miércoles, febrero 28, 2007

Jorge Ortega, Las operaciones de nuestros ejercitos

jueves 1 de marzo de 2007
Las operaciones de nuestros ejércitos

Jorge Ortega
Martín
HE tenido ocasión, recientemente, de leer en un diario de tirada nacional un clarificador artículo del periodista italiano Piero Ostellino, a su vez publicado previamente en Corriere della Sera, titulado «La segunda guerra de Afganistán». Asimismo, me ha resultado bochornoso conocer el estéril debate mantenido en relación con la condecoración que se debía conceder a nuestra compatriota, la soldado Idoia Rodríguez Buján, fallecida en Afganistán por la acción de una mina presuntamente talibán. A la calificación de estéril me atrevo a añadir la de decepcionante en un asunto que, como tantos otros de Estado, debería incluir un consenso entre los grandes partidos nacionales, consenso que los españoles tendríamos que exigir de nuestros representantes. Ambos hechos me han llevado, contra lo que ha sido mi norma de vida y lo es también para la mayor parte de los componentes de los Ejércitos de España, a tomar la pluma y reflexionar en voz alta sobre el empleo de nuestras unidades militares en las operaciones en las que se encuentran inmersas. Por otra parte, mi condición de retirado me libera de seguir ateniéndome a la anterior mudez.
Cuando una unidad militar recibe de su cadena natural de mando una misión a cumplir, en su estado mayor o plana mayor se desarrolla un proceso de toma de decisión para el cumplimiento de la misma, que culminará en la correspondiente orden de operaciones a las unidades subordinadas y en la que el jefe pone en juego toda su autoridad y, a la vez, toda su responsabilidad respecto de la seguridad y, en último término, de la vida de sus hombres y mujeres.
El procedimiento se inicia con un análisis de la propia misión, para lo que su literalidad se descompone en la serie de cometidos que deberán llevarse a cabo para su cumplimiento, y que no siempre aparece a simple vista en una primera lectura. Dichos cometidos deberán encuadrarse en el ambiente y el terreno en que se va a desarrollar la misión, los cuales incluyen condicionantes que permiten o prohíben la ejecución de determinadas maniobras, especialmente considerando que la misión original recibida incluirá unas ciertas reglas de enfrentamiento (conocidas como ROEs en jerga atlántica) que limitarán la libertad de decisión del correspondiente jefe de unidad para tomar ciertas medidas relacionadas con los referidos ambiente y terreno.
Pero, simultáneamente con dicho trabajo, la parte del estado mayor responsable del área de inteligencia estará realizando el análisis de un nuevo factor, cuya actividad consistirá precisamente en oponerse al cumplimiento de la misión recibida: «el enemigo». Se deberá estudiar su actitud, sus medios y sus tácticas de empleo para poder definir las distintas acciones que puede realizar en contra de su unidad. Analizadas todas ellas, tratará de encontrar la posibilidad más probable para adaptar su maniobra a la misma y, la más peligrosa, para cubrirse de ella con sus propios sistemas de seguridad.
En ese momento se estará en condiciones de integrar ese estudio del «enemigo» con el realizado en relación con el ambiente y el terreno mediante un procedimiento conocido como INTE: «integración terreno enemigo» (y no «en terreno enemigo», como recientemente publicaba una revista nacional de gran tirada pero de escasa información sobre procedimientos castrenses). Evidentemente, al realizar el INTE se podrá observar que algunos de los cometidos de la misión quedan muy fuertemente afectados por la actividad enemiga, y ello deberá llevar a analizar en detalle si la actitud prevista por el mando para nuestras tropas, las ROEs recibidas, la entidad y especialidad de las tropas de que disponemos y las condiciones de adiestramiento de las mismas (basadas hasta ese momento en la literalidad de la misión recibida) y los medios materiales de combate de que estamos dotados responden no sólo al referido cumplimiento de la misión, sino a la capacidad de enfrentar las posibles acciones enemigas que traten de oponerse al mismo. En función de todo ello, deberá elevar al mando correspondiente su decisión y, con ella, la petición de los condicionantes suplementarios que precise en forma de nuevas ROEs: distinta composición de su unidad, necesidad de nuevo adiestramiento de la misma o medios materiales de los que no disponga.
En el caso concreto de Afganistán, aunque podría perfectamente extrapolarse al Líbano o a las unidades españolas que operaron en Irak (donde los hechos confirmaron que unidades con misiones concretas de reconstrucción debieron hacer frente, a causa del factor «enemigo», a combates de alta intensidad), la misión recibida es una inmediata consecuencia de un mandato absolutamente legal del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, y su cometido básico es el de apoyar a la reconstrucción del destruido país o, por matizar algo más, proteger dicha reconstrucción. Pero la anterior misión se desarrolla encuadrada en la International Security Assistance Force (ISAF) que, si en un principio era dirigida por Naciones Unidas, pasó a ser una operación de la OTAN por decisión del alto organismo internacional. Desde su inicio hasta el día de hoy, tanto el ambiente como el terreno en que se desarrolla la misma han variado de forma drástica, dato bien conocido por cualquier persona atenta, aunque sea mínimamente, a la información diaria de los medios de comunicación.
Si aplicamos el INTE al caso afgano, resulta evidente en una primera aproximación que, dada nuestra misión y el mandato de Naciones Unidas, los grupos talibanes no debieran planear ni ejecutar acciones contra nuestras tropas y, por tanto, no tendríamos que considerarlos como «enemigos» al analizar dicho factor. Pero la realidad es muy otra. El factor «enemigo» no analiza lo que debiera ser, sino lo que de hecho es. Los talibanes tienen por «enemigo» a los americanos, en consecuencia a la OTAN y a ISAF y, por consiguiente, a las unidades y a los soldados de las naciones que la forman. No podemos olvidar que en ISAF se encuadran naciones cuyas fuerzas militares, como señalaba muy gráficamente Ostelino, «no disparan», mientras otras «hacen la guerra disparando». En estas condiciones, la «integración terreno enemigo» pudiera lógicamente llevar al jefe militar a considerar que, para cumplir con la misión asignada por sus jefes, y en última instancia por el gobierno de la nación que dirige la defensa (artículo 97 de la Constitución Española del 78), puede precisar otra actitud, otras ROEs, otro adiestramiento previo, una mayor entidad de tropa y, tal vez, unos materiales de más capacidad de autodefensa ante el fuego enemigo que los BMRs, como podrían ser los Centauro o los Pizarro. Y si así lo piensa, así lo puede y debe elevar desde la absoluta lealtad que ha de tener para con sus superiores militares y políticos, y desde la grave responsabilidad que tiene respecto de las vidas de los hombres y mujeres bajo su mando. Naturalmente, no puede quedar duda alguna de que, cualquiera que sea la posterior decisión superior, la obligación del militar es, en todo caso, cumplir la misión recibida en las condiciones señaladas y con los medios puestos a su disposición. Disciplina obliga.
Sería de desear que las condiciones en que se ordena a un miembro de las Fuerzas Armadas cumplir una determinada misión respondan no sólo al mandato nacional o internacional que la respalda en su origen, sino a la situación que en cada momento exista y que, en el caso de Afganistán, es de alto riesgo y puede serlo aun más con la entrada de la inmediata primavera, como muy honestamente ha reconocido en fechas recientes nuestro ministro de Defensa. Y en la valoración de dicha situación puntual resulta indispensable escuchar la opinión del militar, único experto por su formación y su experiencia sobre el terreno.
Está en juego nada menos que el perfecto cumplimiento de la misión encomendada a España, el prestigio de nuestros Ejércitos, ganado a pulso a lo largo de los últimos años y, sobre todo, y ello lo convierte en trascendental, la seguridad y la vida de nuestros soldados.
General de División
(Retirado), ex segundo
jefe de EM del
Mando Sur de
la OTAN

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