domingo, agosto 12, 2007

Alarmas y control alimentario

domingo 12 de agosto de 2007
Alarmas y control alimentario
EL nuevo brote de fiebre aftosa en Gran Bretaña ha vuelto a poner en guardia a toda la Unión Europea y ha obligado a muchos países a tomar serias precauciones y a inmovilizar el ganado importado para prevenir posibles contagios. Cada vez que un país detecta alguna enfermedad animal -por mínimas que sean las posibilidades reales de que se transmita al ser humano, como es ahora el caso- no deja de surgir en la sociedad cierta alarma ante la eventualidad de que, de alguna manera, pueda repercutir en la salud pública o en la cadena alimentaria. En proporciones mayores, esa alarma se dio años atrás en muchos países con el llamado «mal de las vacas locas»; ocurrió hace unos meses con la gripe aviar; y no resulta extraño que hoy mismo algunos países como España, con un buen nivel de atención y prevención higiénico-sanitario, estén familiarizándose con el anisakis o la tularemia. En el suplemento D7, ABC expone hoy un completo informe en el que se incide en la amenaza que puede representar la desatención de los poderes públicos hacia el control de animales, sobre todo de los que forman parte de nuestra dieta.
Nadie puede discutir que en España, desde los años ochenta, especialmente tras el envenenamiento masivo de ciudadanos por la ingestión de aceite de colza adulterado, los controles sanitarios y administrativos de cada eslabón de la cadena alimentaria se han incrementado de forma sustancial. Sin embargo, nos deben hacer reflexionar datos como los que ofrece la Agencia Española de Seguridad Alimentaria, según los cuales el 4,2 por ciento de las casi 13.000 muestras de carne recogidas dentro del programa de zoonosis resultaron «no conformes», debido principalmente a infecciones bacteriológicas. Se trata de un porcentaje bastante superior al de los análisis realizados en muestras de productos lácteos y huevos. Por tanto, no deben caer en saco roto la preocupación y las advertencias de los expertos que denuncian cómo el uso prohibido de antibióticos en granjas ganaderas de producción intensiva termina trasladando hacia el medioambiente bacterias resistentes a muchos fármacos. No en vano, se han hallado secuelas de potentes antibióticos en las vísceras de aves carroñeras alimentadas con los restos de los mataderos, otro dato que, para evitar consecuencias indeseadas, impone a la Administración extremar el celo en la vigilancia y el control de la alimentación de los animales que después serán ingeridos por el hombre.
No conviene incurrir en exageraciones o alarmas innecesarias. En España, los controles son como norma general exhaustivos y rigurosos. No obstante, la complejidad que presenta la supervisión del comercio de animales en todo el mundo, las múltiples formas de contaminación alimentaria, o las variables de los cambios medioambientales y de la fauna silvestre son factores que obligan a los poderes públicos a permanecer en continua alerta para garantizar un sólido estándar de seguridad. Ante la «globalización» de muchas enfermedades de animales, cualquier exceso de confianza en las inspecciones o en los controles fronterizos puede resultar fatal.

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