lunes, octubre 23, 2006

El ruido de los pactos

martes 24 de octubre de 2006
Ofertas socialistas
El ruido de los pactos
Cristina Losada

Ya todos los consensos parecen iguales. Una neblina tras la cual se esconde el tajazo que el gobierno le ha asestado al único consenso importante, el que quedó plasmado en la Constitución.

Al gobierno le ha entrado un furor pactista. Un deseo por enredar con algún pacto las piernas de la oposición. Ya intentó uncirla al carro de la cesión ante ETA. Fracasada in extremis aquella operación, ahora le extiende ofertas de pacto con solicitud y frecuencia sospechosas. ¿No era tan requetemalo el PP? ¿No se había pactado con otros su exclusión? ¿No habitaba en el cubil de la derecha extrema? Ah. Eso lo dirán los días pares, que los impares tocan otro son. Pero si los cantos que ahora entona el socialismo gobernante para atraer al adversario no son de sirena será únicamente porque ni De la Vega ni Pepiño ni Zapatero presentan la melodiosidad y la belleza de las mitológicas Lidia, Partenopea y Leucosea.
Las manos que tiende el PSOE a cuenta de la inmigración, de la corrupción urbanística o de cualquier otro problema que aparezca a la vuelta de la esquina demuestran la incapacidad del gobierno para hincarles a todos ellos un diente resolutivo. Son un síntoma de su ineficacia. El gobierno de ZP se rige por un principio semejante a aquel que sentó Napoleón: si quieres solucionar un entuerto lo solucionas y si no, creas una comisión. Zapatero, cuando no puede arreglar algo, se saca un pacto de la manga, que siempre resultará más fácil que atajar los cayucos y otras mareas, incluida esa tan sucia que arrastra dinero de los ayuntamientos a los bolsillos de los partidos y a otros sacos sin fondo. Y aún encima, queda bien. Porque aquí se tienen en gran estima los gestos unánimes y los alardes de consenso. Y la apariencia hace perder de vista la esencia. O sea, el hecho de que detrás del gran acuerdo no hay nada. Nada duradero.
Se tragó el sumidero ambiciosos y no por ello buenos pactos, como el de la Justicia, que impulsó el PP. Seguiría después ese mismo curso hacia la alcantarilla el Pacto Antiterrorista, iniciativa del PSOE. Es más, sabemos ahora que Zapatero lo violaba al mismo tiempo que lo proponía y estampaba su firma en él. Pues nada. Los pactos entre el gobierno y la oposición se han ascendido al rango de fórmula mágica. La atención se ha desplazado hacia el hecho de estar de acuerdo, en detrimento del contenido del acuerdo. La cultura del consenso, alimentada durante la Transición, ha terminado por hacer estragos. Y tanto querer consensuarlo todo ha devaluado el consenso. Ya todos los consensos parecen iguales. Una neblina tras la cual se esconde el tajazo que el gobierno le ha asestado al único consenso importante, el que quedó plasmado en la Constitución.
Las ofertas de pacto que ahora prodigan los escuderos zapaterinos constituyen una representación destinada a ocultar el vacío. Pero son algo más. Claro que pretenden resucitar la imagen dialogante y buenista que gastó al principio el señor de la sonrisa. Y reforzar el latiguillo de que los del PP son los señores del no, a los que nadie aísla, sino que rumian solos por gusto. Pero este es un gobierno que ha roto el pacto fundamental, que desea firmar acuerdos inanes y publicitarios sobre lo accesorio. Este es un país donde se ha de consensuar cualquier cosa, menos aquello que garantizaría en todo el territorio la libertad, los derechos individuales y la igualdad ante la ley. Y esta es una nación donde se puede esperar todo tipo de pacto, salvo uno similar al que ha unido en Alemania en una gran coalición a los dos partidos rivales.El ruido de pactos que ahora producen los tambores del gobierno trata de cubrir el crujido de fondo del sistema. Y es por ello que los del PP han de taponarse los oídos y amarrarse al mástil, como hizo Ulises. Pues tales notas dulces no están destinadas a sacarlo de su soledad, esa que a algunos de entre ellos se les hace amarga, sino a seguir llevando a este país hacia los arrecifes tontamente hipnotizado, como escribía Elias Canetti, por "la prisa por estar allí donde se encuentra la mayoría". Además: no es aceptable pactar con quienes tienen tratos con los terroristas.

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