jueves, junio 28, 2007

Felix Arbolí, La ventana indisvcreta

viernes 29 de junio de 2007
LA VENTANA INDISCRETA
Félix Arbolí

H E abierto y me he asomado a la ventana nada más levantarme y me he encontrado con un cielo maravilloso de un azul inmaculado y un sol espléndido y luminoso que acariciaba gratamente. Unas nubecillas desperdigadas y vaporosas en lugar de romper la armonía de este panorama le daban un aire si cabe más idílico y placentero. Ante la contemplación de una belleza tan relajante he sentido interiormente la cercana presencia de Dios y he asimilado mi insignificancia ante una obra tan perfecta. Soy un ser privilegiado por ser testigo de tan maravilloso amanecer, sin merecimiento alguno por mi parte. ¿Cuántos habrán cerrado sus ojos para el sueño del que no habrán podido despertar?. Al contemplar la grandeza de esta visión, me duele pensar que a una Naturaleza tan fascinante y estimulante, hecha para nuestro deleite y disfrute, la estemos machacando continuamente con nuestras salvajadas ecológicas en las que asumimos a un tiempo el doble papel de actores y perjudicados. Como vulgarmente se dice “matamos a la gallina de los huevos de oro”. Somos así de irresponsables tanto los gobernantes, como los gobernados. Nadie escapa a la punible actitud con la que nos estamos cargando nuestro entorno. Miro a la calle y contemplo ese hormiguero humano que va y viene sin cesar con sus bolsas, niños, problemas y sonrisas, buscando cubrir una nueva etapa en sus diferentes y ocultas vidas. Dicen que los mejores pasajes de nuestra vida se encuentran ocultos en el interior de cada uno. Yo estimo que no son los mejores los que guardamos, sino aquellos que nos hacen sentir incómodos. No nos gusta descubrir nuestros fracasos y airear nuestros vicios y errores, toda esa parte oscura que quisiéramos borrar de nuestra memoria y omitir en nuestra existencia. La vida de todo ser es una historia que se va perfilando entre realidades, circunstancias, decepciones y sueños y la pretendemos mantener celosamente secreta a la curiosidad ajena, salvo los pasajes que nos interesan difundir y adornar. Pocos cuentan en sus autobiografías la sinceridad de sus pensamientos y el resultado de sus anhelos si unos u otros no aportan algo positivo y encomiable a su protagonista, porque a nadie le gusta dejar tras de si un mal recuerdo o desafortunada manera de ser, salvo que estemos inmunizados contra la crítica y vacunados contra la falsa vanidad y no nos preocupe ya el qué dirán, pero éstas son sensaciones muy difíciles de encontrar en el ser humano. ¿Cuántas historias se estarán desarrollando entre las personas que comparten la calle y se prestan a mi observadora mirada?. ¿Qué pensamientos ocuparán esas mentes que desde mi altura aparentan serenidad e indiferencia?. Estoy seguro que su externa naturalidad intenta disimular secretas emociones, miedos, alegrías, deseos y esperanzas. A veces, me gustaría ser una especie de “Diablo Cojuelo” y levantar los tejados no para descubrir el interior de las casas, sino el de las mentes de sus moradores y conocer los mundos internos que las ocupan para intentar aliviar sus pesadillas y temores o congratularme y participar en sus logros y aciertos. ¡ Es tan gratificante sentirse útil ante el prójimo que te necesita y poder liberarle de sus llantos y congojas ¡. Somos una caja de sorpresas, cuyo contenido a veces ni nosotros mismos sabemos distinguir. Ya nos lo recomendó el filósofo “Conócete a ti mismo”, porque sabía que somos incapaces de observar detenidamente nuestras almas y descubrir sus más íntimos sentimientos. Al fondo, ocultando lo que antes fueron verdes prados y árboles centenarios donde pastaban cabras y ovejas en escenas bucólicas perdidas, que yo he llegado a conocer, edificios que se alzan desafiantes, como si trataran inútilmente de alcanzar los espacios y poderes reservados al gran Arquitecto de todo lo creado (nada masónica esta apreciación, por supuesto). Es como si el ser humano cargado de soberbia, pretendiera edificar una nueva versión de la torre babélica y desafiar a Dios invadiéndole su terreno. Superar los límites de nuestro espacio para experimentar en desconocidas altitudes nuevas sensaciones. Una batalla sin tregua para llegar al más difícil todavía en ese equilibrio vertical oscilante y peligroso donde hemos traslado nuestro hábitat. La carrera por la altura no ha hecho más que empezar y cuando el hombre se empecina en una idea o se encapricha por un reto no sabe detenerse a tiempo. Es el problema de su exagerada egolatría. Vivimos en auténticas colmenas donde hay más zánganos que obreras y hemos olvidado respirar a pleno pulmón correteando por un campo verde y florido lleno de alicientes, donde la vida lograba serenarse y el hombre encontrarse a si mismo descubriendo las múltiples ventajas que ofrece una naturaleza libre y no contaminada. Solo en determinados barrios, aún no invadidos por la fiebre de la especulación y el ladrillo en gran escala, se encuentran rincones tranquilos que parecen pertenecer a un lejano y olvidado pueblo de provincia. Ese espacio libre de bastardas ambiciones donde aún se saludan los vecinos y se comenta en susurros la vida del inquilino del quinto, ese señor misterioso que saluda serio y cortés cuando se le cruza en la escalera, pero que nadie sabe a que se dedica. Solo se conoce su nombre porque aparece en el casillero correspondiente del buzón. Hoy estamos dominados por la técnica y los artilugios más extraños y sofisticados. Hemos confiado nuestra vida a los diversos aparatos que se han hecho imprescindibles en nuestro cotidiano quehacer y estamos supeditados a ellos por completo. Pulsamos un botón y nos trasladan a velocidades vertiginosas desde la profundidad de los sótanos, hundidos en las entrañas de la tierra, hasta los acrofóbicos áticos que intentan elevarnos por encima de la multitud y sólo consiguen resaltar aún más nuestra insignificancia. Y entre unos y otros, cables, motores, poleas y otros complicados instrumentos. Vivimos suspendidos de un cable y nunca mejor empleada esta expresión. En nuestro entorno, pantallas delatoras que dan fe y testimonio de nuestra presencia y actividad en cada momento y han acabado con nuestra preciada intimidad. Pasillos y estancias donde el sol es un total desconocido porque no lo dejan penetrar y cuando retomamos nuestra perdida libertad y respiramos el aire de la calle nuevamente, tras una jornada laboral de luces artificiales y cerrados espacios donde hasta la respiración está debidamente controlada, nos damos cuenta que ya hace horas que el Astro rey ha desaparecido bajo la línea del horizonte. Estamos sometidos a máquinas y artilugios, sin damos cuenta que somos prisioneros de nuestra propia ciencia, más aún, esclavos, de nuestra ambición y desmedido orgullo. A veces ese Dios al que intentamos equipararnos se cansa de nuestro eterno desafío y como en Babel, Sodoma, Gomorra y otros lugares del pasado y el presente que han sido víctimas de terremotos, tsunamis, maremotos, volcanes y demás desgracias que asolan y masacran a la Humanidad, nos intenta avisar del peligro que nos amenaza cuando intentamos sobrepasar nuestros límites y pretendemos desafiar el control equilibrado del Cosmos. Somos los nuevos Luzbeles que han olvidado sus orígenes y quieren ignorar su final.

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