sábado, noviembre 25, 2006

La verdadera manipulacion de las victimas

sabado 25 de noviembre de 2006
La verdadera manipulación de las víctimas
POR EDURNE URIARTE
EL liderazgo de las asociaciones de víctimas en la movilización ciudadana contra la negociación política con ETA las ha hecho objeto de numerosas manipulaciones. La primera, la más burda, la de su presentación como agrupaciones de extremistas y exaltados condicionados y controlados por el PP. Los adalides de la negociación que difunden estas imágenes pretenden borrar del recuerdo de los ciudadanos el hecho de que el movimiento cívico que impulsó a fines de los noventa la resistencia ciudadana contra ETA no surgió del PP. Surgió de la sociedad, de las víctimas, de los intelectuales, de las asociaciones cívicas, de los ciudadanos de a pie hartos de la parálisis del miedo y el silencio. El PP se sumó y, lo que es más importante en este debate, el PSOE, al principio, también. Las víctimas están donde estaban; el PP, también. Quien ha cambiado de posición es la cúpula del PSOE.
Pero aún hay algo peor en el cuestionamiento de las víctimas que esta tergiversación de la historia y del significado de la resistencia. Hay otra manipulación, no de las víctimas, que no se dejan, pero sí del concepto de víctima que es especialmente inquietante porque suele ir disfrazada de supuesta sensibilidad humana y solidaridad hacia el dolor, de alusiones al respeto a las víctimas o de la obligación de escucharlas. Consiste en convertirlas en exclusivos afectados del terrorismo etarra, en reducir la persecución a toda una sociedad al problema de unos pocos. Y, además, se acompaña de su consideración como un problema puramente humano y no político. Se difuminan los factores por los que esas víctimas lo han sido y éstas pasan a ser individuos aislados que tuvieron la mala fortuna, terrible, digna de comprensión y solidaridad y todo eso, pero mala suerte, de caer entre las bombas de un grupo terrorista.
Lo que viene después es sencillo. Consiste en convertir la negociación con ETA en una cuestión fundamentalmente pragmática, en una «solución de un problema», libre de incómodos principios democráticos y éticos, conveniente para el conjunto de españoles y que no debería ser condicionada por esa minoría «desafortunada» que sufrió las iras de esos criminales elevados ahora a la categoría de negociadores. Hace unas cuantas semanas un ciudadano lo explicaba en una carta dirigida a un periódico y lo hacía crudamente, sin los tapujos de los intelectuales y los políticos: ellos han sido víctimas, todo mi apoyo y bla, bla, bla, pero son unos intolerantes si pretenden imponer su opinión, porque yo no quiero ser una víctima del futuro y reivindico mi derecho a negociar. Dicho de otra forma, reivindico mi derecho a la rendición y a la ruptura de los principios democráticos porque tengo miedo y no quiero arriesgarme.
Esa es la diferencia, la frontera entre los principios democráticos y éticos que distinguen a quienes se manifiestan contra la negociación política con los terroristas y quienes están dispuestos a esa negociación. Y si esa negociación acaba por desarrollarse, al menos que no se manipule la historia y que cada uno ocupe su lugar. Los que protagonizaron la resistencia democrática, en la posición de dignidad y honor que les corresponde, y los ligeros de principios, en otra bien distinto.
A las dos manipulaciones señaladas se suma un error que cometen las propias víctimas, pero también muchos de quienes coinciden con su discurso y que contribuye a esa tergiversación de la separación de las víctimas del resto de la sociedad sojuzgada. Y es que restringen demasiadas veces el concepto de víctima a quienes han sufrido directamente las bombas de ETA y a sus círculos más cercanos. Comprendo que es el resultado de un proceso necesario como ha sido el reconocimiento mismo de la existencia de las víctimas y de su dignificación, algo que no tuvo lugar hasta fines de los noventa. Pero ello no debe llevarnos a olvidar que una buena parte de la sociedad vasca y aún mayor del resto de la española han sido también objetivos de ETA, al menos, objetivos potenciales, aunque las bombas no los hayan alcanzado. Y, por lo tanto, víctimas. Y eso incluye a todos los que han rechazado las exigencias de los terroristas, es decir, la aceptación de que el País Vasco no es España y su independencia. Cualquiera que disienta de lo anterior es una víctima potencial de ETA, sobre todo cuando lo expresa en público. Y cuando decide callarlo por miedo, sigue siendo una víctima a la que se le impide su derecho a hablar. Otra cosa es que algunas de estas víctimas deseen negociar con sus agresores. Pero eso no cambia su condición de víctimas.
Las víctimas de ETA son muchas más que las que se agrupan en la AVT o en cualquier otra asociación. Constituyen la gran mayoría de la sociedad española, la que no ha apoyado o sostenido a los terroristas. Dejemos de una vez de hablar de las víctimas como un pequeño grupo, a este paso, exótico, incluso. La historia de la persecución de ETA nos incluye a todos, a millones de españoles. Y cuando el Gobierno afirma, con supuesta magnanimidad, que las víctimas serán escuchadas en el «proceso de paz» debería tener presente que se refiere a todos esos millones.
Pero, además, el debate sobre las víctimas no es solamente el de la justicia que se les debe a quienes han sufrido directamente las bombas, los tiros y la extorsión de ETA. Si eso es esencial porque pone a prueba la solidez del sistema judicial, hay otro asunto incluso más relevante que pone a prueba toda la democracia. Se trata del debate político que está detrás de la negociación. El de la legitimidad del terrorismo. Pero también el de la legitimidad de sus reivindicaciones. Si el estado y todos los defensores de los principios democráticos han pedido durante tantos años la resistencia y el riesgo de muerte a tantos y tantos ciudadanos lo han hecho porque pensaban que ese sacrificio era imprescindible para sostener nuestro sistema de libertades. Y no sólo porque un demócrata no puede ceder ante los terroristas, sino también porque sus reivindicaciones, todas y cada una de ellas, son innegociables. Y no me refiero sólo a su sistema político totalitario, sino también a la autodeterminación del País Vasco y cualquiera de sus pasos intermedios.
Ese es el contenido fundamental de las manifestaciones promovidas por las asociaciones de víctimas y las del conjunto de la resistencia frente a ETA. Dejémonos de vacíos y engañosos cantos a la solidaridad con las víctimas. Porque se trata de mucho más que de la solución de sus casos particulares de dolor e injusticia. Se trata de tomar decisiones trascendentales para la democracia española y para los principios políticos que rigen la vida social de todos los españoles.
EDURNE URIARTE
CATEDRÁTICA DE CIENCIA POLÍTICA UNIVERSIDAD REY JUAN CARLOS

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