jueves, agosto 23, 2007

Crisis y responsabilidad

Crisis y responsabilidad
23.08.2007 -

El creciente cruce de declaraciones de los últimos días está provocando una evidente contradicción entre la disposición del tripartito, con Ibarretxe al frente, de tratar de recuperar la iniciativa política en el nuevo curso -aunque sea alimentando expectativas sobre iniciativas sin aclarar- y la endeblez que evidencia tan virulento intercambio de acusaciones. Aunque las divergencias se atribuyan al impacto del artículo de Josu Jon Imaz, ha sido la apuesta del lehendakari y de su partido por reeditar el Gobierno con EA y EB a pesar de su minoría parlamentaria la que ha condenado al Ejecutivo a la debilidad. Es cierto que la quiebra de la alianza de populares y socialistas, la difuminación de la influencia de la izquierda abertzale en la Cámara y el renovado entendimiento del PNV con el PSOE han permitido al tripartito de Vitoria gobernar sin excesivos sobresaltos. Pero han sido, precisamente, las divergencias entre los socios las que han subrayado periódicamente la precaria situación del Gabinete. Unos desacuerdos que se han querido presentar hasta la fecha como puntuales, limitados a proyectos legislativos o de infraestructuras -algunos decisivos para el País Vasco-, pero que ahora alcanzan a la forma de abordar el futuro político de Euskadi; el mismo dilema, entre la acumulación de fuerzas soberanistas o la apuesta decidida por un nuevo gran pacto trasversal, al que se enfrenta el PNV en su proceso de renovación interna. Resulta llamativo que la diatriba la hayan protagonizado actores secundarios, en contraste con el silencio que mantienen tanto el presidente del EBB como, sobre todo, el lehendakari. Es posible que EA y EB se estén escudando tras el ascendiente de Ibarretxe para proyectar irresponsablemente sus propias zozobras sobre su porvenir político; una actitud especialmente censurable en el caso de EA, empeñada en disfrutar del equilibrio imposible entre las responsabilidades institucionales y las proclamas que cuestionan la legitimidad del marco que las ampara y sustenta. Pero la reacción de los dirigentes del PNV arremetiendo contra sus socios, o culpando a «la derecha extrema y a la extrema izquierda» de intentar sembrar la discordia en el partido y en el Gobierno, obvia interesadamente la responsabilidad intransferible que compete al lehendakari a la hora de poner orden en un Ejecutivo que no sólo constituye una apuesta «estratégica» y el «eje» de la política vasca, según su concepción, sino que debe afrontar y resolver los verdaderos problemas del conjunto de la ciudadanía. Su silencio no apacigua la confrontación, sólo siembra más dudas sobre la orientación de su papel y la dirección que esté sopesando tomar el tripartito. Además de ofrecer la oportunidad de que la ilegalizada Batasuna le brinde su aliento cínico.

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