sábado, octubre 21, 2006

El peso y al gloria de la realeza

domingo 22 de octubre de 2006
EL PESO Y LA GLORIA DE LA REALEZA
Félix Arbolí

H E tenido la ocasión, oportunidad o privilegio, según consideren, de tratar con el Rey en dos ocasiones, siendo aún Príncipe de España, en vida de Franco. La primera fue con motivo del nombramiento de Juan Carlos y Sofía “Rocieros de Honor” por la Hermandad de Madrid, cuyo Hermano Mayor era Carlos Zamoyski y Borbón, primo del Príncipe y buen amigo mío. El acto tuvo lugar en la castiza iglesia de la Paloma, donde se hallaba, ignoro si continuará, el “Sin Pecado”, que es como llaman los rocieros al estandarte con la imagen de esa Virgen tan ampliamente querida y venerada en toda Andalucía y en cuantos sitios se encuentren varios andaluces. Aunque no he tenido la dicha de asistir a ninguna de esas inolvidables romerías, desempeñaba el cargo de Jefe de Relaciones Públicas de la de Madrid. Como tal, fui el encargado de preparar el acto, cuidar los detalles y hasta ponerme en contacto con una importante bodega jerezana para que nos sirvieran un ágape en la sacristía, terminado el acto. Ese día fui presentado a los Príncipes, en unión de mi mujer, por su primo y quedé maravillado de la campechanía, afabilidad y sencillez que demostraban tan importantes personajes en su relación con el pueblo sencillo y llano. La segunda fue más especial. Tuvo lugar con ocasión de una tienta de vaquillas en la finca de doña Amelia Pérez Tabernero, de cuyo hijo Julio era un gran amigo. En el ruedo probando la bravura y casta del animal, se hallaba el inolvidable maestro Antonio Bienvenida, que semanas más tarde en esta finca e idénticas faenas hallaría la muerte de la manera más sorprendente e inesperada. Cosas de la vida. Asistía también Agustín de Foxá, que era gobernador civil de Toledo, provincia a la que pertenecía esta hacienda. Todos pendientes del ruedo y las evoluciones taurinas del maestro, al que el Príncipe gastaba bromas sobre las características del bicho que le tocaba lidiar. Don Juan Carlos y yo, nos encontramos de golpe compartiendo asiento en solitario. Recuerdo que ambos fumábamos, yo a razón de tres paquetes diarios (llevo dieciséis años sin tabaco por propia voluntad), así que cada vez que el Príncipe sacaba su bonita y decorada pitillera de plata y me ofrecía un cigarro, yo ya estaba a mitad de mi nuevo cigarrillo. “!Nunca te cojo sin fumar para ofrecerte uno de los míos!”, me comentaba divertido. Hablamos de todo y sin que nada ni nadie nos interrumpieran. Sólo se mosqueó cuando se dio cuenta de que un fotógrafo no cesaba de utilizar su cámara enfocando hacia donde nos hallábamos. Algo contrariado, preguntó quién era ese fotógrafo, al indicarle que venía conmigo y que yo era periodista, quedó conforme y continuamos nuestra charla, aún sabiendo que los datos obtenidos en tan sencillo encuentro y natural conversación, podrían pasar posteriormente al papel impreso. Fue uno de los momentos más inolvidables e importantes no ya solo de mi vida profesional, sino de mi existencia en general. Yo solía enviar a Doña Sofía las fotos que hacíamos en la Agencia de Prensa, relativas a su vida pública y familiar. Eran de un tamaño especial para su inclusión en los álbumes que ella iba formando. Siempre que las enviaba, a escasos días, recibía una carta muy cordial del Jefe de su Casa, agradeciéndome el detalle. Esta vez también lo hice, pero añadí una serie de ellas a tamaño normal (l8 x 24), donde aparecíamos Juan Carlos y yo en animada charla. Al darme las gracias nuevamente por el envío, el general Armada me remitía una en la que aparecíamos sonrientes y en plena charla, pero dedicada muy expresivamente de puño y letra por el propio Principe. Foto, que junto a otras que recibí posteriormente, conservo y expongo en casa, pues forman parte de mi historia personal. Yo, a fuer de sincero, he de confesar que no he sido nunca monárquico, porque nací ya con la República y viví, crecí y me eduqué en un gobierno que no era precisamente ferviente entusiasta del regreso del Rey, aunque muchos de los que le apoyaron en la guerra, pensaban que luchaban para que el monarca regresara a la patria y recuperara su Trono. Franco no quiso soltar el Bastón de Mando, ni aún cuando estaba ya viéndole las barbas a San Pedro. . En casa, recuerdo que mi madre, franquista acérrima, (como tantas mujeres, creyentes a rajatabla, que no pudieron perdonar a los otros la quema de iglesias y conventos, el asesinato de sacerdotes, religiosos y ese gran número de mártires a causa de sus creencias, etc ), sentía un especial cariño y recuerdo por el Rey Alfonso XIII, del que lamentaba su mala suerte, su forzado exilio y su muerte solitaria y alejado de la patria. Pero era tanta su devoción por Franco, al que veía como el salvador de una España que él libró de la ruina, que no se paraba a pensar que ese ser tan providencial según sus sentimientos, era el que impedía que el Rey de sus amores no pudiera regresar a España y ocupar nuevamente su Trono. La llegada al poder de Juan Carlos, supuso un aliciente y un futuro de buenos augurios para unos y para otros, sin distinción de ideologías. Gracias a él desaparecieron recelos de continuidad, se esfumaron los temores populares de ver surgir cortesanos enchufados por sus coronas ducales y marquesados y la amenaza de un duro y horrible enfrentamiento entre la derecha tantos años gozando de su victoria y oportunidades y la izquierda harta de soportar postergación, cárceles y miserias. La monarquía fue un nuevo y ansiado amanecer de esta España tantos años adormecida y tan encarnizadamente atacada en los foros internacionales por las llamadas democracias. Todos en esos primeros años del cambio nos sentimos más monárquicos que el propio Rey. Oír a comunistas, socialistas y de otras “istas”, hablando de la Corona en forma elogiosa era algo que ayer se pensaba insólito, pero hoy se veía normal y generalizado. ¿Quién podía suponer que algún día Carrillo, la Pasionaria y tantos otros personajes de su ideología y otras más radicales aún, iban a ser recibidos en palacio y saludados cordialmente por el Rey?. ¿Quién llegó a pensar que Fraga, el azote de la izquierda, iba a interceder y ofrecer su influencia para que su hasta entonces enemigo acérrimo Carrillo, pudiera permanecer en España y presentarse libremente a unas elecciones al Parlamento?. Entonces si que podíamos decir que en España empezaba a amanecer y aunque no fuéramos con ningún imperio hacia Dios, como quería José Antonio, íbamos formando una piña, llenos de esperanzas y buenos deseos hacia un mañana donde el sol brillara para todos y pudiera calentar todos los rincones sin distinción. España que durmió monárquica y despertó republicana, había realizado el milagro de amanecer esta vez nuevamente monárquica. ¡Dios que buen vasallo si hubiera buen señor!. La Corona, más que un privilegio, aunque los tenga y disfrute, es un servicio pesado y una renuncia constante a particulares deseos y ambiciones. Incluso a la llamada del amor, como se ha demostrado en incontables ocasiones. Gozar de las prerrogativas y prebendas que suele proporcionar la realeza, lleva aparejado el tener que soportar los sacrificios y abnegaciones que ella nos exige a cambio. No se puede seguir exigiendo los tratamientos, beneficios y cortesías por ser hijo o hija de rey, sin querer cumplir con las obligaciones y responsabilidades adherentes a dicha circunstancia. Hay que atenerse a las consecuencias. O se es princesa y se vive como tal o se renuncia a esa prerrogativa y se recupera la absoluta libertad para vivir como le venga en ganas, aunque renunciando antes a las regalías derivadas de su nacimiento. Que quiere casarse con un deportista, con un banquero o con una periodista, hacen muy bien, nada que objetar, siempre que ello no obligue a los ciudadanos a tener que someternos, por razones de sucesión, a esos señores y reconocerlos en un futuro más o menos largo, como reyes consorte o reina de nuestra nación. Antes de dar el sí ante el altar, a mi modesto entender, deben dar el no a su condición de Alteza Real y a sus derechos dinásticos, como ha ocurrido siempre. El ejemplo lo tienen en su propio padre que no pudo elegir una reina más cabal, inteligente y admirada por todos, incluso por los más acérrimos contrarios de la institución monárquica. Además, Princesa, hija de Reyes, sabiendo su oficio, obligaciones y facultades desde la misma cuna. Yo, que como he dicho, no me he sentido muy monárquico, al ver el continuo ejemplo de bien hacer, la simpatía que despiertan y el afán de servicio a España, tan ampliamente demostrado, me he convertido en admirador y entusiasta de nuestros Reyes, pero siento tener que agregar que no siento el mismo sentimiento por sus hijos. Han hecho lo que les han venido en ganas, sin tener en cuenta sus obligaciones dinásticas y no han tenido el menor indicio de sacrificarse pensando en qué persona debería ocupar el día de mañana, si llegara el caso, con los debidos merecimientos el Trono de España. No quiero decir, Dios me libre, que tenga nada personal contra los miembros consortes de nuestras princesas y príncipe. Solo se de ellos lo que nos cuenta la presa y he de ser sincero, aunque sea periodista, no me parece un medio muy fiable. Pero quiero afirmar que me parece intolerable y en esto la prensa ha sido unánime y hasta hay un libro circulando por las librerías con el hecho, es que toda una Princesa de Asturias, (debería olvidar en ciertos momentos sus orígenes y pensar más en su futuro), se convierta en confidente de un cantautor, como Sabina, para contarle un chiste con bastante ingenio, hay que reconocerlo, pero con no muy buena fortuna y oportunidad. Debe tener presente quién es ahora y olvidar quién era antes. Y hay amistades antiguas con las que no se debe alternar tan confiadamente, porque están expuestos a sus indiscreciones y chivateos. Yo se que si hubiera sido el destinatario de ese chiste, contado en un momento de grata tertulia o reunión, jamás me hubiese atrevido a exponerlo públicamente y menos aún para que se publicara en un libro. Pero no todos pensamos igual, ni tenemos el mismo concepto de la amistad y el respeto a las confidencias de una amiga que, en ese momento, me da la impresión, no se hallaba en la plenitud de sus facultades, porque de lo contrario el pecado sería mucho más grave e incomprensible. Aunque nuestros Reyes se afanen y hagan lo imposible por captarse la voluntad y la adhesión de todos los españoles, que ellos han sabido ganarse y mantenerlo a través de los años, estos detalles dan al traste con su labor y el pueblo empieza a largar, cada día con mayor libertad y descaro. De una forma que no augura buenos tiempos para el futuro de una Institución que se implantó en el país con enorme ilusión y grandes esperanzas. Lo siento, pero no me resulta cómodo y grato haber tenido que escribir este artículo.

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