jueves, junio 28, 2007

Alfonso Rojo, La pena y el llanto

jueves 28 de junio de 2007
La pena y el llanto

POR ALFONSO ROJO
Son días amargos, pero no podemos permitir que el llanto nos empañe los ojos. No es momento de entrar en una turbia discusión sobre inhibidores o de enzarzarse en peleas carroñeras, tratando de arañar votos, pero tenemos la obligación de analizar y de sacar conclusiones. A pesar del luto, es imprescindible dilucidar si queremos unas Fuerzas Armadas dignas de ese nombre.
Me he acordado muchas veces estos días de José Bono. No porque le eche en falta, sino por aquel despropósito del «prefiero morir que matar», que pronunció hace dos años, siendo Ministro de Defensa. En los anales de las democracias no creo que haya muchas majaderías similares, pero Bono no es el único capaz de tirarse de cabeza al charco del populismo.
Abundan quienes ignoran que no es posible tener una política Exterior acorde con el peso económico de España sin una política de Defensa adecuada. Y son una horda los empeñados en convertir a nuestros soldados en una especie de ONG.
¿Se han fijado en que en los anuncios televisivos destinados a promover el alistamiento nunca aparecen armas? ¿No les llama la atención el énfasis con que se subraya que nuestros contingentes en Afganistán y Líbano no combaten? ¿O que operan con normas más restrictivas que los demás?
En septiembre del año pasado, durante la cumbre de la ASEM, merced a un traicionero micrófono, escuchamos que Chirac le decía a Zapatero: «No habrá problemas en tres o cuatro meses, porque al menos Hizbolá está un poco debilitada, pero en tres, cuatro o cinco meses puede ser peligroso».
Algunos nos acordamos entonces de 1983, cuando la ONU también envió «cascos azules» a El Líbano, para que sirvieran de fuerzas de interposición y aquello acabó ensangrentado porque los terroristas suicidas atacaron con camiones cargados de explosivos a los pacificadores.
Las cosas no tienen que ser siempre tan horribles, pero quizá aquí alguien debería haberlo tenido en cuenta en La Moncloa, en lugar de confiar tanto en la suerte, el encanto español y la buena voluntad de los facinerosos.
Alfonso
Rojo

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