miércoles, febrero 28, 2007

Blanca Alvarez, Profesion

jueves 1 de marzo de 2007
Profesión
BLANCA ÁLVAREZ b.alvarez@diario-elcorreo.com

De todo el oropel de honores a la soldado gallega muerta, me quedo con esa mirada esquinada de los familiares cuando el presidente del Gobierno colocaba la medalla sobre el féretro. Me recordó miradas parecidas cuando se esperaba a pie de mina el resultado de la última explosión de grisú y algún capataz o político aparecía en mitad de un silencio que podía cortarse a cuchillo; la mirada que los marineros cabeceaban a los armadores de barcos ruinosos que hacían la fortuna del dueño y la desgracia del marinero.Los pobres no eligen el lugar de trabajo donde han de morir. Ningún ser humano sensato encuentra heroico bajar a una mina para, en el mejor de los casos, morir tosiendo con los pulmones acartonados. Ningún hombre en su juicio elegiría entrar en la bodega de un barco, casi chatarra, a llenarle la barriga con carbón. Otra cosa es que, obligados por la necesidad, le canten al mar, a la mina o al andamio, para compensar la desgracia con cierta dosis de resignada gloria. También cantaban los esclavos en las plantaciones de algodón.Durante unos años, aquellos mineros, aquellos fogoneros y marineros de barcos inestables soñaron con que sus hijos fueran a la Universidad justo para evitarles la no elección del trabajo. Para evitarles, en cierta medida, la muerte. Y funcionó un breve tiempo; después, la cosa del curro se puso difícil pero no los sueños de poseer lo mismo que los hijos de los pudientes. Se pasó de la conciencia de clase y la protesta a la hipoteca y el desclasamiento vergonzante. De mirar con recelo al dueño a salir en su defensa frente a los alcaldes que no les dejan enladrillar el mundo.Eligen los que pueden, por gusto y disfrute. Aun cuando lo elegido entrañe riesgos. Se puede congelar quien decide explorar el Polo Sur, pero ganará la gloria de los héroes románticos. Estudiamos el nombre de los faraones, pero no existe lista de los esclavos muertos bajo las pirámides. Napoleón podía buscar la trascendencia en sus conquistas militares, sus generales también, pero los soldados anónimos de sus tropas casi seguro que iban a la fuerza: o del hambre o del obligado servicio a la patria que siempre recae en los pobres a los que luego la misma patria olvida. Por más que ahora recojan sus nombres en muros de escasa memoria. Idoia Rodríguez fue voluntariamente a Afganistán. No dudo de su afán por ayudar, pero en su familia no olvidan que se apuntó voluntaria a la misión porque se quería comparar un piso para casarse. Es cierto que nadie la forzó, salvo la publicidad de un mundo que te vende el ideal de pareja feliz con piso propio y una parejita de futuros obreros.

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