miércoles, agosto 01, 2007

Alfonso Rojo, Un pais desagradecido

jueves 2 de agosto de 2007
Un país desagradecido

POR ALFONSO ROJO
Me acuerdo muchas veces de Julio Fuentes. Han transcurrido ya casi seis años, desde el día aciago en que unos facinerosos lo asesinaron en un recodo del tortuoso cañón que lleva de Jalalabad a Kabul y a menudo, cuando me hundo en esas soledades en las que los hombres hablan consigo mismos o con Dios, me viene a la memoria su rostro.
Era un chaval a quien yo quería. Le encantaba el periodismo y fue de los que se abrió paso como reportero, sorteando todo tipo de obstáculos, rechazos e incomprensiones.
Todavía, cuando voy por esas universidades donde la gente no tiene ni memoria ni cultura, como ejemplo de buen hacer, cito una crónica suya escrita en Sarajevo. Es una pieza memorable, sobre la muerte por frío de dos recién nacidas en la ciudad sitiada y debería estar clavada en la entrada de las redacciones y en los tablones de anuncios de las facultades.
Julio perdió la vida por salir en defensa de una periodista italiana, que iba con él en el vehículo y a la que los fanáticos asaltantes golpearon. Cayó en la guerra, en plena acción y apenas se le rememora. Su nombre no se cita, su imagen -un poco triste porque él lo era- parece haberse evaporado.
A diferencia de otros, que no tuvieron para esta profesión ni una centésima del peso que tuvo Julito, no se montan cada año premios u homenajes en su honor. Y me duele.
Es el nuestro un país desmemoriado y desagradecido. Tampoco se ha vuelto a hablar de José Antonio Bernal, aquel sargento siempre dispuesto a echarte una mano, que acribillaron a balazos a la puerta de su casa en Bagdad. ¿Por qué lo mataron? ¿Dónde están sus asesinos? ¿Qué ha ocurrido con la investigación? ¿Qué fue de los desalmados que detuvo la Policía iraquí?
Lo mismo podría decirse de los otros siete agentes del CNI. De Alberto, Carlos, José, José Carlos, Pepe, Alfonso, Luis Ignacio y José Manuel, masacrados hace tres años largos en la carretera que baja de Bagdad a Babilonia, a la altura de Latifiya. Y se batieron. Sin esperanza, pero hasta el último aliento y la última bala.
Alfonso
Rojo

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