martes, agosto 28, 2007

Carlos Luis Rodriguez, La Cidade de los complejos

martes 28 de agosto de 2007
CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
a bordo
La Cidade de los complejos
Por más que algunos se empeñen, la Cidade da Cultura es uno de los pocos asuntos donde brilla el consenso. Ahora que ni siquiera nos queda el himno como símbolo de unidad, aparece el proyecto del Monte Gaiás para reconciliar a la clase política. Sólo por eso, valdría la pena seguir adelante. En serio; no hay ironía alguna en constatar algo que está a la vista de todos.
El Gobierno lo apoya. El Partido Popular, también. Socialistas y nacionalistas hacen causa común por una vez en la vida. El polifacético nacionalismo de las mil siglas no tiene grietas en el asunto. No se divisa ningún ayuntamiento, diputación u organismo cultural o académico que le haya dado la espalda, y el Consello de Contas censura la gestión, pero no la idea, a pesar de los esfuerzos que algunos hacen para arrimar el dictamen a su escuálida sardina.
¿Qué explicación puede darse a este respaldo abrumador al proyecto? ¿Acaso todo el país es presa de una hipocresía generalizada que obliga a ocultar la oposición a la Cidade da Cultura? No parece ésa una hipótesis plausible. Es más lógico pensar que ese acuerdo obedece a una conformidad con el proyecto, compatible con críticas a cómo se hicieron las cosas en el pasado.
Por cierto, que los mismos que nos quieren hacer creer que toda Galicia es un clamor contra la obra, harán seguramente un juego malabar para que la anunciada comisión de investigación sobre el proyecto, se convierta en una comisión contra el proyecto. No lo tienen fácil. Deberán tergiversar las palabras de sus promotores, que ya han dicho que la Cidade da Cultura sigue contando con sus parabienes.
En resumen, que esa oposición visceral que algunos alimentan con los más variados combustibles, sólo ha cuajado en una Plataforma que viene a unirse a las que abundan en el paisaje galaico. Quienes ahora abogan con entusiasmo por hacerle caso, tendrían que explicar por qué no se claudica también ante otras iniciativas cívicas, tan respetables al menos como la que pretende acabar con la obra del Gaiás.
Paralicemos pues el puerto exterior de A Coruña, que otro grupo protestante calificó en su día de obra faraónica, dispendiosa y superflua. Démosle la razón al comité ferrolano que boicotea la planta de gas de Mugardos. Si la mera aparición de una plataforma, comité o coordinadora es suficiente para dar por buena una reivindicación, adelante, paremos todo y otorguemos todo el poder a los nuevos sóviets.
Frente a ese insólito consenso sobre la Cidade da Cultura, en el fondo hay un complejo, el de los que creen que Galicia es demasiado pequeña para tener proyectos grandes. Es un complejo muy fuerte, que nos acompaña en todas las grandes encrucijadas y que, de haber triunfado, nos hubiese legado un país raquítico, débil.
Estos argumentos que algunos repiten, hubieran frenado la creación de dos nuevas universidades, abortado aeropuertos, cuestionado las sinfónicas, descartado Casas de las Ciencias y Acuarios, y propiciado tal vez una catedral en miniatura, acorde con la pequeñez de su entorno. Si todo eso es una realidad, se debe a que las campañas desaforadas de su detractores, no tuvieron eco en los que tenían la responsabilidad de dirigir con ambición la sociedad.
Esa responsabilidad se pone de nuevo a prueba. ¿Podrán un capricho y una plataforma ocasionales doblegar a las instituciones del país? No lo parece. Si eso llegara a suceder, habría que pensar que el poder había cambiado de manos.

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