domingo, agosto 05, 2007

Cataluña, agujero negro

lunes 6 de agosto de 2007
Cataluña, agujero negro
NO se trata de hechos aislados, sino de una cadena de fallos continuos en el funcionamiento de los servicios públicos que sólo puede atribuirse a una pésima gestión. Durante el primer tripartito, el hundimiento del barrio del Carmelo hizo saltar las alarmas, pero el agrio debate parlamentario sobre el «tres por ciento» quedó tapado bajo el manto de una especie de «unión sagrada». El verano pasado, el aeropuerto de El Prat vivió escenas impropias de un país civilizado. En los últimos tiempos, las cosas siguen igual o peor. Los ferrocarriles de cercanías no funcionan ante la desesperación cotidiana de muchos miles de usuarios y el apagón ha demostrado que Barcelona se puede paralizar por un incidente en la red eléctrica sin apenas capacidad de reacción. Para colmo de males, un colapso histórico de tráfico provocó colas de hasta 75 kilómetros en Tarragona y obligó por primera vez a abrir dos peajes en la AP-7. El desastre de la gestión de infraestructuras y servicios convierte a Cataluña en un agujero negro dentro del Estado autonómico, aunque sea piadoso evitar comparaciones con la eficacia y el buen hacer que caracteriza la acción de Gobierno en otras comunidades. La paciencia de los ciudadanos tiene un límite, de manera que la resignación inicial está dejando paso a una opinión pública cada vez más irritada, que reclama la responsabilidad política de unos dirigentes que procuran eludir sus deberes por el viejo procedimiento victimista de echar la culpa a instancias ajenas.
Aquí reside el verdadero problema. La clase política catalana lleva muchos años malgastando su tiempo en absurdos debates identitarios y discutiendo sobre competencias que, una vez conseguidas, no saben o no pueden ejercer. Mientras se negocia un Estatuto inconstitucional y se anticipa su puesta en marcha sin esperar a la resolución del Tribunal Constitucional, nadie atiende a los problemas que verdaderamente importan a la gente. José Montilla prometió que este segundo tripartito tendría prioridades diferentes al anterior, pero las buenas palabras no se ven reflejadas en los hechos. El PSC sólo actúa para reforzar sus posiciones de poder, mientras los consejeros de ERC hacen gala del sectarismo nacionalista (en casos patentes como la Feria del Libro de Francfort) y los de ICV alientan posturas «alternativas» sobre la propiedad o el orden público ante la perplejidad de las personas sensatas. Sobra ideología radical y falta sentido común en la política catalana, mientras la sociedad civil se aleja de sus representantes como demuestra la muy escasa participación en las urnas, tanto en el referéndum estatutario como en las elecciones locales. Mientras tanto, Rodríguez Zapatero prodiga las visitas electoralistas a Cataluña, pero -como ayer recordaba Duran Lleida en ABC- las únicas inversiones públicas rigurosas y efectivas se produjeron en la etapa del pacto PP-CiU.
La forma de hacer política que practican los dirigentes catalanes es contraria a las reglas más elementales del servicio al interés general. Nadie se ocupa de nada, más que de echar la culpa a «Madrid» o de buscar un chivo expiatorio a veces con argumentos lamentables, como en el caso reciente de Manuel Pizarro. Todo vale con tal de no reconocer los propios errores y ponerse a trabajar para que no se repitan. Una sociedad activa y dinámica, con un sólido tejido empresarial no puede admitir estas actitudes irresponsables por parte de unos líderes que ya no dan más de sí. Aunque falta tiempo para que vuelvan a las urnas, los catalanes son conscientes de que algo deben hacer para evitar que esa comunidad autónoma quede rezagada en el conjunto de España a pesar de haber estado durante mucho tiempo en lugares de privilegio. Mientras esperan en el andén ese tren de cercanías que no llega o soportan las colas kilométricas en la autopista durante la «operación salida», muchos ciudadanos empiezan a plantearse seriamente si los socialistas que encabezan el tripartito siguen mereciendo la confianza obtenida en las urnas. De hecho, dilapidan cada día esa confianza a causa de una gestión pésima, disfrazada con argumentos falaces.

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