jueves, agosto 16, 2007

Blanca Alvarez, El riesgo

El riesgo
16.08.2007 -
BLANCA ÁLVAREZ b.alvarez@diario-elcorreo.com

El miedo llevó al hombre a inventarse a Dios; las sociedades laicas y avanzadas inventaron los seguros y pusieron como tutores a los jueces. Cuando el miedo se vuelve cerval, la religión lleva al paroxismo de los peores fundamentalismos; la seguridad sin dioses, al ridículo de las sentencias norteamericanas donde el ciudadano se vuelve irresponsable de sus decisiones y exige indemnización hasta por sus vicios y placeres. Resulta que el miedo es la enfermedad más contagiosa, sin otra vacuna conocida que el acceso a la sabiduría. Por lo tanto, es probable que terminemos viviendo sin vivir en nosotros y al resguardo de los seguros, como en Norteamérica. Por suerte, algunas veces, los jueces tienen días de probada sensatez, capaces de reconciliarnos con la justicia, y tratan de poner freno, vía sentencia, a la estupidez. El magistrado Francisco Marín Castán tuvo uno de esos días cuando habló de «los pequeños riesgos que la vida obliga a soportar», para evitar que unos ciudadanos le pagasen a sus invitados una millonada porque la señora invitada tropezó con un juguete de los niños en un pasillo no del todo iluminado y se vio con el trasero en el suelo.La vida, por el hecho de serlo, es un riesgo, y de alto voltaje, señora mía, tal vez por eso nos fue concedido un trasero capaz de soportar, con mullida resignación, los tropezones tontos; por eso nos fue concedida la capacidad de racionalizar los errores, de olvidar a quienes nos olvidaron y hasta, en algunos casos, de aprender con cada tropezón. Si no, ya se sabe, asegure la pasión por contrato, la salud con una póliza de hibernación y la salvación del alma comprando indulgencias, porque de la muerte no nos libra ninguna compañía de seguros, ni siquiera la sentencia de un juez que le prohibiera a la parca llevarnos a la otra orilla so pena de indemnizarnos.Tengo una amiga gloriosa y jerezana, pintora de vivos colores cuya oración, laica y vital, fue siempre: 'Enséñame a levantarme, que ya me dedicaré yo a caer'. Y a levantarse, y a lamerse las heridas, y a llorar hasta la extenuación de varias noches, y a reírse de aquellas tragedias que, con el tiempo, terminan por ser malas comedias bufas. Y a celebrar, qué demonios, que vamos cumpliendo años, tomándole gusto a la vida y sus riesgos, poniendo arrugas con cada pena y cada risa; a celebrar las benditas equivocaciones capaces de demostrarnos que seguimos vivos y, de vez en cuando, a sentimos habitantes felices de tejados imposibles.Soñar con una vida a cubierto de cualquier riesgo terminaría con la vida misma: uno no se enamoraría para no sufrir, tendría clones diseñados en lugar de hijos, respiraría a través de una mascarilla y, por supuesto, fabricaría una escafandra capaz de evitar cualquier roce con el mundo y sus habitantes. Una vida en escafandra, de aluminio, judicial o de agua bendita, sería cualquier cosa menos vida.

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