miércoles, agosto 29, 2007

Antonio Burgos, A Umbral, sobre Antonio Puerta

miercoles 29 de agosto de 2007
A Umbral, sobre Antonio Puerta

POR ANTONIO BURGOS
YO había venido aquí a hablar de tu libro, Paco Umbral. De un libro con páginas ya amarillentas, hecho con las hojas de los periódicos que publicaron los miles de artículos en los que chorreaban los borbotones de tu talento, como la sangre de una herida siempre abierta.
Yo había venido aquí a hablar de tu libro, Paco Umbral. De «Mortal y rosa». De aquel hijo que se te murió y que tenía los mismos años que el mío, cuando nos encontrábamos de padrazos recientes en los agostos de Seat 600 y paga del 18 de Julio, veraneo hortera y ministerial de Benidorm, los dos de prestado y sin un duro, en la playa de Poniente, tú en el apartamento que te había dejado Miguel Delibes, yo en el de mis suegros, y nos citábamos en el Hotel Glasor o en las caobas de aquel barco varado de la playa de Levante que se llamaba Cafetería Internacional, para hablar de literatura, y para que al día siguiente me sacaras dejándome crecer la barba en tu colaboración de las páginas estivales del ABC.
Yo había venido aquí a hablar de tu libro, Paco Umbral. De tu literaria maestría en este viejo oficio de los papeles. Todos los que lo ejercemos cada día aprendimos siempre en tus negritas y en tus cursivas, sobre todo los que te leíamos desde los tiempos de colegio mayor en la Universitaria, cuando tú ya eras un señor mayor hecho y derecho de la lírica redacción de «Mundo Hispánico», como Luis Rosales o como Fernando Quiñones.
Por eso mismo, por tu oficio, Paco Umbral, comprenderás mejor que nadie que aunque yo había venido aquí a hablar de tu libro, la mejor forma de hacerlo quizá sea decirte de viva voz el artículo que tú sí que habrías escrito, como todos, siete mil millones de veces mejor que yo. Porque la vida sigue. Porque sigue la muerte. Y te cambio la bulería del libro de tu vida por esta triste guaracha nueva de la guasa de la muerte de Antonio Puerta, con la que sigue la vida. Tú sí que habrías escrito una columna bien plumeada sobre el lateral zurdo del Sevilla que en menos de años veinticuatro pasó de la cantera a la selección nacional. Habrías dicho que la muerte de Puerta reúne todos los requisitos que establecía González Ruano para la gloria del joven héroe. Ruano decía que el héroe ha de morir gloriosamente dando la cara ante el enemigo, con el honroso uniforme del cuerpo al que pertenece. Así murió Antonio Puerta. Así mueren los hombres. Con la camiseta blanca, tocando la gloria con los dedos en el fondo del Pizjuán, pica en Flandes de quien tenía planta de espadachín de novela de Pérez Reverte.
Como la Historia de España es un pañuelo, Paco Umbral, Antonio Puerta, fíjate, ha venido a morir sesenta años exactos después de Manolete. El Linares de Puerta fue el Pizjuán. El que tú llamabas hospital oxidado, el niqueladísimo Virgen del Rocío. Islero, su corazón de joven triunfador. No le cabían en un corazón tan joven tantos títulos ganados en tan pocos meses. Puerta... Nombre de torero. Los futbolistas son los nuevos Curritos de la Cruz. Los chavales, antes, se hacían toreros para sacar a la familia del hambre o vestir de luto a la hermana solterona. Los chavales, ahora, se hacen futbolistas para pagar la hipoteca del piso y quitar de trabajar a la madre de la caja del supermercado.
Había una predestinación torera en Antonio Puerta que hubieras bordado en tu artículo, Paco Umbral. Cambió el curso del río rojo del sevillismo en un jueves de Feria de Sevilla, cuando le marcó al Schalke 04 alemán el gol de Puerta le abrió todas las puertas a sus colores. Fue de Puerta del Príncipe. Puerta era como un retruécano barroco de una copla de Rafael de León: Puerta tirando a Puerta con la valentía de Diego Puerta. Ya le han puesto crespón negro a la Giralda, Paco, y se funden los duales barrocos de Sevilla. Hasta los verderones lloramos lágrimas negras por el rojiblanco Puerta. El niño de Añoño, el bético futbolista del Triana. Al Sevilla se le ha muerto en el campo de batalla un héroe, pero le ha nacido un mito. El mundo vio cómo con Puerta se desplomaba un verso del himno del Arrebato: «Un corazón que late gritando ¡Sevilla!,/ llevándolo en volandas por siempre a ganar.» El corazón de Puerta dejó de latir para hacer verdad la poesía del himno del centenario: «Sevillista seré hasta la muerte».

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