jueves, agosto 23, 2007

Carlos Luis Rodriguez, Denuncia, que algo queda

jueves 23 de agosto de 2007
CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
a bordo
Denuncia, que algo queda
Si el bueno de Goebbels levantara la cabeza, vería con satisfacción cómo se perfecciona una de sus armas favoritas: la mentira. Ciertamente se ha sofisticado y ahora tiene forma de denuncia, pero el método permanece invariable. Desde su Volksaufklarung, este genio de la propaganda repetía mentiras, y en estos tiempos se repite la misma denuncia. Es lo mismo.
En ambos casos se trata de sustituir la verdad por la repetición, el razonamiento por la consigna, la ley por el capricho, acorralando al injuriado o al denunciado. Nada se podía hacer contra la mentira interpretada por la orquesta goebbelsiana. No había una instancia superior a la que poder recurrir en busca de una sentencia que depurara las maledicencias. Reiterarlas era suficiente para considerarlas probadas.
Por desgracia, esa parte del movimiento ecologista gallego contaminado por los vertidos partidarios, emula al doctor Goebbels. Su última víctima es la acuicultura. Las granjas marinas exterminan el ecosistema, incumplen las normativas y equivalen, en suma, a una central nuclear. Periódicamente la denuncia se reedita, sin pruebas contrastables, y sin que valgan para nada los desmentidos contrastados.
La Administración insiste en que todo está en regla, y no se conoce ninguna sentencia que dé por buenas las acusaciones. Los acusados exhiben presurosos sus certificados de calidad, a lo que el ecologista responde que las empresas que los emiten son privadas. ¿Pero es que acaso Adega ha adquirido ya algún tipo de rango oficial en el organigrama de la Xunta de Galicia?
No, y aun así actúa como si lo tuviese. Más que gubernamentales o no gubernamentales, este tipo de entidades se creen paragubernamentales. He ahí otra similitud con el tinglado de Goebbels, donde no se sabía muy bien cuál de sus bandas formaba parte del Estado nacional-socialista, o simplemente estaba adosada a él.
En estos últimos tiempos, prolifera por este país nuestro el denunciador profesional que disfraza lo que es un acoso con la vestimenta de una denuncia. Sin embargo, esa denuncia nunca se formula ante los organismos competentes; se deja en el aire para que se expanda sin poder ser rebatida. Este tipo de personas y asociaciones perderían su razón de ser si se sometieran como todo el mundo a la sentencia de un juez, o a la resolución de la administración competente en el caso. La acuicultura contamina, y quien diga lo contrario es sospechoso de connivencia con las empresas.
Hay una contaminación ambiental que es preciso denunciar como es debido, y otra social que conviene ir superando para que la democracia galaica sea saludable. En esta ecología social es imprescindible que esté claro quién tiene la última palabra, qué instancia zanja la cuestión o, para ceñirnos al debate acuícola, quién o qué puede decir si las plantas envenenan el mar.
Esa prerrogativa no puede estar en manos de organizaciones privadas, de escasa representatividad y una solvencia cuya última demostración fueron las profecías sobre las décadas de contaminación que seguirían a la catástrofe del Prestige. Si las piscifactorías contaminan tanto ahora, será porque aquellos vaticinios apocalípticos eran erróneos o una monumental patraña.
Más que una defensa ecológica de Galicia, se trata del intento desesperado de sobrevivir de un grupo de presión en decadencia. Para ello, se recurre a la mejor artimaña del gran maestro de la manipulación. Denuncian por si algo queda.

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