, si hay suerte, con sus buenos prólogos, y alguna regular o trasnochada de Alianza o Austral— y el librero de turno seguramente no tendrá ni idea de si Galdós, Alarcón o Pardo Bazán son marcas de ropa o escritores decimonónicos. En este terreno hemos perdido la batalla. La educación ha ido construyendo un páramo que impide el crecimiento intelectual y lector. De lo que ocurre con las universidades y su capacidad para crear nuevos estudios y ediciones, mejor no hablar. En vacaciones uno no quiere deprimirse.
Afortunadamente, en todo este desvarío yermo que rodea al libro en España, aún quedan algunos oasis donde encontrar joyas y, sobre todo, personas que nos orienten para la mejor elección: un buen librero. El pasado viernes estuve en la librería Estudio de la avenida de Burgos, en Santander —hay otra tienda en la avenida de Calvo Sotelo— y, aparte de encontrarme con una magnífica selección en narrativa, poesía, filosofía, historia, etc., encontré, rodeado, eso sí, de unos cuantos becarios bastante ignorantes, un librero que supo orientarme, sugerirme y recomendarme. Un placer digno de dioses. Por no hablar de la sección de libros infantiles y juveniles, quizás la mejor de toda España.
En Londres, hasta en las más ingentes tiendas —Waterstone en la calle Picadilly es como un Corte Inglés de grande, pero sólo con libros—, cualquier chaval empleado en una librería sabe bien lo que está vendiendo. Incluso en las mejores los trabajadores escriben sus recomendaciones de cara al público. Por ejemplo, recomiendan la monumental Un buen partido, de Vikram Seth, y luego dicen que si te gustó esa novela, seguramente también te vaya a gustar El dios de las pequeñas cosas, de Arundathi Roy.
En España sobreviven unas cuantas buenas librerías. Aparte de la santanderina ya citada, en Madrid encontramos Antonio Machado, en la calle Fernando VI, la mejor tienda de literatura de la capital; Marcial Pons, con sus sedes en la plaza del Conde del Valle Suchil y la calle Bárbara de Braganza, las mejores, respectivamente, en historia y derecho; y Ocho y Medio, en la calle Martín de los Heros, frente a los cines Alphaville, una librería de cine de calidad anglosajona. En Barcelona hay muchas y buenas librerías, a pesar del catalanismo y la cerrazón nacionalista que ha estropeado más de una. Y en Granada recuerdo con cariño la espléndida Cervantes, que tiene mucho de universitaria.
Sin embargo, estas buenas y acogedoras tiendas, con libreros que saben de qué va su trabajo, cada día escasean más. Y su escasez conlleva la enorme dificultad de encontrar títulos que no sean best-sellers o se salgan de la actual moda de historias de templarios con cilicio, niños magos sin hormonas, pintores que en un cuadro hacen tambalearse el mundo o tramas ambientadas en la guerra civil.
Mientras el sistema educativo continúe invitando a que Harry Potter y no Don Quijote sea nuestro ídolo, los lectores dedicados tendremos que disfrutar como si fuera la última vez cada vez que visitemos uno de estos locales que, por su escasez, comienzan a ser un bien demasiado valioso. Sobre todo para los depredadores que prefieren el prota de El Código Da Vinci a Gabriel de Araceli. Sobre gustos no hay nada escrito. El problema es cuando los propios comienzan a ser tan difíciles de satisfacer.
dmago2003@yahoo.es

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