jueves, abril 19, 2007

Pio Moa, Al Andalus

Al Ándalus
19 de Abril de 2007 - 08:17:58 - Pío Moa
"Hay otro punto clave en el islamismo radical, compartido por buen número de musulmanes en principio pacíficos y de inmigrantes en nuestro suelo: la idea de que España, o gran parte de ella, corresponde en realidad a Al Ándalus, que su “pérdida” fue una tragedia y que, si Alá lo quiere (¿y por qué no habría de quererlo?), Al Ándalus podría volver a imponerse sobre España, pues hoy vuelve a haber condiciones favorables para invertir la historia de los últimos quinientos años. Una de esas condiciones, y de las más esperanzadoras para ellos, consiste en la tensión disgregadora causada por los secesionismos internos.
Al Ándalus, a veces se olvida, no es solo Andalucía, sino la parte de la península donde llegó a asentarse el Islam. También debemos recordar que los nacionalistas andaluces heredan las teorías de Blas Infante, el promotor, ya en los años veinte del pasado siglo, de una especie de reislamización de Andalucía. Su bandera “andaluza”, hoy oficializada, recoge los colores de los omeyas y los almohades, como declaraba con desafiante orgullo el orate: “Le hemos quitado el negro como duelo después de las batallas y el rojo como el carmín de nuestros sables y todavía se inquietan”. Cabe alegar que el “nacionalismo andaluz” apenas tiene fuerza como tal. Pero sí existe como opinión difusa en diversos partidos no abiertamente nacionalistas, y como una serie de tópicos falsos, popularizados por ellos, sobre la historia y rasgos de Andalucía. Baste indicar que Infante fue declarado Padre de la Patria Andaluza en 1979 en el Parlamento regional, sin protesta de ningún partido. Con tales seudomitos se tejen las tragedias.
Junto con todo lo visto, nuestro vecino Marruecos tiene aspiraciones próximas sobre Ceuta y Melilla, y más lejanas, pero no tanto, sobre las islas Canarias y el territorio del antiguo Imperio almohade, es decir, sobre buena parte de la península. Tales aspiraciones podían parecer hasta hace poco simples ensueños, pero hoy muchos marroquíes empiezan a verlas como empresas factibles en un futuro ya no tan remoto, y en dirección a ella van dando pasos".
(de "Contra la balcanización de España") Y "nacionalismo andaluz" compartido por el desastroso PP, como acabamos de ver.
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El señor Robredo titula su última entrega, modestamente, “Ciencia, moral y religión”. Nada menos. Cuántos libros contradictorios y especulaciones se habrán escrito sobe esos temas, bibliotecas enteras. Y sin embargo él, ya lo ven, despacha el asunto en un artículo relativamente breve. Se ve que tiene las ideas muy claras, dichoso él. No hay como ser experto.
Como ya le dije al principio, yo no pretendo sentar cátedra, y ni siquiera tengo mucho tiempo para dedicarlo a estas cuestiones, que sin embargo me interesan en alto grado. Menos experto que él, y sin ser creyente, después de haber sido ateo, trato de abordar la cuestión partiendo de la experiencia histórica del ateísmo y las conclusiones que pudieran extraerse de ella. Pero el señor Robredo no encuentra ahí ningún problema: el nazismo no tiene nada que ver con el ateísmo, y el comunismo solo en apariencia. No hay más ateísmo real que el suyo, ateísmo que él considera liberal y apoyado sólidamente en la ciencia. Esta es la manera de resolver los problemas propia de los creyentes, y no hay duda de la devota creencia del señor Robredo en la ciencia y el ateísmo, o lo que él toma por tales. Quizá le sorprenda que un marxista podría considerarlo a él, a su vez, un ateo de pacotilla, y no dejaría de emplear argumentos de cierto peso al respecto. Y que los marxistas empleaban un estilo de discusión, partiendo de certezas incomovibles, muy parecido al suyo. Es más, ese tipo de creyentes considera siempre que sus propios cofrades se convierten en falsarios y traidores si no comulgan, de la A a la Z, con su doctrina.
Sin embargo me permitiré volver a recordar este problemilla de la experiencia histórica, ya que el señor Robredo y otros, acostumbrados a discusiones un tanto retóricas, no acaban de entender su importancia: porque cuando la discusión se va por las ramas es imprescindible volver una y otra vez a la raíz, por fastidioso que resulte. Y porque es una aproximación al asunto mucho más científica que las interminables discusiones (siglos, milenios, ya) sobre la existencia o no existencia de Dios y similares. “Por sus frutos los conoceréis”, dice el Evangelio, actitud perfectamente racional y científica, con permiso del señor Robredo, así que detengámonos a observar los frutos del ateísmo en lugar de apartarlos de la vista para seguir enzarzados en lo de siempre.
El marxismo es ateo, el liberalismo no, aunque haya bastantes liberales ateos. Pero estos no tienen derecho a identificar su ateísmo con el liberalismo, como sí tienen derecho los marxistas con su doctrina. Eso sería una actitud muy poco liberal, próxima al totalitarismo, pues usurparía la opinión y las convicciones de muchos otros liberales.
Pero un ateo liberal se ve obligado, además, a relativizar mucho la presunción de que la religión no pasa de ser un montón de falsedades e ilusiones que habrían llevado a la humanidad, durante milenios, por caminos de perdición, del que ahora vendrían a sacar a la sociedad humana aquellos que han visto la luz presuntamente científica. Pues si ese ateo liberal cree realmente tal cosa, tendrá que adoptar el punto de vista del marxista. Estas opciones teóricas se transforman automáticamente en políticas prácticas. Un liberal se conforma con la separación de la Iglesia y el estado. Un marxista considera que el estado ha de utilizarse contra la plaga religiosa, si no queremos vivir indefinidamente en la superchería con todas sus desastrosas consecuencias prácticas.
Queda, pues, planteado nuevamente el problema, y a ver si el señor Robredo va entendiéndolo y a partir de ahí podemos construir algo, poco a poco.
A fin de que la discusión sea más fructífera, también aconsejaría a mi amable contradictor que no cambiara mis palabras. Yo no he dicho, por ejemplo, que “los esoterismos florezcan hoy más en los naciones liberales que en las comunistas o ex-comunistas”. Tampoco es cierto que “Moa considera de suyo "autoritario y dogmático" el mero hecho de que la ciencia aborde temas tradicionalmente sustraídos a su examen”. Eso son solo figuraciones suyas, quizá porque su fervor le lleva a fijarse poco o a no entender lo que yo digo.
También le sugiero que se plantee como problema lo que él da por evidencia, apoyándose en la autoridad. Dice, por ejemplo: “Una civilización basada en la ciencia, como explicó F.A. Hayek, no puede avanzar allí donde la libre iniciativa individual es sistemáticamente perseguida o donde la reverencia por la tradición es sustituída por un nuevo sistema de dogmas secularizados; como en cierto modo representaban el materialismo histórico o el diamat. La ciencia, como explicó Ortega, es algo más que técnica o ciencia aplicada experimental, es ante todo una forma total de civilización que presupone amplios grados de libertad”.
¿Es verdad esto? Como siempre, conviene atender a la realidad empírica, que no siempre avala declaraciones tan generalizadoras y pomposas. También se ha dicho que la literatura solo florece en regímenes de libertad, y sin embargo la gran literatura rusa se desarrolló bajo la autocracia zarista, la gran literatura española creció al lado de la Inquisición, y Shakespeare no perteneció a una sociedad precisamente liberal, aparte de ser él mismo muy nacionalista y mostrar actitudes que los nazis estimaban. Y diría también que la literatura bajo el franquismo fue bastante más importante que la escrita bajo la democracia.
De ser cierto lo que dicen Ortega o Hayek de la ciencia, ni en la URSS ni en la Alemania nazi podía haberse desarrollado ciencia en absoluto. Pero, repito, la ciencia y la técnica avanzaron notablemente en los regímenes nazi y comunista, y está avanzando hoy con rapidez en China. Ni siquiera puede decirse que Usa haya superado en ciencia a la Alemania nazi, porque esta no tuvo tiempo de desarrollarse plenamente, pero lo que logró en pocos años da para plantearse algunas cuestiones.
Hay, además, otro problema: la ciencia tiene la característica, me permito insistir, de que excluye conceptos propios del “alma” humana como la libertad. La libertad puede ser conveniente, aunque no imprescindible, para el desarrollo científico, pero la ciencia entendida al modo ciencista, como negación por principio de la creencia religiosa, puede conducir muy bien a la anulación de la libertad. Este es un problema muy serio, en mi opinión, que no puede ventilarse con cuatro tópicos devotos o fervorosos.

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