jueves, agosto 16, 2007

Carlos Semprun Maura, Todo gris

jueves 16 de agosto de 2007
Carta de París
Todo gris
Las reformas de Sarkozy son tan suaves que no producen resultados ni provocan resistencia.
Carlos Semprún Maura

No sólo el cielo está encapotado, también el PIB. Los medios galos dan la mala noticia este 15 de agosto (sigue lloviendo, sí, gracias): el Instituto Nacional de Estadística (INSEE), que preveía un crecimiento del 0,6% del dichoso PIB durante el segundo trimestre de 2007, reconoce que en realidad ha sido del 0,3%. La mitad. Ante esto, el coro de trogloditas sociatas se mofan y le echan la culpa a Sarkozy, lo cual no pasa de ser mera propaganda partidista, porque durante la mitad de ese periodo gobernaba aún Chirac y en mes y medio no se pueden hacer milagros. Además, la reformas iniciadas no tienen nada de espectacular y, por lo tanto, los resultados tampoco pueden serlo. Sin tiempo ni reformas suficientes, el devenir de la economía sólo puede ser mediocre. Además, como sucede con la meteorología, el INSEE se equivoca continuamente.
Esta mañana, después de escuchar la radio, leí Le Figaro y El País y ambos comentan el hecho, dando los resultados de este segundo trimestre en toda la zona euro: 0,3% en Francia y en Alemania, lo que supera a Holanda (0,2%) o Italia (0,1%), pero es inferior a España (0,8%) y, sobre todo, Austria, que llega al 1% de crecimiento del PIB. No estoy seguro de que estas cifras referidas a un solo trimestre sean significativas. De todas formas son las empresas y no los gobiernos quienes logran que haya o no crecimiento. Los gobiernos pueden ayudar o, más frecuentemente, molestar.
De lo que sí estoy seguro, en cambio, es que Sarkozy y los suyos son excesivamente prudentes. Muchos pensaban, y yo el primero, que no podrían aplicarse reformas tan profundas como necesarias en Francia sin enfrentarse a la resistencia de los corporativismos, en defensa de los privilegios adquiridos, y de la burocracia estatal, pero las reformas son tan suaves que no producen resultados ni provocan resistencia.
Sólo se notó algo de oposición en el parlamento y en la opinión pública en algunos casos, como la reforma de la Justicia, la regulación de los servicios mínimos en los transporte públicos en caso de huelga y, según se anuncia, la supresión de los regímenes especiales de jubilación, de los que se benefician los funcionarios. Pero rebajar la minoría de edad para castigar a los menores de edad delincuentes récidivistes es limitarse a constatar un hecho: el número de delincuentes menores de edad se ha multiplicado de forma estrambótica. Los sindicatos podrán estar en contra de los servicios mínimos durante las huelgas, pero la inmensa mayoría de los usuarios y la opinión pública están a favor. Y suprimir los privilegios de los funcionarios –incluyendo a los ferroviarios–, que pueden jubilarse antes que el resto de los ciudadanos, es de sentido común. Pero nada de esto constituye una revolución reformista.

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