jueves, agosto 02, 2007

Chivite, Vacio

Vacío
03.08.2007 -
F. L. CHIVITE f.l.chivite@diario-elcorreo.com

En la tasca del limonero estoy sentado a la sombra, cerca del ventilador. Hay una mesa junto a la puerta y yo me siento ahí para ver pasar la vida a media mañana. Un tipo riega la calle con una manguera y saluda a todo el que se acerca. Un grupo de chicas se dirige a la playa riendo por cualquier tontería. Entonces te das cuenta de que ya no eres el que eras. Y piensas: es igual. No le pido mucho a las vacaciones, es mi secreto. Pocas expectativas, eso es lo mejor. Lo dicen los clásicos. Lo dicen los poetas. Aunque, eso sí, que la bebida esté fresca, a ser posible. Si se fijan, la palabra vacación viene de vacuo. O sea, de vacío. Hay muchas clases de vacíos. Y algunas de ellas pueden llegar a resultar interesantes. Vivimos en un mundo tan lleno ya de todo, estamos tan ocupados en todos los sentidos, que nos encanta fantasear con la idea de vacío. Una playa vacía, una carretera vacía. Pero lo cierto es que la gente madruga para poner la toalla y acotar su terreno. Porque luego, a la hora punta, no cabe ni un alma entre los miles de cuerpos sobre la arena ardiente. Somos animales gregarios y no lo podemos evitar. Soñamos con la soledad, soñamos con el silencio y los espacios vacíos, de acuerdo, pero la verdad es que somos incapaces de soportar ninguna de esas bonitas cosas durante mucho tiempo. Cuanto más ruido, mejor. Donde más gente se agolpe, allá vamos. En todo caso, las auténticas vacaciones deberían entenderse como el tiempo dedicado a vagar. Y a no hacer nada. En el buen sentido de la palabra, naturalmente. A no organizar el tiempo de antemano. Detesto las vacaciones organizadas al minuto. Tengo la teoría de que basta con decidir no hacer nada, o sea, basta con sentarse ahí, bajo el toldo a media mañana, para que empiecen a ocurrir las cosas delante de tus ojos. Después de todo, hay que estar un poco distraído para captar el verdadero misterio de la vida. Los demasiado atareados se lo pierden. En la tasca del limonero estoy sentado, en el mismo rincón de todos los años. Un año más viejo cada vez. Y siempre con algún libro de Truman Capote. O con alguna novela policíaca. Para distraerme más que nada. No para leer enfrascado, sino para fingir que leo mientras observo el fluir de mis extraños semejantes. El aburrimiento del verano (porque todo el mundo se aburre una barbaridad en verano, para qué nos vamos a engañar) en el fondo es una maravilla. Es algo espiritual. Nos pone en conexión con la bendita ociosidad de la naturaleza. Y nos hace filosofar. La gente, de puro aburrimiento, dice cosas muy sensatas en las terrazas del verano. Yo creo que el calor y el aburrimiento nos hacen más sabios. Pero esto es sólo una opinión peregrina, claro. Otra más.

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