viernes, octubre 20, 2006

El debate de los candidatos

sabado 21 de octubre de 2006
El Debate de los candidatos
Wifredo Espina

B UEN debate. Con tiempo y con un buen moderador. Pero un debate solo es poco. Un cara a cara entre los dos candidatos con mayores posibilidades (Mas y Montilla) sería muy conveniente, pero no se hará. Lástima, porque, entre otras cosas, no se ha aclarado cuáles serán las alianzas, en el caso, muy probable, de que nadie obtenga la mayoría absoluta y no pueda gobernar sólo. Los cinco candidatos han cumplido bien con su respectivo guión, sin dar sorpresas. Todo era sabido y ha quedado reafirmado. Una primera impresión de urgencia nos da lo siguiente: Un Artur Mas, brillante y prepotente; mirando a los otros por encima del hombro, con un poco de soberbia y quizás demasiado seguro de ganar. Un José Montilla, razonable y sereno, un tanto humilde, y confiando seguramente más que en si mismo en las posibilidades que le darán los resultados para llegar a una coalición, no necesariamente igual que la del fracasado tripartito. Un Carod Rovira, habil y bastante convincente, pero no mostrando todas sus verdaderas cartas, y haciendo la pasarela con un traje prestado de moderado y liberaloide. Un Josep Piqué, duro, con sentido común y demasiado nervioso, aguantando el tipo con dignidad, pensando más en un sector de la sociedad que en el contexto de una clase política claramente hostil. Y un Joan Saura, claro y muy documentado, propugnando la reedición del tripartito que añora y defiende. Ha sido un partido interesante pero descompensado: a ratos de tres contra dos (izquierda contra derecha) y otros de cuatro contra uno (PP).Un buen debate que quizás podría haber favorecido, por muy escasos puntos, a José Montilla. El día siguiente de las elecciones del próximo día 1-N, el problema será para Montilla si ha de volver a contar con Esquerra. O para Mas si no consigue mayoría suficiente para gobernar. DONDE SE HABLA DE ESPAÑA Y LOS ESPAÑOLES Felix Arboli ES verdaderamente vergonzoso el espectáculo que una serie de personajes están dando a la sociedad, mejor aún, (siguiendo las pautas puestas de moda por la política actual), a la ciudadanía. Nada de españoles, ni términos que puedan herir la susceptibilidad del lector, ciudadanos a secas. Todos somos ciudadanos aunque ignore a qué ciudad en particular se refieren cuando utilizan esta palabra. Porque cuando inicié mis estudios en los tiempos de “María Castaña” (ya han desaparecido hasta las castizas castañeras), los habitantes de esta “piel de toro”, entonces llamada España, eran nominados españoles a secas. Y no solo por los considerados de derecha, sino incluso los que ocupaban la orilla opuesta, que jamás renunciaron a su españolidad. La guerra civil fue una dura y larga batalla entre españoles y no un enfrentamiento entre ciudadanos. Eso me suena más a motín de Esquilache o asalto del palacio donde se hallaba escondido el nefasto Godoy, valido del incalificable Carlos IV. Evidentemente, sin pecar de exagerado, hemos perdido el norte en nuestro discurrir por la vida. Han desaparecido, valores que se decían inmutables. (Siempre que acudo a este adjetivo me viene a la memoria el caso del “Padrenuestro”, con su versión moderna y la alteración de algunos de sus términos, cuando nos machacaban de continuo que al ser una oración inspirada por el mismo Cristo, jamás podría cambiarse, ni transformarse en lo más mínimo). ¿En qué quedamos?. Ha dejado de interesar el respeto a las Instituciones, no tanto por culpa del “ciudadano” de a pié, como por la falta de tacto y compostura de las personas que las encarnan y representan. Y me refiero a las Instituciones más altas y significativas en nuestra vida nacional. Aquellas que deberían ser un espejo donde todos intentáramos mirarnos y deseáramos sentirnos reflejados. Tras la muerte de Franco y esas kilométricas colas en la plaza de Oriente para expresar su dolor ante el cadáver, (me remito a la experiencia que contemplé desde un plano exterior, ya que no soy partidario de manifestaciones, mítines y concentraciones callejeras, sean por la causa que sean, aunque si hubiera estado en ellas, no lo habría ocultado), parecía que todos habíamos perdido una parte importante de nuestras vidas. Una especie de padre y protector. Para unos fue un acontecimiento doloroso e irreparable pensando en el futuro de España, para otros un aire de esperanzas y nuevos presagios en idéntica manera de pensar, aunque si hemos de ser sinceros abundaban ostensiblemente los primeros. ¿Dónde están ahora esos millones de seres que lloraron y honraron a Franco con ese sentimiento y pesar que parecía auténtico?. Yo no me explico, ni podré hacerlo jamás, que se venere a una persona en la forma y manera que se hizo con el Caudillo, con esas concentraciones ante el Palacio Real, junto a los entonces Príncipes de España, (que se asomaban tras al estadista aclamado un tanto cohibidos y asombrados ante esa multitudinaria manifestación de entusiasmo y lealtad ) y luego comprobar que todos cuantos hablan de ese gobernante intenten hacernos creer que era el dragón de las siete cabezas al que gracias al esfuerzo común, en el que ellos participaron, han logrado vencer “después de muerto” y desacreditarlo el máximo permitido. Y estoy seguro que más de uno de estos nuevos “rompetechos” eran los enanos que ayer le bailaban la gracia al dictador. Yo, sinceramente, ni estuve guardando cola para ver el cadáver de ese pobre hombre yacente, a pesar de los muchos entorchados, banderas y condecoraciones que luciera, ni me entusiasma en absoluto la idea de arrastrar su nombre por el lodo y destrozar sus estatuas, que son parte inseparables de nuestras Historia, quieran o no los intolerantes. Aquellos que nada más aparecer Tejero y sus guardias protagonizando esa patochada ante las Cortes, se ocultaron bajo los asientos y rompieron cartas y documentos que pudieran comprometerles. El mismo valor que demostraron cuando el “nefasto gobernante” empuñaba el timón de la nave donde todos nos hallábamos embarcados. ¡Valientes petimetres de tres al cuarto!. Conste, vuelvo a repetir, que ni he sido franquista, ni le debo nada al franquismo, aunque viendo la realidad actual, lo siento, he de aclarar que a veces lo echo de menos en algunos aspectos. Al menos entonces, solo robaban quinientos y estábamos unidos, ahora roban cinco millones y nos hallamos enfrentados. La llegada del Rey, supuso la esperanza de un cambio de aires y libertad, que no libertinaje como han creído muchos equivocadamente, en el entramado político de la nación. Nadie esperaba o al menos, la inmensa mayoría, que se pudiera acometer esta nueva etapa sin posibles consecuencias traumáticas y peligrosas que pudiera encender pasiones ocultas y rencores revanchistas entre los lobos que habían estado tanto tiempo soportando ir camuflados con la piel de los corderos. Las secuelas de la guerra civil aún estaban muy cercanas, para exponerse a encender nuevamente la llamarada. Con Suárez al frente del gobierno, contra todo pronóstico, empezamos la pacífica transición donde los políticos de turno parecían proceder del coro monacal de un convento, dadas sus buenas, correctas y sincronizadas maneras de enfocar sus decisiones y encomiendas. Un Fraga casi cogido del brazo del antaño “satánico” Carrillo, la Pasionaria presidiendo toda comedida y conciliadora las nuevas Cortes Españolas, por el protocolo de la edad, donde tuvieron cabida todos los grupos políticos, etc, etc. Hasta los cien años de honradez de un partido político anatematizado que llegó al gobierno y se fueron al traste algunos conceptos y actitudes anteriores, pero surgieron nuevas ideas y proyectos que resultaron a veces beneficiosos y otras lo contrario. Pero fueron los años de un Felipe González que, aunque no sea de mi onda ideológica, reconozco su valía como político y hombre de estado. Isidoro había cesado en su clandestinidad y el jefe socialista se inclinaba sonriente y amigable ante el Rey, aunque en sus tiempos de falsas identidades y oscuros entornos esa imagen hubiera resultado totalmente inimaginable. Era una España bonita y ejemplar ante el mundo, de la que nos sentíamos partícipes y orgullosos todos los que ostentábamos el privilegio de pertenecer a ella. Aznar cambió los esquemas y surgieron voces airadas y debates altos de tono y desmesurados en sus palabras y contenidos. El gobierno de la derecha recordaba a muchos las amenazas de un ayer al que todos deseaban olvidar. El temor a regresar a las catacumbas y al exilio. El tira y afloja de gobierno y oposición llegó a sus más elevados índices de permisividad. No fue causa de una persona o circunstancia determinada, sino de recuerdos que aún se mantenían latentes en la memoria de algunos al asimilar ciertos apellidos y familias políticas con las desdichas de un pasado reciente. Hasta el trato con el Rey cambió de actitud por parte de su primer ministro. No era el esperado de un gobierno que debía sentir más predisposición hacia el sistema monárquico que a la incierta aventura de una nueva y tercera República. Parecía como si el monarca estuviera regido por su jefe de gobierno y no al revés, como era lo lógico. Siempre se ha dicho que Juan Carlos se sintió más seguro y considerado con el gobierno de Felipe González que con el de Aznar. Las ideas se fueron radicalizando y los enconos y confrontaciones se hicieron tan frecuentes como el café del desayuno. Hablar del gobierno de Zapatero, es materia generalizada y frecuente. No vamos a aportar nada nuevo con nuestras consideraciones y juicios para intentar aclarar sus extrañas y desconcertantes maneras de gobernar. De eso se encarga la prensa de nuestros días, aunque sus comentarios y críticas obedezcan más a la voz de su amo, que a la verdad y honestidad con la que se debe informar al lector. Vivimos una etapa un tanto rara y difícil de examinar sin caer en la tentación de pendular a un extremo u otro. A este insólito político le debemos los famosos estatutos con todas sus circunstancias; el aumento y radicalización del separatismo que se ha inoculado como contagiosa epidemia por todas nuestras regiones convertidas en esos híbridos de comunidades de tan diferentes nominaciones y prerrogativas; airear rencores y actitudes de una guerra que lleva setenta años guardada en la Historia, abriendo tumbas y sacando restos que deberían dormir el sueño de la eternidad sin profanaciones ni rencores; la creciente y ruinosa emigración que se nos cuela por todas partes y que hará quebrar a la seguridad social, los servicios médicos, planificación de viviendas y otras muchas ventajas que gozábamos gracias a nuestros esfuerzos y que ellos agotarán rápidamente con esas familias inacabables que los van a utilizar, sin apenas haber cotizado, etc. Toda una serie de aventuras y calamidades que a diario nos amargan el despertar y nos impiden el sueño. Nadie cumple con la obligación que se comprometieron cuando necesitaban los votos del pueblo. Una vez ocupado el sillón del poder y la chequera inagotable, se olvidan hasta de su propia familia, para buscar nuevas aventuras que endulcen sus horas de “ociosidad en el trabajo”.Matrimonios disueltos, adornos capilares a sus parejas e indiferencia a ese cretino que llegó a creer en la amistad después de ese amigo consiguiera el poder. Los insultos al contrario están a la orden del día. Las campañas en tiempos de elecciones son un evidente ejemplo del talante del partido en cuestión. Pocos son los que se salvan del insulto y la descalificación, aunque algunos sobrepasen los límites establecidos. La señora de Rovira, ese extraño político catalán al que debe sentarle fatal ser hijo de un guardia civil, no se corta y en una entrevista que le hacen, sin la menor prudencia y discreción femenina, llama “hijos de puta a los del Partido Popular”. Posiblemente, si examinan su árbol genealógico, a lo mejor se enteran que sus padres o los de su marido, han tenido o tienen alguna conexión con ese grupo político o al menos su ideario, aunque ahora ellos no lo quieran averiguar y recordar. De todas formas no me parece una manera muy delicada y señorial de llamar a los pertenecientes a un grupo político diferente y menos hacerlo público, como si se tratara del chiste del año. Otro Partido político catalán “Iniciativa per Catalunya”, (estamos en periodo de elecciones en esa región, país, comunidad, nación, nacionalidad , etc), reparte entre el público preservativos con el lema “Fóllate a la derecha”. Deben ser que están un poco hartos de tragar pepinos como torpedos y soportar las hemorroides y quieren pasar el “sambenito” a otros. ¡Qué bonito lema para una campaña electoral en una comunidad que quiere figurar entre las mejores de España!. ¡Vaya políticos que les ha tocado a los pobres catalanes!. ¿Qué pasa con nuestra querida España?, ¿Quién es el desgraciado que la quiere hundir del todo?. Encima nos viene la amenaza de los votos de esa pléyade de marginados, que no los quieren ni en sus propios países, nos lo devuelven cuando los regresamos, dispuestos a intervenir con sus papeletas, aunque no sepan nuestra lengua y desconozcan nuestras costumbres y manera de vivir, para formar los futuros gobiernos de nuestra nación. Lo que no han conseguido en otros países europeos donde llevan más tiempo residiendo. Pero España es diferente porque nosotros así lo queremos y no tenemos el valor suficiente para parar tanto desmadre, ni deshacer tales entuertos. Seguiremos siendo el culo de Europa

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