miércoles, agosto 22, 2007

Alvaro Delgado Gal, La nueva liturgia

miercoles 22 de agosto de 2007
La nueva liturgia
POR ÁLVARO DELGADO-GAL
HE dedicado las noches de estío a recorrer, marcador en mano, algunos de los libros en que los españoles aprenderán lo que es la ciudadanía fetén. Y ya me considero en grado de emitir un diagnóstico general. Circulan textos marginales que rayan en lo inaudito. Los que se van a usar más, sin embargo, son ante todo aburridos. Tampoco se acusan divergencias notables entre los patrocinados por la Iglesia, y los de orientación presuntamente laica o progresista. Ello suscita una pregunta preliminar: ¿por qué el PSOE y el PP han venido a las manos por un quítame allá esas pajas?
Aprontaré dos explicaciones, una obvia y también un poco prosaica, y la otra ligeramente más interesante. Una de las primeras providencias del Gobierno tras las elecciones del 2004, fue derogar la ley de Educación que el PP había sacado adelante en su etapa de mayoría absoluta. No fue un buen precedente. No sólo por la de la mayoría absoluta, sino porque no había habido tiempo siquiera de poner la ley en vigor. Si a ello se añade que no se hizo nada por consensuar la nueva asignatura, no resulta extraño que el PP se haya propuesto sabotearla, y quizá suprimirla tan pronto cuente con los apoyos parlamentarios precisos. Los paganos serán de nuevo los alumnos, que los partidos han convertido en rehenes de sus desavenencias gremiales.
La otra explicación nos remite a la índole retórica y temerona del Gobierno. El ejecutivo, en efecto, ha declarado una Kulturkampf a la española. O sea, una ofensiva ideológica ramplona, errática, y fundamentalmente innecesaria. Se ha rebasado a democracias mucho más asentadas que la nuestra con valentías tales como la legalización del matrimonio homosexual, una medida que deja a casi todo el mundo indiferente pero que enfada a la Iglesia y exaspera a una oposición a la que se ha mantenido en un fuera de juego sistemático. Con Educación para la Ciudadanía se ha querido dar la sensación de que se consagraba un nuevo orden moral, y se han prodigado expresiones petulantes y con poca chicha dentro. Repárese, por ejemplo, en la siguiente advertencia, hecha por Zapatero al PP y la Iglesia a finales del mes pasado: «Ninguna fe puede oponerse a la ley». Si lo que se intenta decir con lo último, es que la Iglesia no es quién para incumplir lo legislado por el Congreso dentro del marco constitucional, resulta difícil no estar de acuerdo con el presidente. Pero no es éste el único mensaje. En el contexto de nuestra Kulturkampf de vía estrecha, se nos está intimando también otra cosa. A saber, que la soberanía popular se encuentra autorizada a conformar la sociedad a su antojo. Esto es una tontería, y además una ridiculez: ni el pueblo tiene derecho a todo, ni parece sensato confundir su voz con la de una mayoría parlamentaria que se ha apañado zurciendo un retal de aquí con otro de allá. Pero a Zapatero le gusta la lírica, y atina con las notas, y ensaya los trémolos de voz, que más de quicio sacan a sus adversarios.
Vayamos ahora a la asignatura en sí. ¿Está bien concebida? No, no lo está. Adolece de una enfermedad típica de la enseñanza española: el presentismo. Toca materias, como la globalización, que son todavía muy contenciosas, y que los autores de los textos coinciden en no comprender en absoluto. No hay novedad, por precaria que sea, que la pedagogía patria no absorba a velocidad de vértigo, y que no se apresure, a continuación, a explicar mal. Por lo demás, los textos con que van a medirse la mayor parte los de estudiantes, los libros estadísticamente más significativos, se restringen a hacer un inventario de los lugares comunes vigentes. Los padres no encontrarán apenas nada que no repitan los ministros o quienes desde la oposición aspiran a serlo, o que los tertulianos de la radio no reciten unánimemente cuando se toman un respiro y dejan de fustigar al partido contra el cual se han alineado.
Ello no impedirá que se seleccionen los textos según su procedencia. Los colegios públicos de ciertas comunidades, elegirán unos; los de otras, otros distintos. Y los religiosos controlarán con mucho celo bajo qué auspicios editoriales se impartirá la materia ciudadana. Es conveniente, con todo, no olvidar que la ley reconoce a cada centro la facultad de elegir libro. Y también, que en muchos casos se usarán apuntes. Aquí intuyo cierto peligro. Quienquiera que haya consultado la wikipedia española, ha podido comprobar que el activismo de los antisistema no conoce tregua. No me extrañaría que la asignatura, una «maría» en el sentir común de los profesores, quedase a veces en manos de botarates que no se resignan a dar por finiquitada la revolución pendiente. Y que se prodigasen bobadas sin cuento allí donde el claustro, o el Consejo Escolar, no estén muy sobre sí. Valga, como referente, el indecoroso texto de Akal. De aquí a que nuestros jóvenes vayan a ser robotizados por el Maligno o su trasunto docente, media, no obstante, un abismo. Lo que mayormente harán nuestros jóvenes, es olvidarse en un santiamén de una asignatura obligatoria, superficial, y tediosa.
Permítanme que introduzca a continuación, en este balance deliberadamente aséptico, una nota personal. Siempre me han producido una melancolía infinita las homilías que desde el púlpito suele pronunciar el sacerdote. Por lo común, no entiendo el versículo de la Biblia de que se vale aquél para tratar algún asunto atinente a las buenas costumbres, y tengo la impresión de que al orador sagrado le ocurre exactamente lo mismo. El mensaje, separado de su fondo misterioso, se reduce, a la postre, a un comentario trilladísimo sobre la caridad cristiana y los deberes que nos obligan a unos con otros.
La melancolía brota del déjà vu y del ritualismo anejo a una cultura religiosa fosilizada. Pues bien, los textos de Educación para la Ciudadanía han suscitado en mí idéntica tristeza, idéntica fatiga. El carácter actual de los temas tratados acentúa, paradójicamente, este sentimiento depresivo. Estimo que se trata de un mal síntoma, un mal síntoma, entiéndase, en lo que a la moral contemporánea se refiere. Acepto, con Popper, que nuestras sociedades son las más justas, las más clementes, que ha conocido el hombre hasta la fecha. Pero transitar por el conglomerado de principios que las animan, yuxtapuestos dogmáticamente y con poco respeto hacia la consistencia lógica del conjunto, extenúa al más animoso de los lectores. Afirmaba un futbolista argentino, cuyo nombre no recuerdo, que hay jugadores a los que pasas un balón y te devuelven una sandía. Quizá quepa decir lo propio de los pedagogos, y más aún de los pedagogos que evacuan su tarea con el pie forzado de la corrección política. La moral, discutida por Platón, por Maquiavelo, por Montaigne o por Max Weber, resulta algo complejo y fascinante. Cursar moral en estos libros, viene a ser, por lo contrario, como hacer encaje de bolillos. Más se avanza, cuanto menos se reflexiona. Si éste es el orden nuevo, el futuro es ya paleografía.
ÁLVARO DELGADO-GAL

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