jueves, agosto 09, 2007

Antonio Papell, El PSN y Ferraz

El PSN y Ferraz
10.08.2007 -
ANTONIO PAPELL

La razón última por la que Ferraz se ha opuesto a la coalición entre el PSN y Nafarroa Bai es clara: por diversos motivos, la opción de los socialistas navarros entre aceptar o no tal alianza se interpretaría como la prueba de que el Gobierno del Estado ha dado o no por definitivamente concluido el 'proceso de paz' con ETA. Y si las cosas son así, cabe interpretar hasta cierto punto que el veto al pacto del PSN con NB ha sido un éxito de la estrategia del PP, que alentaba la disyuntiva y habrá logrado que UPN continúe al frente de la comunidad foral si Miguel Sanz consigue este sábado la mayoría simple de votos en segunda votación. Pero este análisis es demasiado simple.Conviene recordar que la injerencia de Ferraz en el PSN comenzó en septiembre del año pasado cuando, a instancias de Madrid, Fernando Puras fue nombrado por el comité regional del PSN-PSOE, con un 99% de votos favorables, candidato a la presidencia de Navarra en las autonómicas de 2007, desplazando a Carlos Chivite, secretario general. Puras era desde julio de 2004 secretario de Política Institucional del PSN-PSOE y portavoz del Grupo Parlamentario Socialista del Parlamento de Navarra. Aquella designación no fue arbitraria: se produjo cuando el 'proceso de paz' estaba en su mejor momento y a causa de que Carlos Chivite era muy escéptico sobre aquella aventura. De hecho, los socialistas navarros se negaron a acompañar a sus conmilitones vascos en los encuentros con Batasuna, a pesar de que la izquierda radical vasca lo estaba solicitando. La sinceridad de la interrupción del 'proceso de paz' ha sido puesta en duda por el PP, que cumple en esto sus obligaciones como principal fuerza opositora, y es lógico que el PSOE esté obligado a demostrar con hechos tal ruptura si quiere convencer plenamente a la opinión pública, que si aceptó mayoritariamente en su momento la bienintencionada intentona, hoy exige la mayor firmeza frente a la irritante y amenazante obstinación terrorista. Por añadidura, Nafarroa Bai no ha tenido el menor empacho en contaminarse al entenderse con la sospechosa ANV allá donde tal alianza le ha proporcionado cuotas de poder municipal, lo que ha dificultado todavía más aquella aproximación entre socialistas y nacionalistas.Dicho esto, hay que reconocer que, sea de quien sea la responsabilidad, las cosas se han hecho pésimamente: Puras ha ensayado sucesivamente desde la coalición con NB finalmente fallida hasta el acuerdo con UPN, pasando por un descabellado gobierno de concentración e incluso por un inviable gabinete socialista en minoría... Si la voluntad de Madrid era tan firme, no se debió permitir esta dispersión, que ha contribuido a irritar a la militancia socialista. Y lo ocurrido ha resucitado el viejo pleito interno entre las dos almas del socialismo navarro, la vasquista y la navarrista, que nunca terminaron de entenderse y que, sobre todo desde la pérdida del poder en 1991, han permanecido litigantes y en vigilia.Ahora todo puede ocurrir en el seno del PSN, donde circula la consigna de la desobediencia a Ferraz y se barajan todas las fórmulas de disidencia, desde la ruptura pura y dura con Madrid hasta la formación de una UPN de izquierdas, es decir, de una marca socialista autóctona, vinculada al PSOE pero con amplio margen de autonomía. Como es sabido, esta fórmula del centroderecha, calcada del modelo bávaro, funciona a satisfacción desde 1991 (Aznar intentó sin éxito reproducirla con CiU en Cataluña). Los socialistas navarros son muy dueños de forjar a su arbitrio su destino, pero quizá deberían tener en cuenta que los nacionalistas son los otros. Es decir, que ellos, como en cierto modo los militantes de UPN, pertenecen a una formación política estatal que, además de alentar un proyecto para Navarra, mantiene otro más amplio para toda España, por lo que ha de conseguir en todo momento la mayor compatibilidad posible entre ambos. Dicho de otro modo, quien se adhiera a uno de los dos grandes partidos estatales deberá aceptar el criterio, a veces duro pero siempre plausible, de que los intereses regionales han de supeditarse a los generales del Estado.

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