jueves, agosto 23, 2007

Bush no quiere abandonar Irak

viernes 24 de agosto de 2007
Bush no quiere abandonar a Irak
EN enero de 1975, el entonces presidente norteamericano Gerald Ford pidió apoyo al Congreso para seguir suministrando apoyo militar al régimen de Vietnam del Sur, asegurando que «la incapacidad de Estados Unidos para asistir a aliados que están luchando por sus vidas puede afectar a nuestra credibilidad en todo el mundo». En marzo de aquel año, Ford tampoco tuvo éxito cuando volvió a dirigirse al legislativo alegando que se avecinaba «una catástrofe masiva en la política exterior de muchos países, lo que constituye una amenaza fundamental para la seguridad de los Estados Unidos». En menos de cuatro semanas, el Gobierno vietnamita se derrumbó y los tanques de la guerrilla comunista entraron en Saigón diez días después. La derrota no sólo fue humillante para Estados Unidos, sino que sumió a toda la región del sureste asiático en un periodo de inestabilidad tan dramático que costó la vida a millones de personas e interrumpió gravemente el desarrollo de los que sobrevivieron durante cerca de tres décadas.
Las analogías entre Vietnam e Irak pueden ser más o menos discutibles, pero de lo que no cabe duda es de que una brusca retirada de las tropas norteamericanas conduciría a un escenario cuyas consecuencias no podemos ignorar en ningún caso. El discurso del presidente George W. Bush a los veteranos de guerra ha tenido un cierto aire que evoca aquellos tiempos en los que todo el mundo pudo ver por televisión las escenas de la dramática evacuación de la Embajada norteamericana y de la multitud de vietnamitas que quedaban atrás, ante la certeza de su calamitoso destino. La idea de que tales imágenes pudieran reproducirse en la «zona verde» de la capital iraquí es, seguramente, la perspectiva más inquietante que pueden tener las naciones democráticas de todo el mundo, la población de Irak y la de todos los países vecinos.
El informe que el general David Petraeus debe presentar en Washington en septiembre incluirá, sin duda, la constatación de ciertos avances en la seguridad, sobre todo en la capital, Bagdad, a pesar de que la persistencia de los ataques terroristas impida tener la percepción de que las cosas avanzan. El general Petraeus es un brillante militar que demostró que se puede ganar la confianza de los iraquíes cuando se atienden sus necesidades básicas de seguridad, como él hizo cuando gobernaba la región de Mosul. Los soldados que están bajo su mando arriesgando sus vidas en una misión tan compleja no merecen que se dé la impresión de que lo único que está en juego en aquel país es la próxima elección presidencial.
Evidentemente, en este estado de cosas cobra una importancia primordial el papel de las autoridades iraquíes. Igual que en Vietnam, es indudable que la progresiva «iraquización» del conflicto es la clave de cualquier plan de futuro y, por eso mismo, no es posible pensar en que resulte suficiente dejar las riendas de la situación en sus manos antes de que dejen claro que son capaces de gestionar por sí mismos su seguridad. En los últimos días, se han sucedido distintos hechos que, en su conjunto, han creado una corriente de desconfianza entre Washington y Bagdad, una perspectiva que en las circunstancias actuales representa el peor escenario.
No es fácil ver con optimismo el futuro de Irak, y tal vez las palabras del presidente Bush a los veteranos sólo hayan servido para constatar que, prácticamente, el presidente es el único en Washington que aún mantiene la esperanza de salvar de algún modo la situación. Pero lo que no puede ponerse en duda es que cualquier posibilidad que pase por una retirada precipitada de las tropas norteamericanas de Irak abriría varios escenarios, aún peores. Juzgar bajo la luz de los intereses a corto plazo lo que está pasando en Irak nos llevará a la misma tragedia que ya conocimos en Vietnam, sólo que en este caso mucho más cerca de Europa.

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