miércoles, agosto 22, 2007

Blanca Sanchez, Un balcon sin barandas

jueves 23 de agosto de 2007
Un balcón sin barandas
Blanca Sánchez de Haro
S E lo escuche decir una vez a un prestigioso psicólogo, hablando de cómo debe enfocarse la educación de los niños y refiriéndose e esta nueva generación de chiquillos que le han ganado la batalla a padres y educadores y a los que les toca ser niños o adolescentes en esta sociedad en la que los adultos nos sentimos culpables de una forma de vida en la que parece que relegamos a nuestros hijos desde pequeños, al cuidado de terceras personas; guarderías, abuelos, comedores escolares, niñeras, sumidos en la vorágine de horas de trabajo y prisas. Se lo escuché decir y me impresionó: “No podemos convertir los primeros años de vida de nuestros chicos en un “balcón sin barandas”. Es imprescindible para que ellos se sientan seguros el saber que tienen impuesto un determinado número de límites entre los que deben actuar y pueden o no probar sus fuerzas con los adultos. Al fin y al cabo, cuando un ser humano nace y hasta que termina de formarse, lo que está haciendo es construirse un terreno donde pueda pisar con firmeza y sentirse seguro primero de si y después de lo que lo rodea. Es fácil verlo, desde bebés luchamos por dejar escapar el instinto más salvaje y actuar a nuestro antojo, con las primeras restricciones por parte de los padres, empezamos a conocer hasta donde podemos llegar y hasta donde no, pero siempre estaremos probando fuerzas para conseguir esa permisibilidad y comprobar la fuerza de quienes nos educan frente a la nuestra. Un niño de apenas unos días llorará en la cuna, entre otras miles de cosas, para ser atendido; que le hagan cucamonas, que lo tomen en brazos para dormir. Aprenderá enseguida que si llora vienen de inmediato a atenderlo, entonces llorara constantemente para ser atendido. Lo entiendo, imagino lo que debe aburrirse un bebé todo el día tumbado. Si los padres saben o aprenden a dejarlo llorar cuando no es necesario atenderlo, el bebé encontrara que le ponen límites a las veces que puede llamarlos con su llanto o a las que no. Un adolescente llegará siempre un poco más tarde de la hora impuesta; al principio 5 minutos, si esto se le acaba consintiendo, luego serán 10 o 15. Si aprende que hay un límite para decir “se me hizo tarde” o se “me averió el reloj” se hará responsable de la hora de su llegada a casa y hasta es posible que en poco tiempo no sea necesario imponérsela. Eso evidentemente en la mayoría de los casos. En otras circunstancias con otro tipo de bebes, o jóvenes los limites habrá que ponérselos para que no asuman ellos más responsabilidades de las que le corresponden. Por su propio carácter o por circunstancias especiales hay niños o adolescentes que tienen que imponerse una responsabilidad demasiado temprana o demasiado severa ellos mismos. Si a un niño le gusta estudiar, no hará falta en teoría decirle que lo haga y puede que un momento determinado se canse de ser él siempre el que ha de obligarse a hacerlo sin tener a nadie que le refuerce esa voluntad. Si a un niño, con demasiada poco edad se le da absoluta libertad porque siempre ha demostrado ser tremendamente responsable, se sentirá solo y es incluso posible que demande regañinas o castigos; es decir límites. Esta forma de ser educados-apoyados por los demás y por nosotros mismos, nos acompaña siempre hasta cuando somos adultos de mediana, segunda o tercera edad. Tener en nuestra vida unos límites bien asentados nos ayuda a seguir creciendo aunque ya estemos muy grandes. Esos límites, ya de adultos deben ser entendidos y asumidos como válidos en nuestra manera de entender de qué forma queremos vivir, si son únicamente impuestos, si los que nosotros queremos ponernos no se aceptan, seguiremos siendo bebés que lloran para que les presten atención o adolescentes que reclaman regañinas para que les ayuden con el peso de las responsabilidad de sus vidas. Ahora imaginemos un balcón de un quinto piso; un balcón bien construido con una baranda firme de hierro y un cómodo reposabrazos. Nosotros vivimos allí y nos llaman desde la calle. Nos dirigimos tranquilos hacia el balcón para ver quién es. Nos apoyamos en la barandilla sobre nuestros codos y charlamos con el amigo que nos quiere saludar según da un paseo por nuestra calle. Pero si un día, al reclamo de ese saludo nos acercamos al balcón y este no tiene baranda… la mayoría de nosotros no dará siquiera un paso adelante para ver quien nos está llamando. La dificultad está en saber qué son exactamente los límites: Normas, como lo más fácil de entender. Si, ciertamente los límites son normas pero las normas para establecerse deben estar apoyadas en preceptos y los preceptos son la consecuencia de una visión fundamentalmente moral sobre los valores que nos acompañan en nuestra vida. Sin entender el relativismo como subjetivismo, que fuera de antiguas teorías filosóficas ya no tiene comparación. Sí hay un conjunto de preceptos que por fuerza han de ser relativos. Relativos a los preceptos de quienes pone las normas, es decir la baranda de seguridad a los niños y adolescentes que la sociedad educa. Difícil cuestión. Por fuerza la familia, la escuela y el entorno serán los primeros en establecerlas con o sin conocimiento de causa en ocasiones. Y cada familia, cada educador y cada entorno, de cualquiera de las maneras, influirá con su particular visión de las cosas. Inevitable. Se plantea en España ahora una educación no didáctica global, es decir no relativa. Basada en preceptos generales que pueden resultar subjetivos porque parten de un grupo social determinado. Es asombroso. No hace tantos años que la teníamos. No hace tantos años que los preceptos morales que servían para aplicar normas en la educación de los niños estaban dictados por el estado y por la iglesia. Y por poderosos y mayoritarios que fueran estos estamentos, eran parcelas de la sociedad que defendían ideas morales subjetivas. Después de muchos años de democracia y de luchas particulares y colectivas para acabar con los vestigios de ese tipo de directrices morales y educativas, nos enfrentamos de nuevo a un problema parecido. He de decir que yo quizá a nivel de conciencia (por poner el ejemplo más manido sobre el programa de la nueva asignatura de Educación para la ciudadanía) también enseño a los chicos que están a mi cargo a aceptar que la gente se quiera sea del sexo que sea, y muchas otras cosas que el programa puede recoger. Pero igual que no consentí nunca que obligaran a mi hijo a aprender conceptos morales que a mi no me parecían buenos, no estoy en absoluto de acuerdo con se obligue a nadie a imponer los míos o los de cualquiera. Las barandas de cada balcón de un edificio deben tener todas el mismo color, por supuesto, para crear un conjunto armónico y razonable. Pero la parte interior de cada barandilla puede estar coloreada como cada uno considere más de su gusto. Porque si hay que acudir en determinados casos al relativismo bien entendido. Robar es malo y ser buena persona es bueno; verdad absoluta. Las ideas, las creencias, las normas de aplicación a tu vida; verdad relativa. Dejemos los balcones con barandas que el vértigo es una sensación que enturbia el equilibrio.

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