lunes, julio 30, 2007

Jaime Peñafiel, La culpa... de la prensa del corazon

martes 31 de julio de 2007
La culpa… de la prensa del corazón Jaime Peñafiel

La culpa no la tiene el Rey Juan Carlos, un Jefe del Estado que tiene derecho a los privilegios que el cargo requiere. Como cualquier otro. Incluido un presidente de la república que tanto empiezan a añorar ciertos republicanos.
La “culpa” la tiene el maestro Armero, en este caso la prensa del corazón, tan babosa y cortesan<, que vive, cuando llega el verano, de la familia real, del Príncipe, de Letizia y de sus dos retoños, Leonor y Sofía, en quienes se centra toda la atención de los cronistas, reporteros y paparazzi destacados en Palma.
¡Qué culpa tienen el Rey y familia del “bochornoso mimo con el que determinada prensa española trata a la monarquía y a todos sus integrantes (pero sobre todo a los Asturias) por exageración ditirámbica”, como explica el columnista de El Mundo Javier Ortiz.
La mayor preocupación de los enviados especiales en la capital balear es el posado en la cubierta del Fortuna. El mayor deseo de las reporteras: poder tener en brazos, aunque tan sólo sea un minuto, a la pequeña Sofía. Todas quieren ser niñeras reales. ¡Qué tropa, Señor, qué tropa!
Cierto es que las actividades lúdicas veraniegas de los royals podían ser más discretas, menos yate Fortuna; menos club marítimo y menos exhibicionismo.
Tampoco es cosa de encerrarse en la “urbanización Borbón”, que es lo que se ha convertido Marivent, que tampoco está nada mal con sus lujosas villas y jardines con espléndidas vistas al mar. Se esté donde se esté.
Sorprende que ninguna otra monarquía europea, como la española, despierte tan baboso interés mediático.
A los Windsor, una familia real como los Borbón, que reinan en una isla, Gran Bretaña, no se les ve cuando llega el verano tanto como a los nuestros. Sobre todo desde que desapareció la pobre Lady Di, quien a punto estuvo de acabar con la monarquía brirtánica. Su desgraciada y trágica muerte la salvó. Un año más de vida y se hubiera cargado incluso a Su Graciosa Majestad.
La prima Lilibeth, cuando llega esta época, se encierra en sus castillos, de los que no sale hasta que regresa a Buckingham.
Por no tener, ya no tiene ni el Britannia, aquel espectacular yate real, nada que ver con el “modesto” Fortuna; aquello sí que era un barco de representación. Con su dotación de la Marina de Guerra.
¿Por qué el Estado español no ha dotado al Rey Juan Carlos de una embarcación parecida?
Como al Rey Harald de Noruega, que cuando viene a Mallorca lo hace con un barco cuya tripulación está compuesta por marineros de la Armada noruega, y no como el Fortuna, cuya dotación son de aquí y de allá. Eso sí, de toda confianza.

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